12 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 14 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Curiosidades y…

Crueldades humanas (II)

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La indiferencia hace sabios y la insensibilidad, monstruos.

Denis Diderot

 

Kongfuzi, Confucio para las culturas occidentales, fue un sabio que vivió en China entre 551 y 479 a. C. Sus enseñanzas estaban centradas en buenas relaciones entre las personas, incluyendo respeto por los padres y por los ancestros, y en la creación de una sociedad armoniosa basada en la virtud. Kongfuzi no pretendió ser un santo y por eso nos enseñó que vivir una vida bien vivida era su propia recompensa. Después de su muerte, sus enseñanzas fueron desarrolladas por sus seguidores, quienes las difundieron por oriente.

 

Originalmente, los escritos de Confucio pretendían ser consejos para los gobernantes chinos. Decía: “Gobierna por medio del poder del ejemplo moral”. El confucianismo consta de cinco textos: Historia, Poesía, Rituales, Estaciones e I Ching, este último libro de las transformaciones, que permitían afrontar la incertidumbre por medio de la interpretación del futuro.

 

La historia de las religiones cuenta que Dios ha comandado a la gente para hacer toda clase de actos despiadados y crueles: masacrar a los medianitas y raptar a sus mujeres, apedrear a las prostitutas, ejecutar a los homosexuales, quemar a las brujas, asesinar a los herejes e infieles, tirar a los protestantes por las ventanas, impedir ciertas terapias a niños enfermos en peligro de muerte, disparar contra las clínicas donde se hiciesen abortos, estrellar aviones contra edificios llenos de gente. Toda esta barbarie con el visto bueno divino.

 

La costumbre de cortar la cabeza con hacha es muy antigua. Los romanos la usaron desde los primeros tiempos de la fundación de su ciudad, por eso los lictores llevaban entre las hachas un seguro para este objeto. En Atenas y Roma se castigaba a los traidores de la patria precipitándoles a un foso profundo o desde la roca Tarpeya, respectivamente. Mecio Fufecio, rey de Alba Longa, fue descuartizado por orden de Tulio Hostilio, por haber violado la alianza que había hecho con los romanos.

 

Los hebreos colgaban de un poste a los calumniadores y a los idólatras, y lapidaban a los blasfemos. La verberación era un castigo cruel bajo cuyos golpes morían a veces los criminales. Los persas infligían diversas clases de suplicio como pena a los reos condenados.

 

La muerte en la hoguera y la lapidación fueron métodos que ya aparecen en la Biblia, con su recorrido en el judaísmo, el cristianismo y el islam. La hoguera se asocia siempre con la Inquisición, aunque, en teoría, siendo un tribunal eclesiástico, se debía limitar a actuar en el llamado “auto de fe”, en el que se intentaba que el condenado abjurase de las herejías o brujerías por las que se le juzgaba. El reo se entregaba a un tribunal, que aplicaba la sentencia y que tenía, si aquel había adjurado, la potestad de estrangularlo antes de quemarlo. Si no lo hacía, llegaba vivo a las llamas o moría ahogado en las emanaciones de dióxido de carbono producida por la combustión de la madera. Se trataba de un espectáculo al cual asistían los curiosos.

 

Era un método piadoso, según justificaba la Orden de los Dominicos, que presidía los tribunales, pues se podía considerar apenas un anticipo de lo que les esperaba en el infierno al que estaban condenados por Dios. No podía faltar en este método de tortura el apellido ad hoc: Tomás de Torquemada, primer inquisidor general de Castilla y Aragón, por mandato de los Reyes Católicos.

 

Pero no todas las religiones invitan a la violencia. Tao, o “el camino”, es el principio rector del Universo. La mejor manera de actuar o de pensar es el llamado wu-wei, que significa libre de tensión. El tratar de no resistimos a los sucesos o controlarlos nos ayuda a crear paz y armonía dentro de nosotros y dentro del mundo. Lao Tsé (“el viejo maestro”), quien vivió en China en el siglo VI a. C., escribió el Tao Te Ching, cuyas enseñanzas constituyen la piedra angular del taoísmo.

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