Columnistas
Optimista racional
Juan Manuel Charry Urueña Abogado constitucionalista
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Cuando vemos que la política pierde más y más calidad, que la corrupción y la criminalidad acechan las democracias contemporáneas, que las costumbres cambian y se deterioran mientras las instituciones jurídicas se tornan inestables y volubles, que el calentamiento global nos afecta a todos y aún persiste la amenaza de una guerra nuclear, no podemos evitar pensar que el pasado fue mejor. Esas y otras muchas consideraciones parecen estar generalizadas en nuestros entornos.
Lo cierto es que el mundo, a pesar de las violencias y las guerras, ¡es cada vez mejor! Desde 1800, la población mundial se ha multiplicado por seis, la esperanza de vida es más del doble y el ingreso real se ha incrementado más de nueve veces. La lección de los últimos dos siglos es que la libertad y el bienestar van de la mano con la prosperidad y el comercio; allí florecen la creatividad y la compasión. La marca distintiva de la prosperidad es el aumento en la especialización. La marca distintiva de la pobreza es el regreso a la autosuficiencia. El continuo descubrimiento de un “aumento en el rendimiento” ha estado un paso adelante de la explosión demográfica. Mientras el siglo XIX vio una avalancha de formas para movilizar personas (ferrocarriles, bicicletas, buques, automóviles), el siglo XX presenció una oleada de nuevas formas de movilizar información (teléfonos, radio, televisión, satélites, fax, internet). El secreto del mundo moderno es su enorme interconexión.
Los avances de la especie humana se deben al intercambio, la especialización, el conocimiento y la captura de energía; el resultado es la prosperidad, esto es, mayor tiempo ahorrado. Sus enemigos son los monopolios, la autosuficiencia y la ignorancia; sus consecuencias, la ineficiencia y la pobreza.
El comercio, más portentoso que la reciprocidad, rebasa el esquema de suma cero donde la ganancia de uno corresponde a la pérdida de otro, y facilita el intercambio de cosas que interesan a los adquirentes, beneficiándolos mutuamente en un sistema gana-gana de creación de valor y eficiencia. A medida que el comercio se desarrolla, se establecen relaciones de confianza y cooperación, pues resulta más lucrativo el intercambio que el despojo, como preferible es la solidaridad a la violencia. En fin, la gran batalla de la humanidad a lo largo de la historia ha sido contra los monopolios.
La división del trabajo implica mayor habilidad para hacerlo, especialización y eficiencia. Sus orígenes se remontan a la caza y la recolección y sus desarrollos al pastoreo y la agricultura. Lo cierto es que para alimentar a la población mundial hoy se requieren 3,7 millardos de hectáreas y se hubieran requerido más del doble con el nivel de productividad de los años sesenta. En otros términos, cada vez hay mayores posibilidades de consumo de muy diferentes cosas mientras que tendemos a producir solo una. Hoy el número de productos que se pueden adquirir en New York o Londres es mayor a diez mil millones.
El conocimiento útil es el motor del mundo moderno, se esparce a lo largo de las sociedades, es colectivo y no puede concentrarse en un solo lugar. Los mayores aumentos de rendimiento llegan cuando la tecnología se democratiza. Una vez se descubrió el fuego, jamás fue olvidado; la rueda llegó y jamás se fue. La innovación se alimenta a sí misma, es una profecía autocumplida. La mejor característica del conocimiento es que es ilimitado y por tanto es la mayor causa de optimismo.
Más del 85 % de la energía utilizada por la humanidad proviene de combustibles fósiles. La revolución industrial consistió en cambiar la energía solar actual (personas, animales, heno y molinos) por la energía solar almacenada (petróleo, carbón y gas). Una vez los combustibles fósiles empezaron a utilizarse despegó el crecimiento económico y se abolió la esclavitud. Realizar el trabajo que se obtiene con la energía del petróleo y el carbón requeriría que el 99 % de las personas viviera en esclavitud.
Estos y otros muchos datos trae el libro Optimista racional, de Matt Ridley, que nos advierte que el desarrollo científico, la libertad y la democracia son los grandes motores de la humanidad, que el nivel de vida de las actuales generaciones es varias veces mejor que el de nuestros antepasados, y si los acontecimientos mantuvieran la tendencia, las generaciones futuras tendrán una vida mejor.
La modernidad no solo pasa por el mantenimiento de las libertades y el conocimiento, sino por significativos ahorros de tiempo, en virtud de la especialización y el comercio, y deudas intergeneracionales moderadas, que tienen que ver con el uso de las energías.
Agradeceré comentarios.
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