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23 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 28 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

¿Vientos de recesión?

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Julio César Carrillo Guarín

Asesor en Derecho Laboral, Seguridad Social y Civilidad Empresarial

carrilloasesorias@carrillocia.com.co

 

No es mi propósito inmiscuirme en áreas en las que sabios especialistas tienen la palabra ni tampoco generar pánico. Es una llamada a la prevención entendiendo por tal estar por encima de la fatalidad.

 

Pero algo pasa cuando, en medio de criterios dispares respecto del crecimiento de nuestra economía, el desempleo llega al registro perverso de dos dígitos y la informalidad crece.

 

Que EE UU y China están en guerra comercial, que el peso pierde valor frente al dólar, que las bolsas transitan una verdadera montaña rusa entre caídas y levantadas, que la construcción se desacelera, que la corrupción no para… Todo deja de oírse distante cuando en la vida cotidiana grandes empresas anuncian que se encuentran en serias dificultades y deben adoptar medidas de ajuste para evitar la debacle o cuando legendarios proyectos productivos se ven en la imperiosa necesidad de hacer esfuerzos para terminar su actividad dignamente.

 

Sí. No tan lejanas se oyen también esas voces para la persona que en el drama del día a día, en medio de la incertidumbre, observa con angustia que hay un algo que, cual corriente caudalosa, se acerca anunciando desempleo o serias dificultades para conseguirlo.

 

Cuando algo así puede suceder es que cabe preguntarse: ¿Está nuestra legislación laboral vigente preparada para abordar una tarea de salvamento capaz de ayudar en momentos difíciles? ¿Invita a la generación de empleo en condiciones razonables de justicia y dignidad, acordes con la necesidad de abrir espacios para apoyar crecimiento con instrumentos contractuales, de remuneración y de pago de aportes de manera ágil y fluida? ¿Es capaz de acompañar con la presteza que requieren las medidas económicas para reactivar el bienestar al que todos tenemos derecho?

 

Y por primera vez en mucho tiempo empresarios, sindicatos y comunidad parecen estar de acuerdo en que nuestra legislación laboral adolece de una rigidez afortunadamente salvable.

 

El punto no es el hecho de que un grupo de congresistas de EE UU se quejen por la informalidad creciente; tampoco la expedición a modo de reforma de otra estructura normativa igualmente rígida, construida en un sanedrín de ideologías a espaldas de lo que objetivamente se necesita, sin considerar instrumentos tales como los Objetivos de Desarrollo Sostenible para eliminar la desigualdad y la pobreza o como los Principios Rectores de Derechos Humanos y Empresa de las Naciones Unidas.

 

No soy partidario de utilizar la expresión “flexibilizar”, porque ha sido asimilada a la pérdida de derechos laborales. Me refiero a una estructura legislativa dinámica, un modelo algorítmico normativo que no excluya, sino incorpore; que sea idónea para abrir espacios en categorías de trabajo por tiempos puntuales, con salarios y aportes a la Seguridad Social igualmente dinámicos, con posibilidad de servir de timón al barco de lo productivo para virar velozmente cuando los icebergs de los avatares de la producción lo exijan.

 

Una legislación que sea producto de un ejercicio participativo a gran escala que incluya lo que piensan los desempleados, los trabajadores de los distintos sectores y los empresarios que celebran pactos de productividad para incentivar el empleo con una legislación que no les permite abrir espacios para labores por horas, fines de semana, temporadas, épocas cíclicas de producción, ajustes en situaciones difíciles…

 

Por qué no, a la par con estructuras ordinarias, diseñar capítulos que, participativamente consensuados en cada comunidad empresarial, generen empleo que haga posible incrementar oportunidades de contratación laboral dúctiles y acordes con la realidad de la empresa de la que se trate, respetando unos mínimos.

 

¿Qué nos diría un desempleado que lleva tiempos sin la oportunidad de un trabajo formal? ¿Qué nos respondería ese desempleado desde la humildad angustiosa del que nada tiene ante la mirada de pronto indolente del que creyendo tenerlo todo para siempre puede perderlo en un instante?

 

Es en la dificultad que se requiere hablar de comprensión y liderazgo con sentido de cooperación haciendo del diálogo el camino para construir las mejores soluciones y convertir esa dificultad en una oportunidad para “que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar”, como lo sostiene Estanislao Zuleta en su ensayo Elogio de la dificultad.

 

No hay que esperar a que llegue lo insostenible para obrar con cordura y sentido de unidad, pero si llega, es preciso estar preparados para no perder la vitalidad jurídica que se requiere. Solo que no es deseable que nos digan que soplaban vientos, llegó el vendaval y nada hicimos.

 

En suma, es superar la mirada microscópica del empleo por una que tenga en cuenta lo que este significa para la vida de las personas, especialmente en momentos en los que no hay tiempo para polémicas estériles o egoísmos políticos. 

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