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16 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 2 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

21,4 %

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Julio César Carrillo Guarín

Asesor en Derecho Laboral, Seguridad Social y Civilidad Empresarial

carrilloasesorias@carrillocia.com.co

 

En este tiempo cada día que pasa tiene aroma de intensidad. El mes de marzo parece historia lejana. Como en una especie de sismo, lo que en un comienzo parecía un movimiento suave va adquiriendo connotaciones sociales graves y de gran complejidad.

Y se dictaron medidas temporales de excepción para promover la conservación del empleo: posibilidad de retiro del auxilio de cesantía para trabajadores con disminución del ingreso mensual, facultad para avisar el reconocimiento de vacaciones con un día de antelación, ayuda de dos salarios mínimos legales mensuales vigentes (SMLMV) distribuidos en tres mensualidades para trabajadores cesantes que cotizaban al subsidio familiar en las categorías A y B (D. L. 488/20); se redujo el aporte a pensiones a un 3 % por abril y mayo, se abrió la puerta para el traslado de los fondos de pensiones a Colpensiones para pensionados con mesada de un SMLMV y en modalidad de retiro programado (D. L. 558/20), y se creó para los meses de mayo a agosto el auxilio para empleadores que acreditaren disminución de ingresos del 20 %, según metodología del Ministerio de Hacienda, equivalente al 40 % de un SMLMV y respecto de trabajadores no afectados por suspensión temporal o licencia no remunerada (D. L. 639/20 y 677/20).

 

En fin, mientras esté vigente la emergencia sanitaria, se establecieron mecanismos de protección al cesante, flexibilización para aplicar jornadas de trabajo, posibilidad de acordar pago diferido de la prima de servicios y auxilios en trance de reglamentación, uno para el empleador, respecto del pago de la prima de servicios del primer semestre, y otro para los trabajadores en suspensión contractual (D. L. 770/20).

 

Pero el virus no da tregua y el dilema entre el cuidado de la salud para evitar la debacle hospitalaria y la reactivación de la economía en orden a retomar la vitalidad productiva, en un contexto de gran fragilidad en términos de pobreza, informalidad, corrupción e indisciplina ciudadana, arroja cifras y estadísticas en el hoy –cuando escribo esta reflexión (jul. 1°/20)– con una tasa de desempleo para mayo del 21,4 % (total nacional) que en 13 ciudades y áreas metropolitanas llega a un 24,5 %, es decir, más de 4.900.000 personas sin trabajo que reflejan el drama de la desaparición de miles de empleadores, a la par con un lamentable número de más de 3.300 personas sin vida.

 

Si apartamos la mirada de lo cuantitativo, de lo técnico y abordamos lo cualitativo: los rostros, sus historias de afectos y sus sueños, podríamos entrar en un pánico y en una perplejidad paralizante, que fácilmente deviene en culpas y miradas perdidas cuya lamentación puede transformarse en discusiones inútiles, pérdidas de unidad y encasillamiento en polarizaciones propias de otros tiempos que llamábamos “normales”. Si esta historia que se encierra en un frío 21,4 % no nos invita a algo más profundo, ¿qué podrá entonces estremecer el espíritu colectivo de humanidad, refundido entre soberbias, apegos y miedos?

 

Debemos sentirnos invitados a desatornillar muchos comportamientos predecibles de distancia. Urge que en medio de una realidad de esta naturaleza se eviten actitudes tendientes a impedir acuerdos que permitan revisar contratos de trabajo y convenciones colectivas con causa en la evidente alteración de la normalidad económica (CST, arts. 50 y 480); urge que los empleadores que van quedando congreguen a su comunidad laboral en torno a la conciencia de la mutua solidaridad sin arrasar los mínimos legales; urge abrir canales normativos, estructurales y permanentes que atenúen rigores no indispensables y protecciones excesivas que de nada sirven para curar el desempleo cuando aparece el 21,4 % y la informalidad crece.

 

Es el momento para seguir caminando en unidad sin perder la riqueza de la diversidad. No es tiempo para polarizaciones inútiles, los apegos políticos, los enquistamientos ideológicos... como si lo mejor para acometer la avalancha fuera discutir culpas y responsabilidades y no promover acuerdos... construir bondad.

 

De qué le puede servir al ser humano que vive y siente detrás del 21,4 %, saberse de izquierda, de centro o de derecha, exempleador o extrabajador, si no hay trabajo... si no hay vida.

 

No perdamos el anhelo de vivir mientras sea posible. Mientras haya vida, hay camino por donde transitar. Pero empecemos desde nuestro entorno cotidiano a ensayar solidaridad, comprensión, desapego, humildad, para que, si el virus ataca, no nos quede un ápice de duda de estar haciendo lo que dice nuestra voz interior de seres humanos buenos que quieren ser felices en medio de otros seres humanos con similares aspiraciones.

¡Lo correcto es nuestra fuerza!

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