¡Llamemos a la ética!
Julio César Carrillo Guarín
Asesor en Derecho Laboral, Seguridad Social y Civilidad Empresarial
carrilloasesorias@carrillocia.com.co
En ocasiones, mencionar la ética suele ser incómodo y generar resistencia. Para muchos, es una improductiva palabra de “moda” que nada cambia; para otros, un tema filosófico ajeno a lo real; para algunos, una materia de las épocas de colegio o de universidad que hay que olvidar en la vida práctica, si se quiere ser exitoso en los negocios e, inclusive, no falta quienes consideran que referirse a su necesidad en un específico tejido de relaciones es amenazante para los que en él interactúan.
Y así, mientras en medio del desarrollo tecnológico y del anhelo de ser respetados se exigen códigos de ética y pactos de trasparencia, sobreviene el odio, el resentimiento, la posverdad, la ambición y, refundido el sentimiento de felicidad, fácilmente se termina sobreviviendo en un mundo donde el hombre, es decir, nosotros, no estamos.
Cuando esta clase de mirada se propaga en las relaciones laborales como una epidemia, es urgente llamar a la ética y, para entender la importancia del llamado, es necesario precisar a qué nos estamos refiriendo.
En efecto, si la ética es la reflexión organizada sobre la moral, y la moral es un saber práctico que nos orienta a forjarnos un buen carácter, y un buen carácter es un modo de ser y de actuar que nos permite enfrentar la vida con altura humana, y altura humana es ser correctos y, en últimas, ser correctos es no hacer a otro lo que no quisiera que me hicieran a mí o a las personas que amo, se entiende, entonces, que la ética sea una necesidad y se comprende por qué se habla de recuperar la ética en los negocios y en las relaciones de orden laboral, como camino indispensable para armonizar aquellos desajustes que hacen perder sentido a la actividad productiva.
Desde esta perspectiva, cuando el tejido de las relaciones laborales aborda los conflictos colectivos de trabajo sin mirada ética, trabajadores y empleadores se preparan para la batalla y no para el encuentro; para el ataque, el contraataque y la defensa y no para la construcción; para imponer y no para argumentar; para agredir y no para respetar...
Hay, indudablemente, un canal normativo para el ejercicio del derecho de negociación colectiva. Pero de nada sirve la etapa de arreglo directo o, en su defecto, el tribunal de arbitramento que finalmente resuelva el conflicto o el ejercicio legítimo del derecho de huelga –cuando se tienen las mayorías y se cumplen los requisitos-, si, al final, los seres humanos inmersos en el conflicto insoluto terminan por olvidar lo que los une a riesgo de afectar lo que a todos interesa.
Es en clave de ética cívica que se logra dialogar sin odiar; que se entiende que el hecho de que no haya un acuerdo no significa olvidar el bien interno que une a las partes y que, en últimas, se preserven miradas de reconocimiento que sirvan de bálsamo esperanzador para que, sin perder la exigencia de lo razonable ni de lo que deba hacerse legalmente, los buenos seres humanos inmersos en el conflicto no pierdan de vista la necesidad de obrar no por los intereses individuales o de grupo, sino por el interés general.
Por eso, la negociación no es solamente la mesa. La negociación se construye con la buena energía ética desde lo cotidiano, con la “buena onda” en el obrar diario. De ahí que sea necesario llamar a la ética cuando las personas corren el riesgo de olvidar que el fin de toda actividad productiva es satisfacer necesidades humanas, “descuidando la naturaleza misma de la empresa como grupo humano, al servicio de grupos humanos (…), como si la pura instrumentalización, sin dosis alguna de comunicación, fuera la relación propia del mundo empresarial” (Cortina, Adela. Ética de la empresa, pág. 88), quedando las personas sumidas en el triunfo pírrico de la tristeza, mientras un manto de silencio relega al olvido la transitoriedad estéril de las ganancias jurídicas.
Que venga la ética, donde pareciera difícil recuperar la conexión de humanidad refundida en los pliegues de la complejidad de la vida.
En suma, que venga la ética como regalo navideño, para que se supere el ethos romano, cuya fórmula es “ama las cosas y utiliza a las personas”, por el ethos griego, que invita a “amar las personas y usar las cosas”.
Conviene tener una actitud receptiva a la ética, interiorizarla, no temerle ni ignorarla. Solo así será posible recuperar la importancia de armonizar desajustes que parecían insolubles. ¡Intentémoslo! No es automático, pero funciona.
Opina, Comenta