15 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 6 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

‘Black Mirror’

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Nicolás Parra Herrera

n.parra24@uniandes.edu.co / @nicolasparrah

 

El libro, decía Jorge Luis Borges, es el más asombroso de los instrumentos que ha inventado el hombre. Su argumento era que todos los inventos del hombre eran extensiones de su cuerpo, mientras que el libro lo era de su memoria e imaginación. Borges hizo esa declaración en una conferencia en la Universidad de Belgrado en el año 1978. Hoy, la mayoría de las personas afirmarían que el instrumento más asombroso que ha inventado el hombre son los espejos negros: esos que están encima de su escritorio y suenan todo el día, esos que están en su sala o su dormitorio y que lo entretienen antes de dormir o esos que pueden estar justo enfrente suyo mientras lee esta columna. En otras palabras, los smartphones, laptops, smart tv, y un largo etcétera, se consideran por muchas personas como el gran invento de la humanidad. Fueron esos espejos negros los que inspiraron el nombre de la serie de televisión de Charlie Brooker y Annabel Jones (Black Mirror, 2011), una serie que nos hace preguntarnos inevitablemente sobre nuestra forma de vida y las maneras como vamos a vivir en el futuro y que hace pocos días estrenó su cuarta temporada en Netflix.

 

Desde el 2011, la serie está en el aire, primero producida por Channel 4 y luego por Netflix. Se trata de una serie que cuestiona las relaciones entre la sociedad, la tecnología, el espectáculo y la manera como esas relaciones van modulando la idea de lo humano en un mundo altamente tecnologizado. En términos generales, uno podría decir que la narrativa de la serie se construye a partir de contrafácticos, es decir, a partir de preguntas del tipo: ¿Qué pasaría si X? Por ejemplo, ¿qué pasaría si al morirnos podemos conectarnos indefinidamente en un mundo virtual donde experimentamos el pasado y nuestro cuerpo como si estuviéramos en la plena juventud? ¿Qué pasaría si las penas por delitos pudieran ser impuestas en realidades virtuales que nos hacen sentir que un segundo de la vida real equivale a cuatro años de la vida virtual? ¿Qué pasaría si pudiéramos comprar un clon que remplace a un ser querido recién fallecido y esté programado para reaccionar de la misma manera que lo haría nuestro ser querido ante cualquier situación, diálogo o experiencia? ¿Qué pasaría si nuestros soldados tuvieran un implante que les distorsionara su visión y percibieran al “enemigo” como una creatura desfigurada y horripilante? Estos y muchos más son los contrafácticos que inspiran a los episodios de esta serie británica que cada vez se parece más a la realidad y nos cuestiona las formas de vida que hemos construido con la tecnología desarrollada en las últimas décadas.

 

Charlie Brooker, uno de sus creadores y el escritor de la mayoría de los episodios de la serie, afirma que Black Mirror es aquello que está entre lo agradable y lo desconfortante y, sobre todo, es aquello que a partir de parábolas permite desnudar a la humanidad en toda su rareza. A diferencia de todas las series, Black Mirror no tiene un hilo conductor evidente en sus episodios. Más aún, en cada uno de ellos el director, los actores, la historia y la ambientación son diferentes: cada episodio es un mundo en sí mismo. Pero eso sí, todos tienen un común denominador: son distopías que hablan de la incapacidad del ser humano para tratar con la tecnología y abordar los desafíos que ella presenta.

 

Escribo esta columna no solo para invitarlos a ver esta serie y reflexionar, como frente a un espejo, sobre qué tipo de vida estamos llevando y qué clase de valores estamos promoviendo, pues hoy nos acercamos cada vez más a ser controlados que controlantes de la tecnología. También escribo esta columna para preguntarme si la tecnología, como lo sugiere Black Mirror, ha transmutado la esencia de lo humano, ha modificado nuestra relación con los otros, ha alterado nuestra percepción de nuestro propio cuerpo, ya que cada vez estamos más dislocados entre lo virtual y lo físico. Parece que la tecnología ha alterado nuestra noción de la temporalidad y de la finitud.

 

Yo soy de los románticos que, como Borges, sigue pensando que el libro es el instrumento más asombroso, pues los espejos negros y toda la tecnología reciente que ha desarrollado el ser humano tienen un anverso como cualquier espejo. En ese anverso no sabemos qué está pasando, no sabemos quién nos está observando o cómo están utilizando la información que inocentemente nosotros le entregamos a las plataformas y redes sociales. Es ese anverso de los espejos negros, inexistente en el libro, en la rueda, en el telescopio, en el automóvil y en los demás inventos del hombre, que hace que hoy la tecnología pueda llegar a controlar nuestros deseos más íntimos y nuestros pensamientos más privados. 

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