Curiosidades y…
Dioses y libros sagrados
Antonio Vélez M.
Mark Twain decía: “El hombre es un animal religioso. Es el único animal religioso. Es el único animal que posee la verdadera religión –varios de ellos–”. Thomas Paine, en La edad de la razón, escribe: “Cada vez que leemos las historias obscenas, la voluptuosidad, el libertinaje, las crueles torturas, las ejecuciones, la inflexible vengatividad con la que más de la mitad de La Biblia está llena, pensamos que sería más consistente llamarla la palabra del demonio, no la de Dios”. Y los libros sagrados de las más de mil religiones “verdaderas” (sin contar sectas y disidencias menores), que plagan este mundo, no se quedan atrás. Recordemos que “religión verdadera” es aquella y solo aquella que nos enseñaron de niños.
La lista de libros sagrados es enorme, todos poseedores de la verdad única: Biblia, Corán, Torá, Talmud, Upanishad, Vedas, Cánones del Budismo, Libro de Mormón, Tipitaka, Rig Veda, Mahabharata, Bhagavad Gita, Kojiki, Zend Avesta, Guru Granth Sahib... El Dios de esos libros sagrados es un Dios que nos ama, que nos cuida, que vela por nosotros, que está pendiente de todos nuestros pasos, que nos premia y castiga, pero que necesita emisarios para redimirnos, que elige a ciertos privilegiados para dictarles los libros sagrados y así hacerlos llegar a nosotros.
Esos dioses no son más que ingenuas creaciones humanas. Ningún Dios nos puede amar, pues este verbo se conjuga con neuronas y neurotransmisores, por lo que el atribuírseles a entidades espirituales carece de sentido. Un Dios infinitamente perfecto, sabio y poderoso no existe sino en la mente de los teólogos. Cuando afirmamos que Dios es infinitamente inteligente, no estamos afirmando nada que tenga sentido, pues ni siquiera sabemos que sería otra inteligencia diferente de la humana, digamos, un millón de veces la de Einstein. Esos atributos que le otorgamos al Dios no tienen ningún significado, solo vagas analogías con rasgos humanos.
Un Dios sabio, que ha creado este mundo lleno de imperfecciones, es una contradicción flagrante y elemental. Un Dios que creó los animales carnívoros, con todo el dolor que engendra, animales que se comen a otros y que empiezan la cena con la carne aún palpitando, es un ser cruel, así que el Dios Creador de las religiones, perfecto, no puede ser el autor de tanta injusticia y tanto dolor. Una contradicción denigrante para el Dios.
Un ser eterno, perfecto, invulnerable al paso del tiempo, no pasa de ser una invención humana. Un Dios que requiere emisarios, profetas o enviados especiales no puede ser todopoderoso. O, ¿será que hay demasiados locos que en sus momentos de alucinación se creen enviados divinos?, y ¿será que hay demasiados inocentes que se lo creen? Un Dios omnipotente es autosuficiente, no requiere ayudas terrenales. Lo que quiera comunicarles a los hombres lo puede hacer él, en virtud de su poder absoluto. No necesita la ayuda de emisarios, ni de redentores de la humanidad, él solo, el Dios solito, podría hacer todo eso.
Un mundo lleno de dolor, miseria y sufrimiento no puede ser la obra de un ser bueno; por tanto, no puede ser obra de un ser al que se le atribuye infinita bondad. No tiene sentido crear un mundo lleno de virus, bacterias, zancudos y egoísmo. Los retrasados mentales, los locos, los deformes o los niños que nacen para llevar una vida de pesadilla son pobres sujetos que han llegado a este mundo con desventajas enormes, sin haberle hecho mal a nadie, pero que reciben un castigo injusto a todas luces. ¿Y qué decir de las injusticias biológicas contra la mujer? La menstruación, el embarazo, el parto, la lactancia, la crianza de niños, la menopausia… Un mundo lleno de venganza, agresión, corrupción y muchos otros males no puede ser la obra de un dios justo, puesto que la obra no es justa. No se puede concebir un mundo más lleno de injusticias que el nuestro. Los males se acumulan en unos, mientras que en otros lo hacen las ventajas y los bienes. Algunos teólogos aseguran que, a pesar de que el mundo es imperfecto, es el mejor mundo posible. Nunca se había escuchado una falacia más inocente. Un mundo sin bacterias infecciosas, sin los temidos virus, sin los insectos destructivos, sin egoísmo extremo, sin la crueldad presente, sin… es un mundo muchísimo mejor.
Definitivamente, el Dios de los libros de teología y de las religiones es demasiado humano para ser divino. Los libros sagrados son literatura infantil pero solo para mayores de edad.
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