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23 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 2 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

El libre comercio y las guerras económicas: ¡Gracias, prefiero lo hecho en casa!

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Adriana Zapata

Doctora en Derecho

 

Las bolsas mundiales han respondido con nerviosismo a los anuncios del gobierno estadounidense de imponer aranceles a productos foráneos, especialmente los de China, al considerarlos artificialmente más económicos que los locales.

 

Mientras las demás potencias observan cautas el desarrollo de estos acontecimientos, con precisión de relojero, la diplomacia china responde rápidamente con medidas equivalentes aplicadas sobre productos norteamericanos oriundos de Estados de la Unión favorables al actual presidente. Esto deja en evidencia que el libre comercio no es un ente puro que pueda funcionar sin el influjo de la política.

 

El libre comercio no es la panacea, presenta grandes imperfecciones, inconvenientes que quedan ahora más expuestos a medida que avanza la globalización: deslocalización de la producción por cuenta de las inequidades en las condiciones de contratación de empleados, economías de servicios muy desarrolladas en países con limitaciones geográficas y demográficas, en fin, avance de la economía digital que pulveriza los límites territoriales.

 

Para contrarrestar los efectos perversos del proteccionismo, los Estados optaron en su momento por darse un marco normativo de alcance mundial, como fue el caso de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que ofrece a la comunidad internacional una instancia para fijar los acuerdos y las reglas del comercio mundial y resolver las diferencias que surgen de los intercambios: tampoco pudo el libre comercio desprenderse del Derecho.

 

Esta solución multilateral ha mutado en los últimos tiempos hacia fórmulas regionales y bilaterales, como los acuerdos de integración y los tratados de libre comercio, en los cuales se ha dado por incorporar, recientemente, compromisos muy importantes en materia de estándares de respeto a los derechos humanos, al medioambiente y a los derechos de los trabajadores, como respuesta a la necesidad de racionalizar el comercio mundial: tampoco el libre comercio puede dar la espalda a lo social.

 

La concurrencia de estas dos vías de regulación del comercio -multilateralismo versus bilateralismo y regionalismo- ha generado no pocos problemas, como la incertidumbre de saber cuál es el camino que deben tomar los Estados para resolver un diferendo en concreto -si la de la OMC o los paneles previstos en los acuerdos particulares- y, por lo mismo, una gran confusión sobre la jerarquía entre estas fuentes normativas. Pero, al final del día, si hay algo cierto es que hay normas, de manera que las determinaciones unilaterales, como las anunciadas medidas de imposición de aranceles, no parecen estar justificadas.

 

Aunque nos sentimos emocionalmente más identificados con preferir lo “hecho en casa” para proteger nuestras industrias injustamente amenazadas, a la hora de la mano en el bolsillo, es la economía de los hogares la que define. Lo cierto es que si los bienes o servicios locales no son tan buenos o son más costosos -por cuenta de la geografía o de la madre naturaleza o de los acontecimientos de la historia, que han favorecido a los Estados con ventajas competitivas-, no hay razón para imponer al consumidor una lógica distinta que la de cuidar su peculio familiar, lo cual va de la mano del hecho de que los Estados pueden acudir, cuando es el caso, a los mecanismos de protección negociados para corregir los ilícitos.

 

La OMC es uno de los tres pilares que desde la conferencia de Bretton Woods de 1944 se definieron como vitales para la paz mundial, al lado del puntal monetario y del financiero. Muchos años debieron pasar antes de que esta iniciativa para el comercio viera formalmente la luz en el año de 1995, en el entendido de que la lucha contra el proteccionismo es una necesidad para la paz mundial, pues las guerras comerciales pueden no quedarse ahí. Todo lo anterior nos lleva a dos a conclusiones: que el diálogo multilateral es siempre la mejor opción y que el libre comercio -como la democracia- no es la panacea, pero, por ahora, no tenemos nada mejor.

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