Doxa y Logos
El jazz, el diálogo y nosotros
Nicolás Parra
@nicolasparrah
Antes que nada, tengo que aclarar que no soy músico ni un connoisseur del jazz. Cuando hablo de jazz pienso en Chaplin, quien nos recuerda que “todos somos amateurs, no vivimos lo suficiente para ser algo más”. Y sí, no soy más que un amateur del jazz, un amante del jazz que a pesar de no entenderlo mucho, siempre lo he sentido como una música que nos permite expresar nuestra individualidad y albergar un anhelo de construir una comunidad dialógica con otros que también luchan por buscar su voz y su lugar en este mundo.
El jazz es una música dialógica y comunitaria, es una música transaccional que une, como un puente, el refrescante momento actual con una reverencia y admiración por la tradición. El jazz es como una estación de tren: todos llegamos a él desde algún lugar y con un contexto vivencial particular, nos encontramos con otros que llegan de otro lugar y tratamos de conversar y buscar un lenguaje común para tratar de ir juntos a un lugar incierto. Quizás por eso siempre que alguien que nunca ha oído jazz me pregunta ¿qué es el jazz? yo pongo a sonar Take the A Train, una canción compuesta por Billy Strayhorn e interpretada por Duke Ellington, y le digo: el jazz es esto… es tomar el tren de la conversación infinita entre la libertad individual y la comunidad, entre el pasado y el futuro, entre la dignidad humana y el sufrimiento. Pero, sobre todo, como lo dijo Wynton Marsalis, el jazz “es el balance apropiado entre el derecho de expresarnos a nosotros mismos y hacer las cosas a nuestra manera y nuestra responsabilidad de respetar a otros mientras trabajamos con ellos hacia un bien común”.
El pasado 30 de abril se conmemoró el Día Internacional del Jazz, que fue proclamado en la Conferencia General de la Unesco en noviembre del 2011. En esa oportunidad, la Unesco consideró que el jazz es una forma de expresión que rompe las barreras sociales, que fomenta la igualdad de género, que simboliza la unidad y la paz y que estimula el diálogo intercultural, y un largo etcétera. Con ocasión del pasado 30 de abril, la Directora General de la Unesco dijo que el jazz es “una fuente de inspiración para millones de personas de todo el mundo que buscan la libertad y luchan por el respeto y la dignidad humana”.
En la Casa Blanca se celebró el día del jazz con un gran concierto en el cual participaron artistas como Herbie Hancock, Aretha Franklin, Chick Corea, Chucho Valdés, Danilo Pérez y una interminable lista de los mejores jazzistas. En sus palabras inaugurales, el Presidente Obama dijo que el jazz “es quizás la reflexión más honesta de lo que somos como una nación. Después de todo, ¿ha habido una improvisación más grande que EE UU? Nosotros lo hacemos a nuestra manera. Nos movemos hacia delante cuando el camino es incierto, obstinadamente insistentes de que vamos a llegar a un lugar mejor, seguros de que tenemos todas las notas correctas en nuestra manga”. Sin duda unas palabras llenas de sabiduría que merecen extenderse a un plano más general: pues la improvisación más grande ha sido la historia de la humanidad y nuestro intento de sentirnos en casa con otros a pesar de estar atravesados por la incertidumbre.
Cambiando de latitudes, en Colombia también se celebró el Día Internacional del Jazz, en el Teatro Libre, un espacio cultural que siempre ha creído en la importancia de este género musical y generosamente nos ha dado la oportunidad de escuchar a los grandes jazzistas a lo largo de estos años. En esta ocasión, el Teatro Libre trajo a Pepe Rivero, uno de los pianistas cubanos más prolijos, creativos y virtuosos.
El jazz tiene más que ver con lo que actualmente está ocurriendo en Colombia de lo que imaginamos. Empezando porque el jazz es el reconocimiento de que con esfuerzo, riesgo, disciplina y receptividad podamos encontrar una manera de expresar nuestra individualidad en el marco de una comunidad compartida conformada por individuos que también buscan un espacio para su singularidad. El jazz promueve el respeto por el otro a través de una escucha constante de las voces individuales que en este género se manifiestan y el anhelo de que esas voces puedan resultar en una polifonía que le dé sentido a una comunidad. En fin, el jazz es una manera de dialogar con otros, de estar con otros, y de constantemente reconocer que compartimos con otros el anhelo de tener una comunidad, a veces desgarrada por su historia y sus miedos inconscientes y a veces impulsada por la idea de que sin salir del pasado, de la repetición de la violencia, quizás esta vez, quizás en esta coyuntura algo nuevo puede surgir: una nueva polifonía para la dignidad humana.
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