La vorágine amazónica: lo que una novela de 100 años le enseña al Derecho y a la COP30
Un siglo después, la advertencia de José Eustasio Rivera permanece grabada a fuego en la historia de la Amazonía.Openx [71](300x120)

22 de Julio de 2025
Glênio S. Guedes
Abogado de Brasil
En pocos meses, los ojos del mundo se posarán sobre Belém (Pará), portal de la Amazonía, durante la COP30. Delegaciones, científicos y jefes de Estado debatirán el futuro climático del planeta, armados con datos, gráficos y propuestas de alta tecnología. Sin embargo, quizá la guía más lúcida para entender la encrucijada en la que nos encontramos no sea un informe reciente, sino una novela febril, escrita hace un siglo: La vorágine, del colombiano José Eustasio Rivera. Publicada en 1924, la obra es un espejo brutal que, al reflejar la barbarie del ciclo del caucho, ilumina las raíces de nuestros dilemas socioambientales actuales y proyecta una sombra de advertencia sobre las discusiones que se aproximan.
Cuando la ley calla, la literatura grita
Existe un fascinante campo de estudio llamado Derecho y Literatura, que indaga cómo las narrativas moldean nuestra comprensión de la justicia. La vorágine es, tal vez, el caso de estudio más poderoso de América Latina. A principios del siglo XX, mientras el Derecho formal veía la Amazonía como un objeto para ser explotado y a sus pueblos como mano de obra desechable, la literatura de Rivera cumplía una función a la que la ley abdicaba: la del testimonio.
La novela narra el descenso de Arturo Cova al infierno de las caucheras, documentando un sistema de esclavitud por deudas, tortura y masacre. Al darles nombre a las víctimas y describir el método de los verdugos, Rivera redactó un auténtico pliego de cargos. Personificó la selva, transformándola en una entidad viva y devoradora, anticipando en un siglo el debate jurídico que hoy, en Colombia y Ecuador, reconoce a ríos y ecosistemas como sujetos de derecho. La literatura le concedió a la naturaleza la subjetividad que la ley le negaba.
La lección de Rivera y los principios de precaución
El Derecho Ambiental moderno se rige por principios que son, en esencia, antídotos contra futuras vorágines. Dos de ellos son cruciales: el de prevención y el de precaución. El primero exige que se impida un daño ambiental antes de que ocurra. El segundo va más allá: ante la ausencia de certeza científica absoluta sobre un riesgo de daño grave o irreversible, las medidas para evitarlo no deben ser pospuestas.
La vorágine es el retrato sangriento de un mundo sin prevención ni precaución. Es la crónica de un desastre anunciado, donde la codicia arrolló cualquier vestigio de prudencia. Hoy, cuando discutimos el avance de la minería ilegal, la expansión de la frontera agrícola o la construcción de grandes obras de infraestructura en la Amazonía, la lección de Rivera resuena: ignorar los riesgos en nombre del lucro a corto plazo es pavimentar el camino hacia el colapso ecológico y social. La pregunta que la obra nos lanza directamente, en vísperas de la COP30, es: ¿estamos finalmente dispuestos a aplicar el principio de precaución o vamos, una vez más, a esperar la catástrofe para después contar a nuestros muertos?
De los caucheros a los refugiados climáticos: la misma fuga
La figura del cauchero en la novela es la de un hombre aprisionado, un desplazado. Alguien arrancado de su tierra y de su vida, forzado a una existencia miserable por la presión de un sistema económico extractivista. Él es, en su esencia, un refugiado ambiental avant la lettre.
Hoy, el nexo entre degradación ambiental y desplazamiento forzado es innegable. Comunidades enteras son expulsadas de sus territorios por ríos contaminados con el mercurio de la minería, por tierras improductivas a causa del cambio climático o invadidas por la apropiación ilegal de baldíos. Estos son los refugiados o migrantes climáticos del siglo XXI. La dinámica de la expulsión es la misma que Rivera describió: un modelo económico que privatiza el lucro y socializa la devastación, dejando una estela de vidas destrozadas. La vorágine ya no es solo un lugar en la selva, es un proceso global que crea zonas de sacrificio y poblaciones desechables.
El desafío de la COP30: enfrentar la vorágine criminal
La deforestación que hoy asola la Amazonía no es un acto abstracto. Es una operación criminal, ejecutada por redes organizadas que lucran con la destrucción. La violencia que permea la novela de Rivera –la ley del más fuerte, la impunidad de los capataces, la corrupción– es la misma que hoy siega la vida de líderes indígenas, activistas y fiscales ambientales.
El gran riesgo de la COP30 es que se limite a discusiones etéreas sobre mercados de carbono o la exploración de petróleo, mientras la realidad en el terreno sigue siendo dictada por la bala y la motosierra. El éxito de la cumbre en Belém se medirá no solo por metas de reducción de emisiones, sino por su capacidad de generar compromisos eficaces para combatir las economías ilegales y proteger a los guardianes de la selva.
La vorágine nos enseña que con la barbarie no se negocia. Un siglo después, la advertencia de Rivera permanece grabada a fuego en la historia de la Amazonía. O los delegados de la COP30 finalmente la escuchan y actúan con la valentía que la precaución exige o el veredicto de la historia será el mismo de la última línea de la novela, un epitafio para nuestras pretensiones y nuestro futuro: “¡Los devoró la selva!”.
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