Curiosidades y…
El ojo, maravilla de natura
Antonio Vélez M.
Entre el ojo de un vertebrado y una cámara fotográfica puede establecerse una perfecta correspondencia biunívoca. Esto es, por cada una de las partes del primero existe su correspondiente en la segunda, con la misma función y la misma posición relativa. Así, por ejemplo, el conjunto formado por la córnea y el cristalino es homólogo de la lente, y el iris lo es del diafragma, mientras que los músculos para abrir y cerrar la pupila se corresponden con los mecanismos que regulan la apertura del diafragma, y la retina desempeña el papel de película fotosensible. Este isomorfismo no nos debe causar ninguna sorpresa, puesto que las mismas leyes ópticas están implicadas en ambos casos, y ellas son las que en última instancia determinan la forma y la función. Si el ojo no estuviese ajustado con precisión a las leyes ópticas, sería un simple adorno, delicado, pero inútil.
No debe sorprendernos el hecho de que la visión cromática de los vertebrados terrestres esté fundamentada en la existencia de tres clases de receptores de color: células fotosensibles (los conos, en este caso) ajustadas en forma específica a las zonas del espectro electromagnético correspondientes a los colores primarios: rojo, verde y azul. De otro lado, la fotografía y la televisión en colores se basan también en la existencia de dispositivos apropiados para manejar los mismos tres colores fundamentales.
Y cuando de sensibilidad visual pura se trata, nadie parece poder competir con los halcones y lechuzas. Pues bien, tanto el cristalino como la córnea de estas rapaces son de tamaño gigante, de ahí el magnetismo de su mirada y la enorme sensibilidad a la radiación lumínica. Esto los capacita para ver con relativa claridad, aun en las noches más oscuras.
El diseño del cristalino varía según el índice de refracción del medio en el que se utilice. Dentro del agua debe ser casi esférico, con el fin de lograr una mayor convergencia de los rayos de luz y obtener de esa manera una visión clara. Pues bien, exactamente así ocurre en los peces. Para uso aéreo, la forma ideal es la aplanada, con poca curvatura, tal como se presenta en todos los mamíferos terrestres. El ojo del cormorán, habilísimo pescador, es, en este aspecto, una verdadera maravilla biológica: cuando el animal pesca dentro del agua, su cristalino se torna esférico; en el aire recupera la forma aplanada. En otras palabras, el cormorán posee un cristalino de uso universal, imposible de imitar con la tecnología actual.
Es bien conocido que al ser excitada la retina por un impulso luminoso, la estimulación plena tarda algunas fracciones de segundo en desaparecer. Este fenómeno de inercia óptica es el que permite que una secuencia de imágenes estáticas proyectadas con cierta rapidez en la retina sea percibida como si fuese una escena llena de vida y movimiento. El cine, la televisión y los videos son aplicaciones prácticas de ese fenómeno. Gracias a ellos, hoy podemos recuperar el pasado, o eternizarlo. Podemos despertar a los muertos y hacerlos vivir de nuevo, aunque en forma virtual. Equivale a decir que las grabaciones en celuloide, en medio magnético o con la tecnología electrónica, son verdaderas máquinas del tiempo, por medio de las cuales podemos viajar al pasado sentados en una cómoda butaca. Y con la televisión tenemos todo el mundo ante nosotros, en tiempo real y sin movernos de la silla. Descansada forma de ubicuidad.
El final de la historia anterior puede ser más espectacular todavía. Existe, aunque nos parezca imposible, una clase de avispa que se ha especializado en descubrir y capturar esos insectos invisibles. Se ha hecho inmune a los encantamientos del pequeño taumaturgo. La gran resolución temporal de su sistema visual le permite seguir paso a paso el ultrarrápido movimiento de vaivén del mosquito. Hazaña óptica difícil hasta de imaginar: la avispa discrimina el movimiento de vaivén como lo haría una cámara de alta velocidad.
Esconderse es una buena estrategia para no ser visto. Pero de nada le sirve a una presa de sangre caliente esconderse en un matorral cuando una serpiente cascabel anda tras sus huellas. La razón es que la serpiente posee dos fosas sensibles al infrarrojo que le permiten percibir “siluetas de calor”, y así puede detectar la presencia de un animal perdido entre la vegetación, aun en las noches oscuras como boca de lobo.
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