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18 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 18 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Curiosidades y…

Curaciones milagrosas

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Antonio Vélez M.

 

Con el avance de la ciencia y la consiguiente pérdida de inocencia, las curaciones por intervención divina están disminuyendo en forma alarmante. “Hoy en día -declaró el anterior Sumo Pontífice-, hay indicios de que la pedagogía divina ilumina a la humanidad mediante revelaciones más espirituales e íntimas, y que los casos de curaciones físicas son cada vez más raros. Pero sigue siendo verdad que Dios concede todavía dones inesperados y profundos, respondiendo a las súplicas elevadas con fe y caridad, y con esperanzas en el poder de su amor, que es lo más grande de todo”.

 

Liz Tilberis, directora de la revista Harper´s Bazaar, afirmó que, gracias a la influencia espiritual de Lady Di, una amiga suya se recuperó de un cáncer en un ovario. Tilberis, en un libro titulado No es hora para morir, sostiene que durante la quimioterapia, la enferma no mostró respuestas positivas, razón por la cual los médicos la retuvieron en el hospital. Sin embargo, una mañana de otoño, la princesa visitó a la enferma para darle ánimo y ¡milagro! Cuando los médicos repitieron los exámenes, encontraron sorprendidos que el conteo de glóbulos rojos había subido considerablemente. Causa probable: efluvios curativos reales.

 

La catalepsia es una rara enfermedad nerviosa, asociada con la narcolepsia, con la histeria, con determinado tipo de sicosis y con la esquizofrenia. Se cree que también puede estar asociada con cierta enfermedad del cerebelo, cuando se bloquean algunas de las vías nerviosas que lo comunican con la corteza frontal. Edgar Allan Poe, en un ensayo titulado Premature Burial (Entierro prematuro), describe el estado cataléptico como “una especie de letargo exagerado. La persona permanece insensible y sin movimientos externos, pero las pulsaciones cardiacas continúan, aunque muy débilmente. Si se acerca un espejo a la boca del enfermo, se empaña. La duración del trance es de semanas, aún de meses”.

 

Poe tiene razón: las funciones circulatorias y respiratorias continúan, pero reducen su intensidad y se hacen imperceptibles. Bajan el metabolismo y la temperatura corporal, como si la catalepsia fuese un tipo ya desaparecido de hibernación. Así mismo, la sensibilidad al dolor desaparece, a pesar de que el paciente conserva lúcida su conciencia, según lo relatan algunos individuos que la superaron (Mens sana in corpore mortus). En tan rara situación, es fácil para alguien que desconozca los síntomas de la enfermedad, que considere que el fulano de tal ha fallecido; sin embargo, las pruebas de los médicos son suficientes hoy para certificar que el muerto está vivo. Una vez más, la ignorancia vuelve a estar de mano cogida con los fenómenos sobrenaturales.

 

En el pasado, es fácil imaginarlo, debido al gran parecido del estado cataléptico con la muerte, y al precario desarrollo de la Medicina, no pocos enfermos fueron considerados muertos y pasaron a ser enterrados vivos. Pero si la suerte favorecía al cataléptico y volvía a tiempo a la normalidad, muchas veces en medio de las ceremonias mortuorias y el llanto de los parientes cercanos, es casi imposible que estos no pensaran que de verdad el querido muerto había resucitado. ¡Portento de los portentos!, porque nada puede ser más parecido a una resurrección que ver a un cataléptico levantarse del ataúd, sorprendido pero feliz de estar otra vez vivo entre los vivos y, ante todo, feliz de no haber pasado por el terror de despertar y descubrir que ha sido enterrado vivo.

 

Vale la pena destacar que en la catalepsia puede hallarse la explicación de tantas resurrecciones que en épocas pasadas se les atribuyeron a las divinidades, cuando no a la intervención oportuna de ciertos humanos “vivos”. Paradójicamente, hoy, gracias a los conocimientos aportados por la medicina científica, las resurrecciones milagrosas pertenecen a una clase de milagros en vías de extinción.

 

Ahora bien, no se interpreten estas palabras como argumentos impíos. Existen creyentes, y muy serios, para quienes las curaciones milagrosas podrían deberse a remisiones espontáneas, pero que algunos, ignorantes de las explicaciones científicas de los fenómenos ocurridos, las conviertan en hechos sobrenaturales, y difunden con generosidad la buena nueva, previamente decorada y amplificada.    

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