14 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 5 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Columnistas

Thomas Piketty y la libre competencia

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José Miguel De la Calle

Magíster en Derecho (LL. M) de la Universidad de Harvard (EE UU)

jmdelacalle@dlplegal.co

 

 

Vale la pena mirar lo que enseña el famoso economista francés Thomas Piketty sobre la libre competencia y cuál es la aplicación de su pensamiento en el ámbito de las políticas públicas en materia de distribución del ingreso.

 

Las columnas publicadas por este pensador durante varios años en el diario Libération dejan ver una constante: la defensa de un nuevo “Estado de bienestar”, bajo el convencimiento de que las leyes del libre mercado resultan insuficientes para corregir la tendencia que vienen mostrando las economías de la mayoría de los países hacia una mayor concentración de la riqueza en pocas manos. La nueva política de bienestar por la que propugna Piketty centra su mayor atención en la necesidad de refundar completamente el sistema tributario mundial y el sistema previsional, para que mediante reglas homogéneamente aplicables por todos los Estados se logre gravar el capital, más que el ingreso o la renta, con un impuesto global progresivo, bajo el principio “a igual ingreso, igual impuesto”.

 

En El Capital en el Siglo XXI, su obra más reconocida, el autor demuestra con cifras exactas, basadas en los trabajos de Kuznets, que si bien después de la década de los años cincuenta se vivió un periodo atípico de desconcentración de la riqueza, desde los años ochenta se ha retomado una tendencia divergente en la distribución de la riqueza, que se explica por el fuerte crecimiento en la inequidad salarial y por las distorsiones actuales en los sistemas tributarios, que han permitido que la tasa de retorno del capital sea superior a la tasa de crecimiento del ingreso.

 

En ese sentido, es mayor la dificultad que enfrenta un asalariado para consolidar un capital, que la que tiene que enfrentar un rentista de un capital previamente establecido para ver incrementada su riqueza. Así, los incentivos de la economía se ponen del lado contrario de la meritocracia y la movilidad social. Por ello, como dice Piketty, la clave está en que algún día logremos que la democracia domine al capitalismo y no viceversa, en el sentido de conseguir que los sistemas se organicen para privilegiar a las mayorías y no a las minorías que perciben elevadísimos salarios y pagan proporcionalmente menos tributos.

 

Las reglas de la libre competencia hacen un gran trabajo para lograr regular los mercados sin necesidad de grandes medidas intervencionistas, permitiendo que la economía fluya en una tendencia habitualmente positiva hacia la mejora de las calidades de los productos, y la generación de más opciones de servicio y mejores precios, todo en beneficio de los consumidores. Una economía abierta y altamente competida debería generar, incluso, los incentivos suficientes para que los productores se mantengan en una constante vocación innovadora en busca de defender el margen de ganancia que, de lo contrario, se iría menguando y trasfiriendo hacia los mejores oferentes.

 

Sin embargo, retomando las lecciones de Piketty (y de muchos otras economistas en el pasado), la libre competencia no lo resuelve todo, especialmente en lo que se refiere a la redistribución del ingreso y la búsqueda de una sociedad más igualitaria. Las cifras demuestran que la intervención del Estado es hoy más necesaria que nunca para corregir la tendencia divergente que ha llevado a que el 1 % con mayor riqueza de la población mundial sea dueña del 65 % del PIB mundial.

 

Para invertir esa tendencia, es necesario trabajar muy duro en el estímulo de los factores que presionan de manera más radical a la economía hacia la convergencia, como lo son la difusión y transferencia de conocimientos, la inversión en entrenamiento técnico enfocado al crecimiento de la productividad y la promoción de nuevos mecanismos que premien la meritocracia. Como diría James Robinson (¿Por qué fracasan las Naciones?) en otras palabras muy aplicables a nuestro país: la solución está en la eliminación de las élites de poder político y económico.

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