12 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 9 minutes | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

‘Deutsches Requiem’

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Nicolás Parra Herrera

Jorge Gonzalez

Jorge González Jácome

 

Llevamos una década de confesiones. La política de paz de este siglo que tiene en el centro mecanismos de producción y extracción de verdad en el marco de las ideas dominantes de justicia transicional ha hecho que podamos acceder a confesiones públicas de escalofriantes crímenes cometidos en el marco del conflicto armado colombiano. Sin duda, hay victimarios que aún guardan silencio, pero el archivo público que contiene revelaciones sobre la violencia del pasado y perpetuada en el presente crece y está disponible para quien quiera ahondar en él. 

 

Algunas de estas confesiones permiten establecer los hechos que terminaron, generalmente, con la muerte violenta de alguien. Pero además de resucitar el pasado y acercarnos, así sea tímidamente, a escuchar qué fue lo que pasó, los archivos también nos llaman a una indagación ética y humana, quizás imposible de contestar y, a su vez, imposible de eludir: ¿cuáles fueron las razones de la violencia? ¿Qué llevó a los perpetradores a actuar con desprecio frente a  la vida humana? ¿Cómo podemos, si es que podemos, explicar esto? Y para quienes pensamos el Derecho: ¿cómo puede el Derecho colaborar para frenar esta larga historia violenta? Quizás esta formulación sea pedirle demasiado al Derecho. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que estas preguntas también pueden abordarse oblicuamente, a través de las ficciones o por “el ladito”, si se quiere. A veces estas preguntas difíciles o imposibles son más manejables en mundos imaginados, pues en nuestro mundo como en las ficciones no siguen la lógica de la razón. Una de estas ficciones a las que volvemos para entender el alcance de estas preguntas es Deutsches Requiem de Jorge Luis Borges.

 

En 1946, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, Borges publicó este cuento que, a nuestro juicio, provoca en el lector preguntas similares. Otto Dietrich zur Linde, un criminal de guerra nazi condenado a muerte, escribe unas páginas la noche previa a su ejecución para ser “comprendido”, no “perdonado”. Y sugiere que comprenderlo a él nos dará algunos atisbos de “la futura historia del mundo”. Zur Linde fue jefe de un campo de concentración y uno intuye que ordenó y presenció la masacre de miles de judíos. En su confesión nos da unas pistas sobre sus motivos: destruir este mundo con violencia para edificar “el nuevo orden” y crear al “nuevo hombre”. Pero lo más escalofriante de su testimonio no es esto. Lo más escalofriante es su apología a la voluntad, a la fuerza y a la violencia como formas de existir que pretenden socavar la compasión y la piedad.

 

La confesión de Otto Dietrich zur Linde sugiere otros discursos sobre la decadencia de occidente desde la genealogía de la moral de Friedrich Nietzsche hasta la narrativa histórica de Jacques Barzun. La moral cristiana y la fuerza de la voluntad han sido esos dos vientos que han soplado en la historia occidental, el primero busca encontrar en “el otro” y en la piedad por este la fuente de la divinidad y de la redención, y el segundo encuentra en la fuerza de la voluntad humana y en el instinto de creación y de violencia la fuente de la divinidad. Zur Linde, por ejemplo, nos confiesa que, cuando fue jefe de un campo de concentración, fue difícil no dejarse tentar por la piedad y la misericordia frente a un famoso poeta judío llamado David Jerusalem. Pero zur Linde aclara que fue severo: “No permití que me ablandaran ni la compasión ni su gloria”. El protagonista del cuento, intuimos, es el causante del suicidio de Jerusalem, un acto que no solo probó su dominio sobre el judío, sino que hizo que zur Linde ganara su propia batalla contra la piedad y la violencia se encarnara en su ser.

 

Al final, Alemania pierde la guerra, y zur Linde recuerda a sus antepasados que fueron derrotados unos en la Guerra de los Siete Días, otros en la Guerra Franco-Prusiana y otros en la Primera Guerra Mundial. La violencia que él representa viene de mucho tiempo atrás y su confesión no solo es su confesión, sino también la de sus antepasados. Alemania fue derrotada, pero no el proyecto de un hombre nuevo que venera la violencia. “Lo importante es que rija la violencia”, dice zur Linde, “Si la victoria y la injusticia no son para Alemania, que sean para otras naciones. Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno”. Zur Linde será fusilado. El derecho de los vencedores, como en Nuremberg, dará su muerte. Y parece que el Derecho no interrumpió ese ciclo de violencia. Lo cual nos lleva a preguntarnos: o el Derecho es inherentemente violento o es tiempo de pensar otro Derecho; un Derecho que en su mecanismo de operación trascienda la sed por la verdad y la victoria, aunque, claro, el olvido y la piedad es otra forma de violencia. ¿Hay una manera de hacer justicia que rechace la violencia y no reproduzca en el castigo y en la verdad la lógica de la violencia en su adjudicación? Estas y otras preguntas están presentes en la filosofía del Derecho actual. Basta leer Por qué el Derecho es violento de uno de los herederos de la Escuela de Frankfurt, Christoph Menke, y el magnífico estudio introductorio de María del Rosario Acosta y Esteban Restrepo para mantenernos alerta de cómo opera el Derecho en la transición y cuestionar algunas de sus promesas.

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