Crítica Literaria
Eduardo Posada Carbó: ‘La novela como historia’
Juan Gustavo Cobo Borda
Tres son las figuras que Eduardo Posada, historiador barranquillero y profesor en Oxford (Inglaterra), estudia en este libro. La primera es Gabriel García Márquez y la novela Cien años de soledad. Más concretamente, el número de muertos de la huelga bananera de 1928. La otra es la barranquillera Marvel Moreno, reina del Carnaval en 1959 como Marvel Luz, que, en 1987, escribió la novela En diciembre llegaban las brisas. Allí están los diversos barrios y calles, el carnaval y el padecer de muchas jóvenes que, entre las piscinas y el club, sufren el machismo de los varones barranquilleros en sus matrimonios. Finalmente, está Alfonso Fuenmayor, miembro destacado del grupo de Barranquilla, sobre el cual escribió memorias que se convertirían en su único libro, Crónicas, de 1978. A este lo considera Posada Carbó un periodista no por culto, menos preocupado por las aceras de las calles, siempre dispuesto, en el Barrio Bajo, a descubrir una tranquila tiendita donde tomar una cerveza y jugar una partida de dominó. Un periodista, en definitiva, cívico.
Pero el eje central en los primeros capítulos del libro es cómo la historia puede ser refutable (nuevos papeles, nuevos datos, distintas lecturas), mientras la novela no lo permite. Es un orbe autónomo, donde la imaginación del autor ha desplegado sus poderes mediante un estilo propio. Un estilo que, propenso a la exageración y la desmesura, implicó que los 5 o 10 muertos fueran avasallados por la necesidad de incrementarse hasta 3.000 y llenar así vagones de tren con sus cuerpos. Pero este cultivo de la exageración incontenible invirtió los órdenes. Los múltiples textos y testimonios de Cortés Vargas, de Jorge Eliécer Gaitán, de Castañeda Aragón fueron superados por el caudal desbordante de la ficción. Ahora todos hablan de los 3.000 muertos incontrovertibles de la matanza de las bananeras en la plaza de la estación de Ciénaga. La ficción superó lo escuálido de la simplona aritmética factual. Con solo cambiar una cifra la hizo aún más ineludible e impactante, menos propensa al olvido, más dura en su denuncia.
Pero hay más: el propósito de mostrar el crecimiento y la densidad cultural de Barranquilla que, junto al río y muy cerca del mar, hizo visible desde el comienzo su índole cosmopolita y mercantil, con inmigrantes de todo el mundo, con una variada e intensa programación cultural y artística. De esta era eximio ejemplo el profesor Alberto Assa, promotor infatigable. Por ello el historiador de la ciudad rescata lo que vivió de niño y lo enlaza con lo que ahora novela y periódicos, memorias y leyendas le ofrecen como historia. También está la música que se canta y baila una y otra vez en las comparsas del carnaval, en sus disfraces y tatuajes, en el frenesí vertiginoso donde se funden todas las clases sociales, tal como sucede con los textos de Ramón Illán, verdadero testigo implicado con humor en esta fiesta popular.
La ficción se vuelve así antropología y sociología, entraña cargada con el simbolismo auténtico de etnias y generaciones. Por eso el último trabajo del libro estará destinado específicamente al carnaval para celebrar la vida con el ritual fúnebre de un entierro: el de Joselito Carnaval y su caudal de viudas que, si bien lloran, también beben, cantan y gozan y resurgen al año siguiente.
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