Doxa y Logos
¿Es la ética enseñable?
Nicolás Parra Herrera
n.parra24@uniandes.edu.co / @nicolasparrah
En estos tiempos de crisis en los que la corrupción ha colonizado varias instituciones del Estado, la respuesta de muchos ha sido insistir en la necesidad de reflexionar sobre la ética y exhortar a las personas a que sean más virtuosas. El Procurador General de la Nación escribió un par de columnas en las que enfatizó esa idea, pues, a su juicio, “o recuperamos la ética o el país se derrumba”. Por preocupaciones similares, creo yo, la Universidad del Rosario invitó al filósofo político Michael Sandel para que diera una charla sobre la ética de lo público y promoviera algunos lineamientos para no hundirnos en el barco de la degradación moral. Creo que la insistencia en combatir la corrupción con la ética y el lema del Procurador “más ética, menos carreta” es loable, pero supone una respuesta a una pregunta que pocos se han hecho: ¿es la ética enseñable?
La pregunta es tan antigua como la idea de democracia. Desde el diálogo Ménon de Platón, los filósofos se han preguntado si la ética o la virtud son enseñables. Incluso, la primera vez que Sócrates le planteó la pregunta a Menón, un político ateniense, este lo miró con ojos absolutamente desconcertados y pensó –aunque Platón no lo diga en estos términos– “este tipo se chifló, pues claro que la ética es enseñable y por eso le pago a los sofistas”. Sin embargo, luego de su conversación con Sócrates, Menón se dio cuenta de que no tenía idea de qué era la virtud y menos si los sofistas podrían enseñarle a ser ético. Actualmente todas las facultades de Filosofía ofrecen cursos sobre ética o filosofía moral, pero la mayoría de estudiantes saben que estudiar estas materias no los hará mejores personas.
Asumir que la ética es enseñable implica tomar como ciertas las siguientes hipótesis: primero, que la virtud o el bien es algo que se puede conocer; segundo, que conocer la idea de virtud o de bien hará que actuemos de manera virtuosa o bondadosa en las circunstancias correspondientes, y tercero, que la idea de virtud o de bien es comunicable. La primera hipótesis sugiere que los seres humanos tenemos la capacidad de saber qué significa ser ético, bien porque podemos definir en qué consiste la ética o bien porque podemos formular una regla para actuar éticamente. La segunda hipótesis sugiere que existe una conexión necesaria entre lo que conocemos (y pensamos) y lo que hacemos. Finalmente, la tercera hipótesis apunta a que el bien no solo es cognoscible, sino comunicable, es decir, que uno puede explicarles o trasmitirles a otros cómo deben actuar para ser éticos.
Las anteriores suposiciones son interesantes, pero tengo dudas de si todas ellas son ciertas. La primera olvida que los seres humanos somos falibles y no podemos tener certezas de que no sean revaluadas por nuestra experiencia o por el nuevo conocimiento que adquirimos sobre el mundo o sobre nosotros mismos. Algunos filósofos dirían “no sé qué es la virtud, pero sé que cualquier idea que tenga sobre ella puede ser revaluada y rebatida por mis nuevas experiencias”. Además, la idea de que el bien puede ser conocido implica, en cierto modo, que es un objeto con un estatus similar al de cualquier otro objeto natural, lo que elimina la posibilidad de pensar en éticas constructivistas, convencionales o antirrealistas.
La segunda suposición nos lleva a pensar que no existe un escenario en el que sé que comer cierto tipo de comida me hará daño, pero a pesar de saberlo termino comiendo porque el placer de hacerlo deroga mis creencias sobre lo que es bueno para mi cuerpo. Esto se conoce como akrasia (falta de poder) o incontinencia de la voluntad, lo que significa que es posible que yo tenga una creencia sobre lo que es bueno para mí, pero, a pesar de ello, actúe en contra de tal creencia. Finalmente, la tercera premisa ignora que la ética no es necesariamente algo que se pueda decir, sino solo mostrar. Como ya lo sugería Wittgenstein al final del Tractatus, “de lo que no se puede hablar es mejor callar”.
Por estas razones, creo que antes de hablar de ética sin escrúpulos, debemos identificar qué es lo que asumimos al sostener que todos los problemas de nuestra sociedad se solucionan con más ética. Incluso si llegásemos a la conclusión de que la ética no es enseñable, no podemos quedarnos sentados esperando el tren de la recuperación de la moral. Por el contrario, asumir esta conclusión es reconocer que a la ética se llega de manera indirecta y exige una transformación personal que, si bien puede ser asistida por otras personas, por obras de arte, por contemplaciones de la naturaleza o experiencias religiosas, solo tendrá éxito si la persona aprende a mirar distinto, quizás con una consciencia más profunda de que es un accidente en este mundo o quizás despojándose del sentido de autoimportancia. Tal vez aprendiendo a mirar y a mirarse distinto comenzaremos el camino hacia la ética, algo que posiblemente no se enseña de la misma forma que 2+2=4.
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