Balón dividido
José Miguel De la Calle
Socio de Garrigues
jose.miguel.delacalle@garrigues.com
Viendo un maravilloso partido del Manchester City en la Liga Premier, analizaba en mi mente que las ligas europeas se las han arreglado para producir un extraordinario espectáculo milimétricamente organizado y para cuidar que el futbol mantenga reglas uniformes y estrictas, a pesar de lo complicado que podía haber sido regular equitativamente un juego en donde se generan muchas jugadas polémicas y se contraponen las opiniones fanáticas de las dos partes en disputa.
Tal vez, los procesalistas van a tomar esto como un sacrilegio, pero mi propuesta de hoy es repensar el Derecho para que privilegiemos, por encima de todas las cosas, la seguridad jurídica y el principio de la prevalencia de la sustancia sobre la forma. El ordenamiento jurídico no puede tener otra finalidad que servirle a la sociedad a darle curso a sus intereses legítimos y a resolver sus problemas. Solo en un país kafkiano como el nuestro, los doctrinantes se pasan la vida discutiendo si un asunto corresponde a una jurisdicción u otra y los jueces no tienen pena en despachar desfavorablemente un caso después de 10 años de litigio, porque el demandante acudió al “juez equivocado”, según su propio análisis. Es como si el neumólogo y el otorrinolaringólogo se quedaran frente al paciente viéndolo morir, mientras discuten a qué especialidad corresponde el caso.
El Derecho no puede ser un fin en sí mismo, como creemos los abogados, como si fuera una faceta superior y esotérica del pensamiento, sino un mecanismo práctico que sirva para resolver con prontitud las controversias y los trámites. Mi propuesta, que he llamado balón dividido, apunta a que los debates jurídicos se enfoquen sobre lo que es verdaderamente controversial y problemático y, en todo caso, se resuelvan en un plazo preciso, privilegiando la continuidad del proceso y su terminación en tiempo. El partido tiene que continuar y el calendario del campeonato tiene que cumplirse, porque así lo quiere toda la sociedad.
La calidad de la justicia no es un asunto que interesa solo a los abogados, los jueces y las partes. Cuando el Derecho se torna impredecible, arriesgado, ambiguo y demorado como el nuestro, se elevan los costos de transacción de los negocios jurídicos y se desincentiva la inversión pública y privada. Solucionar el problema de justicia y dar certeza al Derecho es esencial, si queremos alcanzar el sueño de un país desarrollado. La buena justicia es un asunto primordial que interesa a toda la sociedad.
No le demos más vueltas. El juez debe operar bajo indicadores de gestión y evaluaciones de competencia y resultados, y de eso debe depender su continuidad en el cargo y su posibilidad de ascenso. Nos tenemos que poner serios con la carrera judicial. El abogado debe ser sancionado severamente si dilata injustificadamente el proceso, como se sanciona en el futbol al jugador que simula una falta. Debería limitarse fuertemente el número de declaraciones de terceros y sobre cada parte debería pesar una mayor responsabilidad en el suministro leal de toda la información que le consta o repose en su poder, excepto en el ámbito de lo penal, donde opera el principio de no autoincriminación.
Si se elimina el entramado teatral que subyace en el proceso y se prohíbe de plano el jueguito de los abogados de manipular la verdad, se rompería el mito de la llamada verdad procesal y los procesos se concentrarían en la leal apreciación de los hechos, a luz de la leal apreciación del Derecho. Entendido el problema jurídico, un juez experimentado no tendría por qué tomarse más de unas horas o días para sentenciar un caso.
El cierre del círculo está en la recuperación de la autoridad de los jueces, quienes deben quedar con poderes suficientes para instruir rigurosamente a las partes y los abogados y sacar las tarjetas amarillas y rojas que corresponda para mantener el control pleno del proceso y asegurar el objetivo final: una justicia pronta, simple y eficaz.
Opina, Comenta