13 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 1 hour | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Etcétera / Crítica literaria

21 ensayos. Una selección de leer y releer

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Juan Gustavo Cobo Borda

 

 

Esta es una grata y fascinante antología de textos sobre los libros y la lectura, sobre el arte de escribir y las bibliotecas. La Universidad de Antioquia, que cumple 80 años (1935-2015), ha tenido su centro espiritual en el sistema de bibliotecas, cuyo corazón es ahora la denominada Carlos Gaviria Díaz. Desde hace 20 años y ya con 80 números, la biblioteca ha editado elegantes cuadernos donde selecciona ensayos que reflexionan sobre los temas mencionados y que agrupan autores tan fundamentales como Oscar Wilde o Jorge Luis Borges, Italo Calvino o Marcel Proust, Robert Louis Stevenson o Fernando Pessoa. Los textos llevan siempre hermosas ilustraciones a color de alumnos de la Facultad de Artes, como en este caso Sara Roldán, originales y renovadoras.

 

Los 21 ensayos seleccionados en este libro cubren ampliamente la cuota antioqueña con autores como Héctor Abad, quien recuerda cómo su padre al entrar a la biblioteca de la casa furioso o cansado salía liberado y alegre: había pasado por el cuarto de las transfiguraciones. Allí Héctor aprendió a leer y se le grabó la frase de Montesquieu: “No he tenido nunca un dolor que una hora de lectura no haya disipado”.

 

A Pablo Montoya fue su madre quien lo incitó a descifrar las frases y asistir con ella al tránsito que de María lleva a Carrasquilla hasta poder escapar de sí mismo y reconocer que “somos delirantes con Hamlet, desvariamos con el doctor Fausto, alucinamos con Don Quijote, nos escindimos con Raskolnikov”.

 

Estos prodigios, en muchos casos, brotaban de los libros que por solo tres pesos el Instituto Colombiano de Cultura dirigido por el poeta Jorge Rojas divulgaba a manos llenas todas las semanas.

 

Otro antioqueño, Darío Jaramillo, hace uno de sus alegres ejercicios de humor, preguntándose si es mejor escribir de pie, como Hemingway, o desnudo, como Luis Vidales. El mundo parece apoyar a Hemingway.

 

Pero yéndonos a otras comarcas, el español Antonio Muñoz Molina nos advierte que el único delito irremediable es escribir mal. Pero Muñoz Molina resalta momentos claves: “El libre examen vindicado por la reforma protestante es sencillamente el derecho a leer a solas la Biblia, en el propio idioma, sin mediación de ninguna autoridad exterior”. Por ello concluirá rindiéndole homenaje a la voz que más le importa en la literatura en español, el uruguayo Juan Carlos Onetti: “Siempre sobrevivirá en algún lugar de la Tierra un hombre distraído que dedique más horas al ensueño que al sueño o al trabajo y que no tenga otro remedio para no perecer como ser humano que el inventar y contar historias”.

 

También figuras como George Steiner o Walter Benjamin, y Stefan Zweig, con su conmovedor relato Mendel, el de los libros, que los albergaba todos en su memoria y que había sido llevado a un campo de concentración por los nazis y quebrado para siempre en esos dos años de tortura, nos obligan a mirar cara a cara una tradición ejemplar. La que comienza con Montaigne aburriéndose con Cicerón y la que Virginia Woolf nos traza al señalar que “pedimos a la novela que sea verdad, a la poesía que sea falsa, a la biografía que sea halagadora, a la historia que fortifique nuestros prejuicios”. Por ello, este útil breviario nos recuerda que si bien el libro ha estado perpetuamente amenazado, y los bárbaros comienzan por incendiar bibliotecas, la ya un tanto fatigada frase de Borges sobre el paraíso que tiene forma de biblioteca sigue vigente. Así lo sentimos cuando el mexicano Jorge Volpi nos obliga a pensar cómo la novela de hoy canibaliza al ensayo y lo asume en su estructura de ficción, en una original simbiosis, incitándonos a explorar los mundos de Sebald, Javier Marías, Claudio Magris, Coetzee, Fernando del Paso, Vila Matas o Sergio Pitol, como banderas de las nuevas conquistas, y no el Código da Vinci, que considera recalentada y plagiaria de tópicos ya desuetos.

 

Si a esto añadimos trabajos de William Ospina, Jaime Alberto Vélez, Adolfo Castañón, Germán Espinosa, Luis Tejada, Piedad Bonnet, Eduardo Escobar, Juan Manuel Roca, Hermann Hesse y Eugenio Montejo, en una inteligente reivindicación del ocio y la contemplación, reconocemos con gratitud el trabajo de Luis Germán Sierra, tan revelador para jóvenes y viejos. Leer y releer, para aquellos que entrarán al cielo con un libro ya leído bajo el brazo. 

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