15 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 18 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

El ambiente ético

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Nicolás Parra

n.parra24@uniandes.edu.co / @nicolasparrah

 

En los últimos años, los seres humanos nos hemos vuelto más sensibles al medioambiente. Toda suerte de fenómenos como el calentamiento y la contaminación global, la disminución de los recursos naturales, la deforestación y la acidificación de los océanos nos han vuelto más conscientes del impacto que tenemos en nuestro medioambiente. Podemos decir sin tapujo que, a pesar de que para muchos los problemas medioambientales no han calado lo suficiente, sí hemos adquirido una conciencia –aunque a veces sea una falsa conciencia- de cómo nuestro actuar altera las condiciones actuales de vida y cuestiona la posibilidad de un futuro vital sostenible. Si nos hemos vuelto más sensibles al medioambiente, ¿por qué no ha ocurrido lo mismo con lo que Simon Blackburn, un filósofo moral de Cambridge, ha denominado “el ambiente ético”?

 

Es cierto que dependemos del ambiente físico para poder sobrevivir: necesitamos comida, oxígeno y temperaturas a las que nuestro organismo se pueda adaptar. Pero también necesitamos un clima adecuado de ideas sobre cómo debemos vivir bien que nos permita actuar como seres razonables, receptivos y sostenibles éticamente. El ambiente ético es lo que nos permite discernir en un contexto particular qué es lo aceptable y lo inaceptable, qué es lo correcto y lo incorrecto y, sobre todo, como dice Blackburn, “qué es lo que debemos esperar para nosotros y qué es lo que se espera de nosotros”[1]. El ambiente ético puede afectar nuestras vidas en unas dimensiones que desconocemos y cuestionar la esperanza de un futuro compartido con otros.

 

El ambiente ético son aquellas ideas que modulan y determinan nuestro andar en un mundo compartido con otros, especialmente que transforman nuestra relación con otros a partir de la pregunta ¿cómo debemos vivir? A veces esta pregunta se responde con un clamor mesiánico, esperando ser guiados por un ser superior o con ínfulas de ser superior que conoce qué es mejor para todos. Ese clima ético llevó a los totalitarismos del siglo XX, cuyo trágico desenlace es bien conocido. A veces esa pregunta se responde por una primacía absoluta del lenguaje de los “derechos”, en el que el marco jurídico es lo único que debe guiar nuestra relación con otros y aquello que la ley no me prohíbe está permitido como parámetro de mi acción. Este clima ético es importante, pero limita las posibilidades de una comunidad a un marco jurídico que, en ocasiones, llega tarde y en otras llega incompleto, permitiendo a unas comunidades la protección jurídica y a otras las deja en vilo. Y a veces la pregunta es respondida con una convicción dogmática e ingenua que solo un grupo quiere el bien para la comunidad y los otros apenas son enemigos de ella. Esta última idea ha permeado el clima ético actual en Colombia que sufre una polarización espeluznante de la que cada vez es más difícil de salir y que presenta un falso dilema: “o estás de acuerdo con nuestros valores o eres un enemigo para la existencia de la comunidad”.

 

Hoy, el clima ético no nos sensibiliza como lo hace el clima ambiental. Ignoramos la importancia que tiene el ambiente ético en nuestra coexistencia como seres humanos. Es sorprendente que el ambiente ético no nos lleve a modificar nuestra relación con los otros, como lo ha comenzado a hacer el ambiente físico con nuestra relación con el mundo natural.

 

No quiero desmeritar la relevancia que tiene cultivar una conciencia ambientalista y acentuar nuestra responsabilidad ambiental con aquellos por venir. Pero sí me parece preocupante que el clima de las ideas éticas no haya tenido el mismo impacto, que desconozcamos que ciertas ideas éticas están sofocando la posibilidad de construir una comunidad incluyente y pacífica; que estamos presenciando la deforestación de ideas razonables, antidiscriminatorias y conciliadoras; que estamos viviendo en un ambiente ético contaminado de ideas que cultivan hábitos dogmáticos, irrespetuosos, censurantes, discriminatorios y violentos. El clima ético está socavando cualquier posibilidad de una comunidad pacífica en la que reconozcamos nuestras diferencias, en muchos casos irreconciliables. Un ambiente ético degenerado quizás no nos ahogue ni nos impida alimentarnos, pero sí puede convertirse en un preámbulo para futuros himnos de guerra.

 

[1] Blackburn, Simon. Being Good. Oxford University Press. 2001.

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