Columnistas
Propuesta para la Universidad Pontificia Bolivariana
Javier Tamayo Jaramillo Exmagistrado de la Corte Suprema de Justicia y tratadista
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Cómo duele ser egresado bolivariano en estos momentos grises, en los que desde todos los lados llueven ofensas, argumentos, descalificaciones e intolerancias. Como me decía con dolor un egresado que hoy ocupa las altas dignidades del Estado: “Ni habiéndola planificado, habría salido tan perfecta la cadena de errores cometidos”, por todos los que de una u otra forma tuvimos que ver en los hechos que concluyeron con la cancelación del congreso que se celebraría en Cartagena para conmemorar los 75 años de la universidad, en octubre, y la consiguiente salida de Cristina Gómez Isaza, como decana de la Facultad de Derecho.
Pero qué orgullo ser bolivariano en estos momentos de dificultad en los cuales la solución, si no queremos que la institución desaparezca, es proponer salidas que reconstruyan la confianza de los mismos egresados y de la sociedad en general. Pero los hechos son tozudos, no hay forma de desmentirlos, y no queda más remedio que reafirmar con nuevos hechos el carácter democrático de nuestra alma máter. Porque la Bolivariana es capaz de demostrar que ella es y ha sido tolerante y pluralista. No trato de justificar ni de minimizar la cancelación lamentable del evento. Pienso simplemente que si la historia razonara, ello no debió haber sucedido, porque me consta que hace un tiempo el mismo rector aceptó y sostuvo, delante de estudiantes y profesores, dentro de la misma universidad, un debate claro y abierto sobre el aborto, con un distinguido exmagistrado de la Corte Constitucional, pese a que el exmagistrado tenía una posición contraria a la de la Iglesia sobre su despenalización.
Todo el que ha opinado sobre el asunto, en público y en privado, unánimemente rescata el pluralismo que siempre ha existido en la universidad, sin que ella haya tenido que renunciar por tal motivo a sus principios católicos. Pero lamentan, como me lamento yo, la cancelación del congreso. Empero, ese hecho, así no se comparta, no puede considerarse como la historia pasada y futura de la universidad. Son los hechos en general los que prueban si ha habido y si habrá tolerancia y pluralismo. Los grandes pensadores se han equivocado en sus escritos, pero la historia en general los reivindica en su verdadera dimensión totalizante. Un solo hecho afortunado o desafortunado no puede ser la fotografía congelada de la historia de una institución o de una persona. Heidegger fue nacional socialista, pero grandes demócratas defienden su obra filosófica en lugar de lanzarlo a la fosa del olvido. Y hombres perversos han tenido momentos aislados de grandeza y de generosidad, sin que por ello la historia los absuelva. Las instituciones son ideas finalistas que se mueven por medio de sus miembros. Por lo tanto, la discrepancia ideológica o la emoción del momento coyuntural no pueden enlodar a egresados de 75 años de existencia de la universidad. Y los actuales profesores y alumnos que nada tuvieron que ver con lo sucedido no pueden seguir soportando el estigma que se les quiere cargar, como si ellos fueran responsables.
Busquemos continuar siendo lo que siempre hemos sido: aún recuerdo que, en materia de Introducción al Estudio del Derecho, fuimos formados, sin distorsiones ni apologías, en la más profunda ortodoxia Kelseniana; pero en la clase siguiente, otro profesor de grata recordación, nos enseñaba Filosofía en general y nos obligaba a leer las cuatro tesis de Mao y el realismo aristotélico, todo ello aunado a su denuncia de los grandes desequilibrios sociales y a la necesidad de ser capaces de reflexionar sin ataduras. Al año siguiente, mi venerado maestro Enrique Giraldo Zuluaga, que en su calidad de decano había nombrado como profesores a los dos anteriores, dictaba su cátedra de Filosofía del Derecho, dentro de la más ortodoxa fe cristiana y sobre la base del pensamiento del profesor Giorgio Del Vechio. Años más tarde, presenté mi tesis de grado, influenciado por la obra de Luis Recasens Siches. Dos de estos profesores fueron mis jurados y no hubo un solo comentario o sugerencia en contra, pese a mi visión tridimensional del Derecho, que todavía defiendo.
Pienso que el señor Rector sigue siendo fiel a esa filosofía pluralista, a condición de que no se utilice la universidad para hacer la apología unilateral de un anticristianismo descalificador, ni de una evangelización cristiana unilateral de los estudiantes y de los profesores. Por tal motivo, creo que no es correcto darle la espalda con vergüenza a la universidad, ni tratar de destruirla como una especie de castigo por lo que acaba de ocurrir. No nos queda más camino, a quienes la queremos, que iniciar un debate interno que conduzca a la recuperación de su pleno prestigio.
Hago las anteriores reflexiones para proponer a título puramente individual la siguiente idea, tendente a salir de la encrucijada en que nos encontramos, convencido de que nada ni nadie acabará con la institución. Espero que la gente con buenas intenciones entienda y apoye esta solución o proponga otra de mejor talante, ya que lo que interesa es que la universidad recupere su bien ganado prestigio de claustro tolerante y pluralista. Mi propuesta es:
Que dentro del profesorado haya académicos de todas las tendencias, que enseñen su materia dando a conocer con objetividad todas las doctrinas existentes, sin perjuicio de que asuman su propia posición con libertad absoluta, y sin ridiculizar las ideas contrarias. Inclusive, propongo que en el tema del neoconstitucionalismo, y en general de las doctrinas de Filosofía del Derecho, haya una cátedra permanente en la que profesores de posiciones contrarias, cualquiera que ellas sean, debatan, delante de los estudiantes, sobre la validez de las doctrinas en disputa. Solo así construiremos democracia y paz con tolerancia. Es más: que los mismos estudiantes tengan talleres de argumentación sobre estos temas, en los cuales actúen como participantes, para que desde la universidad aprendan a debatir y a tolerar. Solo así tendremos abogados racionales que no se dejen llevar por sus emociones.
Pero adicionalmente propongo que en los próximos meses haya dos eventos académicos de la mayor envergadura: el primero consistiría en invitar a dos teólogos, dos filósofos y dos juristas, con visiones diferentes sobre al aborto, con el fin de debatir en condiciones de igualdad tan espinoso tema. Estoy seguro de que la universidad no le teme a un evento de esta naturaleza, siempre y cuando ella pueda fijar su posición institucional al respecto. El segundo consistiría en organizar otro gran congreso, con debate incluido, sobre neoconstitucionalismo y activismo judicial, en el cual participen profesores nacionales e internacionales de las principales tendencias.
Si ya lo hemos hecho, y ya lo hemos enseñado y aprendido, ¿por qué no repetirlo y que los hechos más que las palabras prueben que nuestra alma máter sigue siendo universal y pluralista? Sería de esperar que quienes ahora tildan de intolerante a la Bolivariana aceptasen la invitación a participar en tales actos académicos, para que entre todos mantengamos en alto el nombre de una institución que ha sido orgullo de Antioquia y del país.
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