Doxa y Logos
Hablar de paz
Nicolás Parra n.parra24@uniandes.edu.co / @nicolasparrah |
“En marzo se iba a firmar la paz”, dicen y (han venido diciendo) casi todos los titulares de los diarios nacionales. Los opositores, como un disco rayado, entonan diciendo que “se entregará el país a las Farc”. Los menos críticos y más sensatos han escrito que una vez se firme la paz, nos daremos cuenta de que el verdadero enemigo de Colombia es la injusticia social. Los abogados nos debatimos sobre los mecanismos de refrendación y discutimos si el plebiscito es una necesidad jurídica o una herramienta legitimadora de la paz. Los artistas nos sacuden y nos lanzan contra la pared para que en estos tiempos de paz pensemos sobre la posibilidad de representar la violencia y el recuerdo, a pesar de que el sifón de nuestra memoria colectiva succione -como en los proyectos de Oscar Muñoz- todo rastro de violencia. Todas estas posiciones frente a la coyuntura nacional son abrumadoras y a veces me pregunto si todos estamos hablando de lo mismo cuando decimos “paz”.
En la tradición filosófica tampoco existe consenso sobre lo que ello significa. Su etimología latina (pax) o griega (eirene) no nos dice mucho. Entonces, la paz, como todo concepto difícil de aprehender y determinar, se define de manera dialéctica: la paz es ausencia de violencia, la paz es ausencia de guerra o la paz es ausencia de guerra justa. La definición dialéctica parece sencilla en un primer momento, pero luego el problema se repite: ¿y entonces qué es violencia? ¿Qué es la guerra? ¿Cuál es la diferencia entre guerra y guerra justa? Lo cierto es que significamos con el vocablo “paz” muchas cosas. Cualquier intento de hacer un análisis lingüístico tiene que disipar esa niebla de ambigüedad.
Voy a ser aburridamente analítico e, incluso, reduccionista y frío para tratar de dar unas luces sobre eso que llamamos paz. Esto me lleva necesariamente a referirme a la violencia y a la guerra. La violencia es una ofensa o daño injustificado a una persona. La violencia es, entonces, un concepto normativo: no podemos decir qué es la violencia sin tener un criterio previo de qué es un daño u ofensa injustificada y bajo qué condiciones, en cambio, sería justa. La violencia puede ocurrir con uno mismo (violencia intrapersonal), con otras personas (violencia interpersonal), con otras comunidades políticas (violencia comunitaria) o con otros Estados (violencia interestatal). En todas estas manifestaciones de violencia, los criterios de lo justo e injusto se van transformando, pues cuando hablamos de violencia estatal tenemos tratados internacionales que definen lo justo e injusto y cuando hablamos de violencia interpersonal y comunitaria existen los códigos penales y las máximas éticas.
En cambio, la guerra podría decirse, siguiendo a von Clausewitz, que es un acto de fuerza propagado que busca someter al otro a nuestra voluntad o un conflicto armado intencional, actual y difundido en un territorio que se adelanta por comunidades políticas o Estados. La guerra justa, que se remonta a las teorías de Aristóteles, San Agustín, Vitoria y Kant, es una guerra que tiene una causa justa; por ejemplo, la defensa propia o la defensa de personas inocentes que están siendo sometidas a la violencia de terceros. Dejando de lado el tecnicismo del ius ad bellum y también dejando de lado la manipulación del discurso de la guerra justa en el mundo contemporáneo, lo definitivo es que esta noción supone la creencia de que la violencia es un medio justificado cuando se adelanta por un fin moral o justo.
Volviendo a la paz, esta puede ser un concepto negativo o positivo. En el primer caso, la paz puede ser (i) ausencia de violencia, (ii) ausencia de guerra o (iii) ausencia de guerra justa. En el segundo caso –el concepto positivo– la paz puede ser más bien la cooperación, el reconocimiento mutuo y el desarrollo de relaciones humanas armónicas que se preocupan por el bienestar o el florecimiento humano en una comunidad que no tiene nada en común, en una comunidad, quizás como la nuestra, que lo “común” que comparte es la esperanza de un futuro común.
Cuando se habla de paz en Colombia no sé si nos estamos refiriendo a un estado de ausencia de violencia, de guerra o de guerra justa. Tampoco sé si estamos pensando en la connotación más ambiciosa y menos realista de forjar una comunidad que reconozca su radical alteridad y que se ocupe del florecimiento humano o de alcanzar un estado de armonía y bienestar colectivo. Lo único que sí tengo absolutamente claro es que cuando hablemos de paz no debemos olvidar aquello que Kant nos enseñó como presupuesto de toda concepción de paz, como condición de todo tratado de paz: “no debe considerarse válido ningún tratado de paz que se haya celebrado con la reserva secreta sobre alguna causa de guerra en el futuro”.
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