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26 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 4 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Cultura y Derecho

Apostar por todos o apostar por mí (en política)

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Andrés Mejía Vergnaud

andresmejiav@gmail.com

 

Con la publicación de The Once and Future Liberal de Mark Lilla, se ha encendido el debate en EE UU sobre lo que se llama “política de la identidad” (identity politics). Mark Lilla es profesor de humanidades en la Universidad de Columbia, y este nuevo libro, cuyo título podría traducirse un poco libremente como “El liberal de ayer y de siempre”, llega tras una serie anterior de libros, todos ellos muy bien reseñados y admirados. Mark Lilla habla desde la perspectiva de un “liberal”, en el sentido norteamericano de la expresión, que denota ideas de lo que llamaríamos centro-izquierda. En este libro, Lilla se pregunta por qué las ideas “liberales”, es decir, de centro-izquierda, han venido perdiendo terreno en la arena política estadounidense en las últimas décadas, aun cuando podría pensarse que están dadas las condiciones materiales y objetivas para que ellas resultasen atractivas a grandes masas de la población.

 

Y la pregunta es más que justificada: con una clase media que ha visto estancarse e incluso reducirse en términos reales sus ingresos, que ha sido puesta a competir con la mano de obra de los países emergentes, que ha visto esfumarse el consabido sueño americano de movilidad social, que no puede enviar a los hijos a la universidad sin incurrir en una abrumadora deuda y que, paralelamente, ha visto cómo una pequeña minoría de privilegiados aumenta de manera extravagante su fortuna, hay todas las razones para pensar que podría sentirse atraída por una plataforma de centro-izquierda. Pero no. De manera consistente, las clases medias afectadas por estas dinámicas de cambio han encontrado más atractivo el mensaje de la derecha.

 

De este fenómeno, Lilla culpa a la llamada “política de la identidad”, y al hecho de que, durante décadas, los sectores de centro-izquierda la adoptaron y promovieron, viéndola como un vehículo para la movilización de grupos sociales que se podrían convertir en su base.

 

¿Y qué es la “política de la identidad”? El término hace referencia a las plataformas políticas que se enfocan en las reivindicaciones de grupos específicos, principalmente étnicos, pero también grupos definidos por situación socioeconómica o por preferencias culturales. Así, la “política de la identidad” consiste en la construcción y promoción de idearios y programas que giran alrededor de lo que a ese grupo afecta o interesa. De esa manera, el mensaje político, el programa político y el ejercicio político se articulan alrededor de la identidad del grupo.

 

Yo supongo que era natural pensar, hace 30 o 40 años, que este tipo de ejercicio político favorecería en especial a la centro-izquierda: al fin y al cabo, todos esos grupos sobre los cuales empezaron a construirse plataformas de identidad eran grupos marginados, maltratados o desfavorecidos. La centro-izquierda del Partido Demócrata, dice Lilla, se confió en que podría ascender sobre los hombros de la política de la identidad. Pero la historia jugó una de sus perversas bromas: hoy, el único gran fenómeno nacional en EE UU emanado de un ejercicio de identidad es Donald Trump. La centro-izquierda puso en marcha el mecanismo, pero fue la derecha populista y nacionalista la que lo utilizó con eficacia y con éxito, construyendo una plataforma de identidad para las clases medias y bajas que se consideran de etnia blanca.

 

Y eso es lo que suele pasar cuando en política se apuesta por reglas o por mecanismos que aparentemente me van a beneficiar a mí, o a mi grupo. La política es como un juego que se puede jugar con dos tipos de reglas: con aquellas dirigidas a un beneficio general, o con aquellas que creo me van a beneficiar a mí. Si decido jugar con las segundas, corro un riesgo sutil: que haya otro jugador que decida irse por el mismo camino, y ese resulte ganador. Si hubiese apostado por las reglas de beneficio común, mis ganancias tal vez serían menores y más difusas, pero serían más seguras y estables. Si decido que es válido irse por lo propio, tal vez otros también lo harán, y tal vez, como pasó con la política de la identidad, sean ellos los que ganen.

 

Ejemplo que me recuerda la época en la que estaba de moda el activismo judicial, cuando muchos magistrados en nuestras latitudes eran de centro-izquierda, y desde las tribunas de la centro-izquierda se les pedía que fueran más allá de la letra constitucional. Luego, cuando a las cortes empezaron a llegar personajes de derecha, de aquellas tribunas desde donde antes se pedía activismo se reclamaba ahora apego estricto al parágrafo y al inciso. Siempre, aun cuando sea menos emocionante, es mejor apostar por las reglas abstractas de beneficio general.   

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