Curiosidades y…
ADN, nuestro ADáN
Antonio Vélez M.
Hace apenas unos pocos años los biólogos pudieron leer el genoma humano, es decir, ya conocemos la secuencia de pares de bases nitrogenadas que constituyen nuestro ADN. Gracias a tan esforzados investigadores hoy podemos disponer de una biblioteca o, mejor, genoteca, de tamaño mediano, 3.000 volúmenes en formato normal, con todas las instrucciones genéticas requeridas para construir un ser humano ¡Se ha revelado al fin la secreta fórmula del hombre! El genetista inglés Steve Jones hace que este hecho increíble sea aún más difícil de asimilar señalando que, si el ADN de un ser humano se estirase hasta formar un filamento, llegaría hasta la luna y volvería 8.000 veces. En un futuro lejano (ciencia ficción) estaremos en capacidad de enviar mensajes a otras civilizaciones extraterrestres, si de verdad existen, con la secuencia obtenida por los biólogos, y así podremos mostrarles, sin necesidad de enviar ovnis terrícolas, y a la velocidad de la luz, cómo realmente estamos construidos los humanos.
La vida está erigida sobre el ADN, la molécula más importante que la química ha logrado construir sobre la Tierra. En unas pocas billonésimas de sustancia se ha podido, merced al milagro de las combinaciones y enlaces químicos, codificar, utilizando solo cuatro letras y 23 pares de moléculas, el genoma humano; esto es, nuestros planos estructurales y funcionales, problema de miniaturización que nos aturde. La información genética contenida en el ADN depende del orden que presenten en él las bases nitrogenadas. Cada triplete o terna de bases consecutivas codifica un aminoácido bien determinado, de ahí que también lleve el nombre de codón, entre los veinte que constituyen el conjunto de elementos o ladrillos básicos con los cuales están construidas las proteínas de todos los seres vivientes. Y con las proteínas, ¡la naturaleza arma todos sus seres vivos!
La forma, tamaño y demás características hereditarias de los organismos dependen, en última instancia, del conjunto de proteínas sintetizado en sus células, y este, a su vez, de las secuencias de tripletes presentes en el material genético. Y son las proteínas las que hacen que todo suceda. Tienen formas y funciones variadas: son mensajeras, catalizadoras, reguladoras y estructurales. El tener nariz aguileña o recta, ojos azules o negros, pelo liso o ensortijado depende del orden que en el ADN presenten dichas ternas.
También disponemos ahora de un tenebroso túnel del tiempo que muchos temen: desde la primera infancia podremos asomarnos al futuro de nuestra salud y conocer todas aquellas enfermedades y propensiones que tienen origen genético y que se manifestarán en la adultez: ciertos tipos de cáncer, enfermedades de Alzheimer y Párkinson, corea de Huntington, hemofilia, fibrosis quística, diabetes, esquizofrenia… Y también podremos conocer por anticipado algunas de nuestras virtudes y talentos.
Entre el hombre y el chimpancé, nuestro pariente animal más cercano, existe un parecido genético notable, pues compartimos el 98,8 % de los genes. Creen los biólogos que estas dos especies pertenecieron a un tronco común y que en algún momento de su historia evolutiva, situado apenas entre seis y ocho millones de años atrás, los cromosomas 2 y 24 del antecesor común a hombre y chimpancé se fusionaron de manera accidental y dieron origen, por milagroso azar, a una nueva y exitosa rama primate que se transformaría, milenios más tarde, en el hombre moderno. Sin este afortunado accidente, la inteligencia superior podría estar ausente de la Tierra. Sería este el Planeta de los simios, en el mejor de los casos.
¿Qué pasaría, entonces, si en un óvulo fecundado de chimpancé, por medio de ingeniería genética modificáramos ese 1,2 % de diferencia hasta convertirlo en humano? Al nacer, físicamente obtendríamos un hombre, pero… ¿qué pasaría con la conciencia y el alma? Si no las poseyese, tendríamos un engendro similar a un humano, pero desalmado, sin derecho a viajar al paraíso prometido. Pero si las tuviese, habríamos descubierto ¡el genoma del alma!, metido en ese puñadito de genes que hemos transferido de los humanos.
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