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25 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 2 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

La tragedia del señor Smith

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Javier Tamayo Jaramillo

Ex magistrado de la Corte Suprema de Justicia y tratadista

tamajillo@hotmail.com

 

Conocemos la tragedia del actor Will Smith en la entrega reciente de los premios Oscar, cuando golpeó al maestro de ceremonias por una desafortunada e inapropiada chanza de este contra la mujer del actor, en medio del espectáculo.

 

Quiérase o no, este hecho que, a diario se repite y pasa desapercibido en el mundo entero, será el punto de partida para largas discusiones éticas y políticas, y para investigaciones académicas de los sicólogos sobre la ilicitud del comportamiento humano, todo porque el señor Smith fue presa de sus impulsos delante de mil millones de espectadores. Smith está enjaulado recibiendo las más atroces ofensas y críticas de los “sabedores” de la ética y de los dueños del espectáculo. Veamos algunas de las aristas que se pueden presentar.

 

En primer lugar, para sanear la discusión, desde ya, tomo partido por la justificación ética de la conducta del señor Smith, aunque entiendo lo antisocial de su comportamiento. En efecto, todos aquellos que, desde los medios de comunicación, buscan la solución más fácil para establecer, de entrada, lo políticamente correcto, se han ido lanza en ristre contra el ganador del Oscar por no haber controlado sus impulsos. Ignorantes o hipócritas, han olvidado que, si algo de primario hay en la naturaleza humana, son las reacciones primarias que buscan devolver de inmediato, irracionalmente, agresiones contra la persona que injustamente la ha injuriado o dañado. ¡Todo se perdona menos el ridículo en que nos deja una ironía sin motivo!

 

Salvo los que, por temperamento o por terapia, que son la excepción, pueden controlarse, lo cierto es que el común del universo se sale de casillas con más o menos facilidad, pero casi nadie lo enjuicia o castiga. Cuántos hombres descargan su violencia irreprimible contra los que los atacan injustamente. No se justifica, pero se explica. Lamentablemente, esas reacciones primarias son ancestrales y, casi siempre, carecen de razonamiento previo al acto. Yo no las defiendo. Simplemente, entiendo que la mayoría de la sociedad, sin culpa de su parte, reacciona de igual manera, pero nunca lo hace frente al 20 % o más de la humanidad como espectadora.

 

Porque, aquí, todo se juntó en contra del agresor. Los antecedentes de las relaciones entre el presentador ofensivo y el artista no eran las mejores. Y el primero aprovechó su oportunidad para abusar de su derecho a expresarse, para tomar venganza definitiva de su contendor, seguro de que este no podría defenderse. No pudo haber encontrado escenario más seguro para su ofensa. Súmesele a lo anterior que, si uno mira ciertos videos que captaron la escena desde diversos ángulos, verá que la esposa ofendida y humillada, con razón, miro a su esposo, como diciéndole, “¿me vas a dejar sola y maltratada?”. Todo en milésimas de segundos.

 

Afortunados los que se controlan en una situación de esas, pero no es reprochable éticamente la reacción de la víctima de semejantes ironías para su esposa. En un momento de esos, un ser normal, que se comporte como cualquier ser humano, solo desea matar, aunque sepa que no lo hará. Tampoco podrá esperar a que pase la ceremonia de la que se prevalió el ofensor para montar su espectáculo premeditado, para hacerle un reclamo. Su insuperable ira solo se desahogará irracionalmente vengándose en la misma proporción de la ofensa recibida. Que en el mismo instante y ante el mismo público la ofensa sea devuelta. Pero, entiendo que lo éticamente irreprochable no siempre es admisible y debe ser evitado. Otra cosa es la sanción.

 

Además, no se puede olvidar que, acá, un afroamericano defendía a su mujer también afroamericana del ataque de quien actuaba sobreseguro. ¿La libertad de ridiculizar deliberadamente a una mujer a causa de su enfermedad, en un escenario público será un bien superior al derecho de autoestima de la víctima? ¡Nunca!

 

¿Será justo destruir, por un instante de irracionalidad, la vida y obra de un hombre de raza negra que, con esfuerzo, ha logrado el éxito, cuando se sabe que similares conductas ocurren seguido en el mundo entero? Para evitar que el hecho se repita, que no lo vuelvan a invitar, o que se someta a una terapia, y así el genial presentador seguirá haciendo de las suyas.

 

Finalmente, para que no falte, queda por discutir si demandado el señor Smith por el abofeteado, cabe una demanda de reconvención, y si hay exoneración por culpa de la víctima. Advierto que la respuesta no es fácil. 

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