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Columnistas

Buenas noticias

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Salomón Kalmanovitz

Economista e historiador

 

 

Dos buenas noticias sacudieron el ámbito económico durante el mes de septiembre. La primera tuvo que ver con un descenso importante de la inflación anual, que pasó del 9 %, en julio, al 8,1 %, en agosto, obedeciendo a la caída en los precios de los alimentos: si su incremento anualizado en julio fue del 15,7 %, en agosto había descendido al 13 %, con la perspectiva que continúe el mismo curso en lo que resta del año. En otras ocasiones, el aumento de la inflación, y en especial la de alimentos, ha despertado la protesta social que pudiera complicar las cosas para un gobierno empeñado en reducir la conflictividad.

 

La segunda buena nueva tuvo que ver con una corrección del déficit en cuenta corriente que podía tener consecuencias sobre la percepción de riesgo que se tiene sobre el país, que de seguir tan mal podía propiciar una fuga de capital y con ella una profunda recesión. Los economistas llamamos a esta situación una parada súbita del financiamiento de la economía, con la que se produce su colapso. A fines del 2014, el déficit alcanzaba 19.460 millones de dólares, equivalente al 7,2 % del PIB, en el 2015 se mantenía cerca a los 19.000 millones de dólares, pero la proyección del 2016 está en 12.500 millones, un 4,2  % del PIB. La reducción de este déficit se debió a una disminución tanto de las exportaciones como de las importaciones, como también de una menor remisión de utilidades de las empresas petroleras y mineras, agobiadas por la baja de sus precios internacionales.  Igualmente, jugó su papel un aumento de la inversión extranjera de portafolio, que se arriesgó a comprar deuda del Gobierno colombiano frente a la sequía de oportunidades en el mundo desarrollado.

 

La política monetaria puede, entonces, dejar de apretar la economía, pero no cambiar de postura hasta que se confirme que estamos en una senda de descenso de la inflación y que la economía continúa cerrando su déficit con el resto del mundo. Algunos dirigentes gremiales están exigiéndole al Banco de la República que baje su tasa de interés y hay quien aconseja que se relaje la disciplina fiscal ante el posconflicto. Una de las líneas rojas que no pudo traspasar las Farc durante la negociación de los acuerdos de paz fue su pretensión de participar en decisiones de política fiscal o monetaria, que hubieran propiciado la pérdida de confianza en las instituciones y, en efecto, hubieran cambiado el modelo económico.

 

La inflación tan alta que tuvimos fue producto de un triple golpe: una devaluación excesiva, una sequía prolongada, pero, no menos, una demanda agregada muy fuerte. Tanto el déficit en cuenta corriente como el déficit fiscal reflejan unos excesos de gasto privado y, obviamente, de gasto público. Se estaban perdiendo, entonces, los equilibrios macroeconómicos fundamentales, algo que las políticas públicas deben encarar en forma decidida. Por eso, la política monetaria no debe fomentar el gasto privado reduciendo las tasas de interés hasta no ver reducida, suficientemente, la demanda por importaciones; el Gobierno tampoco debe aumentar su gasto, a menos de que trepe el recaudo tributario acordemente, algo que se comenzará a develar con la reforma tributaria en ciernes.

 

La tercera noticia fue la firma de la paz, cuyas consecuencias económicas son buenas aunque difíciles de cuantificar. Lo acordado tendrá un costo fiscal que se extenderá a lo largo de una década y media; podrá ser financiado con impuestos, crédito y con la eventual reducción del presupuesto de guerra.

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