Reformas
Julio César Carrillo Guarín
Asesor en Derecho Laboral, Seguridad Social y Civilidad Empresarial
carrilloasesorias@carrillocia.com.co
Hay palabras que viven en el anonimato de lo cotidiano y de pronto adquieren dimensiones explosivas. Su sola mención se vuelve motivo de rechazo y si se mezclan con lo laboral o lo pensional el tema se vuelve “tabú”, precipita la movilización ciudadana y hay que hablar de ellas en voz baja.
¡No a las reformas laboral y pensional! ¡Sí al cambio!
Queremos que haya más empleo formal digno, sin reforma; queremos que se aumente el número de quienes tienen el privilegio de recibir una pensión, sin reforma; queremos que el sistema de protección para la vejez no colapse, pero sin reforma.
El problema en verdad no son las reformas. El problema es en qué, por qué, para qué y especialmente cómo.
En la dinámica de lo jurídico y su misión de armonizar la interacción humana, así como cambia la vida y cambian los contextos, así también la ley requiere adecuarse para que el Derecho no termine alejado de la realidad, a espaldas de lo que las personas necesitamos o, lo que es peor, preservando indolentemente un statu quo en el que es difícil acceder a un trabajo digno o a una protección pensional que permita extender esa dignidad al llegar la vejez.
Resulta contradictorio marchar por el cambio y, a la vez, protestar contra “las reformas”.
La reforma laboral –un nuevo Estatuto del Trabajo– es una orden consagrada en el artículo 53 de la Constitución Política desde 1991, que, como no se ha cumplido, ha tenido que ser matizada por la jurisprudencia constitucional, haciendo de los principios que allí se describen unas guías para aplicar lo vigente y, a punta de sentencias, las leyes laborales que son de mediados del siglo pasado, han sido objeto de múltiples reformas parciales sin coherencia que, vía inexequibilidades o exequibilidades condicionadas, han generado una estructura en la que lo que aparece ya no es como allí se dice, sino diferente según la circunstancia.
Es necesario protestar contra quienes se oponen a que haya un Estatuto del Trabajo acorde con las necesidades de este tiempo, que plantea contrastes, tales como las nuevas formas de trabajo generadas por los avances tecnológicos y, a la vez, la precaria situación del trabajo rural. Todo ello en medio de una informalidad y un desempleo crecientes.
Hay que protestar contra la ausencia de voluntad colectiva para sacar adelante una reforma construida participativamente que considere categorías de trabajo y niveles de empleadores, en ambientes laborales con condiciones que, sin afectar mínimos vitales ni derechos irrenunciables, abra puertas, recoja coherentemente enseñanzas jurisprudenciales y se adecúe a las exigencias del siglo XXI.
Y en lo pensional con mayor razón. Se protesta porque “quieren acabar Colpensiones” o porque el régimen privado, el de los fondos, el Régimen de Ahorro Individual con Solidaridad (RAIS), no cumplió lo prometido y al hacer los cálculos y proyecciones comparativas con el Régimen de Prima Media (RPM), el de Colpensiones, este régimen termina siendo sensiblemente más favorable a la hora de establecer el valor de la mesada… Y empieza la desbandada del RAIS al RPM, el cual, sobrecargado y herido en su método de sostenibilidad financiera, tiende a desaparecer no porque alguien lo desee, sino porque necesita ser objeto de una valoración técnica, pedagógicamente divulgada y socialmente alejada de las voces de quienes solamente les interesa avivar la protesta para su ego o su interés político o simplemente por su miedo de sentirse engañado al final de los tiempos.
Son reformas sensibles, sí. Lo ocurrido en Francia, país que pareciera tener resueltos estos problemas, es un ejemplo de esta sensibilidad. Es necesario proponer una metodología seria que, aprovechando los avances tecnológicos y acudiendo al derecho comparado, aterrice en nuestra realidad nacional y haga entender que en materia de reformas “lo suyo de cada cual” no es lo que a cada quien le sirva. Es decir, que no es posible reformar con base en una ética de máximos de felicidad, sino –parodiando a Rawls– sobre mínimos básicos que desarrollen el concepto de razón pública y no el de un gremio, un sector, una federación o un partido.
Parece imposible lograrlo; no serán reformas perfectas… pero son necesarias.
Protestemos no porque vienen reformas, sino para que las haya, pero que sean responsables, incluyentes y técnicamente bien estructuradas.
De lo contrario, mientras la ciudadanía en su laberinto marcha, el desempleo crece, la informalidad toma ventaja y la desprotección de la vejez adquiere proporciones cada vez más complejas.
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