13 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 6 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Posmodernismo, posconflicto y posverdad

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Enrique José Arboleda Perdomo

Ex magistrado del Consejo de Estado

 

Tomo prestada la expresión “espíritu de los tiempos” para utilizarla de la manera más elemental: conjunto de ideas, prejuicios, costumbres, odios y amores que combinados permiten explicar (al menos parcialmente) una época. Vivimos tiempos caracterizados por el “pos”, esto es de lo que ya no somos por oposición a lo que fue.

 

El llamado posmodernismo ha consistido en un movimiento cultural de finales del siglo pasado del que tomaremos uno solo de sus elementos: la crítica al racionalismo, especialmente el positivismo, que supone que el ser humano está en capacidad de conocer en forma objetiva los hechos que lo rodean, sean naturales o culturales. Esta crítica consiste en sostener que es imposible el conocimiento objetivo, pues está mediatizado por el lenguaje, que es subjetivo y un producto cultural, y por los metarrelatos, que abarcan el conjunto total de conocimientos humanos, incluyendo las reglas sobre las artes, la ciencia, los mitos, las religiones, la ética, etc. El posmodernismo busca entonces superar esos metarrelatos para generar una verdadera libertad individual que no esté definida por el conjunto de reglas de todo orden que se desprenden de los metarrelatos.

Como todo conocimiento es subjetivo, las reglas serían órdenes impuestas por el poder político, utilizando su capacidad de dominación para imponer aquellos metarrelatos que legitimen su poder. La ciencia, la ética, el Derecho y las costumbres no tienen una base cierta, objetiva, que les permita a las personas y a la sociedad tomarlas como verdaderas y, por lo mismo, obligatorias. El querer individual tiene la virtualidad de primar sobre cualquier idea de bienestar general, pues ambos tienen la misma validez.

 

El Acuerdo de Paz celebrado con las llamadas Farc hace más de un lustro fue visto como la finalización del conflicto armado que había existido en Colombia, que llevó al posconflicto, lo que significa que la sociedad debía adecuar sus comportamientos a la nueva realidad: que no había conflicto armado en Colombia.

 

Uno de los elementos de este posconflicto ha sido la búsqueda de la verdad sobre lo sucedido durante el conflicto que estaríamos superando, que se ha concretado en el Informe Final producido por la Comisión de la Verdad, iniciando los actuales tiempos de la posverdad. Esta verdad se ha divulgado ampliamente y será obligatoria en los establecimientos educativos públicos.

 

¿Qué nos trae esta posverdad? Una gran conclusión: que, en el conflicto, todos los actores, especialmente el Estado y sus instituciones, así como las bandas criminales, los alzados en armas por razones ideológicas, el sector privado, la sociedad civil y las personas que la componen somos igualmente responsables de la violencia. En consecuencia, las actuaciones de todos estos actores son válidas ética y políticamente. No hay buenos ni malos, todos somos iguales y, por tanto, todo vale y es justificado.

 

La llamada paz total está anclada en esta posverdad: toda acción es justificable y, por lo mismo, las reglas jurídicas, incluyendo las leyes penales pueden dejarse de aplicar, pues responden a unos metarrelatos impuestos por quienes ejercieron anteriormente el poder político, que ya no lo ejercen, ya que ha triunfado el gobierno del cambio. Entramos en los tiempos de la posverdad y la pospolítica tradicional.

 

El espíritu de los tiempos que parece caracterizar la actual sociedad colombiana es la del posmodernismo, pues hemos dejado atrás lo que podríamos llamar grandes valores republicanos, fruto de más de 200 años de historia democrática, como la institucionalización del poder político, la nacionalidad y ciudadanía, el interés general, el pueblo como un todo, la ley como emanación de la soberanía y la no negociación de la ley penal, para cambiarlos por el poder personal del líder, el ciudadano por el partisano, el interés general por el de grupos particulares, el pueblo por las comunidades, la ley y, en especial, la penal, como metarrelato no obligatorio, y muchos etcéteras más.

 

Concluyo con esta reflexión: con este cambio político se pretende realizar un pacto social, una paz total, la unidad de todos y otras declaraciones similares. Si de entrada se niega la posibilidad de que existan principios y valores culturales y políticos generales, ¿alrededor de qué lograremos esa unidad? Las ideas de nación, de pueblo, de cultura, de valores comunes, de historia compartida, etc., permiten esa unidad alrededor de estos criterios, pero si ya no existen, ¿qué va a suceder? ¿Será que la presencia de un gran líder carismático suplirá la carencia de unos valores e historia compartidos por todos?

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