13 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 2 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

2016

12729

Nicolás Parra

n.parra24@uniandes.edu.co / @nicolasparrah

 

Ya parece un lugar común la mirada retrospectiva al año. Todavía existe un residuo de mitología en ese tópico: Jano, el dios de las puertas, aquel que observaba lo que entraba y lo que salía de un lugar a otro; el dios por el cual los ingleses apodan al primer mes del año January. La posibilidad de nacer nuevamente y de crear algo nuevo es la definición misma de lo que significa un ser humano, pero a veces esa posibilidad nos cambia los lentes prospectivos sobre lo que vendrá y nos hace reflexionar con nuestros lentes retrospectivos sobre lo que fue.

 

Otro lugar común es empezar una reflexión sobre el 2016 sugiriendo que fue el año en el que nos dimos cuenta de que la voluntad de la mayoría se equivoca, o al menos, el año en el que la voluntad de la mayoría eligió, no con base en hechos, sino en engaños. Los triunfos del No, de Trump y del brexit en el fondo hicieron que este año se introdujera en el diccionario más prestigioso en lengua inglesa, el Oxford English Dictionary, la palabra “post-truth” (posverdad). Y no solo eso: esa palabra fue elegida por esa misma institución como la palabra del año. Pero, ¿qué significa que este año haya sido el año de la posverdad? ¿qué es la posverdad?

 

Como si estuviéramos presenciando una nueva revolución copernicana o un giro epistemológico como el cartesiano, la posverdad, según ese diccionario, es aquello que denota circunstancias en las cuales los hechos objetivos son menos influyentes al moldear la opinión pública. 2016, el año en el que la opinión ya no se guía por los hechos, sino a través de otros instrumentos, menos objetivos, más emocionales. Sin embargo, esto todavía no me convence para encapsular lo que pasó en el 2016, pues a pesar de que las campañas políticas utilizaron información tergiversada para influenciar a la opinión, esta no es la primera vez que pasa.

 

2016, el año en que dos nociones de excelencia se encontraron en los dos espacios más competitivos de lo humano: el deporte y la política. En los juegos olímpicos presenciamos un residuo de la aristocracia original, de los aristes o virtuosos, pues en ellos solo podía ganar el mejor: el que más corriera y más saltara. En el deporte, el lenguaje del cuerpo no intenta decir algo distinto, es un lenguaje transparente. Mientras que en la política presenciamos otra noción de “excelencia”, según la cual no gana el mejor, el que mejores argumentos tenga, el que demuestra mayores beneficios económicos, políticos y sociales, sino que gana el que despierte más miedo y odio. 2016, el año en el que los Olímpicos nos enseñaban una cosa y la política otra. En el primer caso, el más virtuoso necesariamente tenía que ganar; en el segundo, no existen criterios objetivos, es un ámbito de la posverdad, de influir con emociones y no con hechos.

 

2016, el año en el que un revolucionario muere en un medio transformado y otro revolucionario que transforma un medio. Sí, me refiero a Fidel Castro y a Bob Dylan. Uno que apaga una vela para muchos lacerante y para otros admirable, el otro que sin quererlo cuestionó los límites (si es que los hay) de la literatura. El mismo Dylan lo admite en su discurso: “Ni una sola vez he tenido tiempo de preguntarme: “¿Son mis canciones literatura?”. Por lo tanto, doy las gracias a la Academia sueca, por tomarse el tiempo para considerar esa misma pregunta y, en última instancia, proporcionar una respuesta tan maravillosa”.

 

2016, el año en el que se firmó una paz difícil en Colombia, una paz refrendada indirectamente y que nos lleva a un abismo de incertidumbres y de esperanza. Como en todo abismo, podremos admirar nuestra grandeza en vilo o tener el riesgo de caer indefinidamente. En fin, 2016 fue el año del terremoto político, como lo denominó el periódico The Guardian, y creo que terremoto porque socavó nuestras creencias más subterráneas sobre la política y la democracia: la creencia de que la mayoría siempre tiene la razón, de que preferirá la experiencia sobre la improvisación, la comunidad sobre el separatismo, la paz sobre la guerra. Pero no fue así.

 

A mediados de año, el actor inglés Paul Bettany escribió en su cuenta de Twitter: “En enero deseché la teoría de mi amigo de que David Bowie era el pegante que mantenía el universo unido, pero no lo sé, no lo sé”. No creo que David Bowie mantuviera el equilibrio del universo, pero el 2016 fue el año en el que Bowie murió y en una de sus últimas canciones escribió premonitoriamente: “Sobreviví contra la voluntad de mi pueblo loco, pero en la sordera de mi mundo, el silencio se rompió”. 2016, el año en el que el silencio se rompió: el año del pos-silencio.

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