Columnistas
Lecciones chinas
Hernán Avendaño Cruz Asesor Económico de Mincomercio
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Aun cuando es ampliamente conocida la fulgurante trayectoria económica de China desde las reformas iniciadas en 1978, el mundo no deja de sorprenderse a medida que se conocen nuevos logros. Hay muchas lecciones que Colombia puede sacar de esa experiencia.
China ya es la segunda economía del mundo por tamaño del PIB, desplazando a Japón que llevaba más de cinco décadas en esa posición. Aun cuando su PIB per cápita a precios de paridad apenas representa cerca del 15% del de EE UU, el avance registrado ha sido aún más impresionante: entre 1980 y 2009 subió 52 puestos en el escalafón mundial de este indicador. Corea del Sur, que es la economía que le sigue en desempeño, mejoró en 29 puestos.
Entre tanto, de las economías latinoamericanas solo Chile registra un desempeño aceptable, al mejorar 15 puestos. Las demás deterioraron su posición relativa en el contexto mundial; Colombia perdió 3; Brasil, 11 y Venezuela, 18.
Recientemente The Economist publicó en internet un mapa que muestra cómo el éxito de China en crecimiento económico se refleja en diversas provincias, que pasaron de ser regiones muy pobres a tener un PIB de tamaño similar o superior al de muchas naciones (Comparing Chinese Provinces with Countries). Cinco de ellas superan el PIB total de Colombia.
La comparación del PIB per cápita también muestra cómo varias provincias superan el indicador de numerosas economías en desarrollo. Colombia es superada por 12 de ellas.
Son varias las medidas que adoptó China para dar ese enorme salto en poco más de tres décadas. Sin duda la más importante fue su decisión de romper el modelo autárquico impuesto por Mao y sustituirlo por una inserción activa en la economía globalizada.
Pero hay dos aspectos adicionales que contribuyeron al éxito: la implementación de las zonas económicas especiales (ZEE) y la actitud del sector privado. Para Colombia son importantes, en primer lugar, por la coyuntura de debate sobre el balance del régimen de las zonas francas y la posibilidad de avanzar en figuras similares a las usadas por China. En segundo lugar, por el papel del emprendimiento, que es clave en momentos en que parece despertar un nuevo clamor proteccionista en el país.
Es ampliamente conocido que las ZEE fueron creadas como grandes regiones geográficas con atractivos incentivos para la inversión y el comercio internacional. Pero es menos conocido que ellas se complementaron con instrumentos de la misma familia para impulsar el desarrollo industrial. Un trabajo reciente del Banco Mundial hace un balance de ellos (Douglas Zeng, How Do Special Economic Zones and Industrial Clusters Drive China’s Rapid Development”).
El Gobierno aprobó inicialmente cuatro ZEE, con el fin de experimentar y evaluar el impacto de la apertura económica. Comprobado su éxito, en 1984 dio un paso adicional con la constitución de 14 zonas de desarrollo económico y tecnológico (ZDET); ellas son de menor tamaño que las ZEE y se ubican cerca de grandes ciudades. Actualmente hay 7 ZEE y 69 ZDET. Adicionalmente, desde 1988 se iniciaron las zonas de desarrollo industrial de alta tecnología (ZDIAT), asociando centros de investigación, universidades y empresas grandes y medianas para el desarrollo de productos de alta tecnología; en el 2010 había 54 ZDIAT.
A ellas se suman las zonas de libre comercio y las zonas de procesamiento de exportaciones, que son las que más se asimilan a las zonas francas que existen en Colombia. China cuenta hoy con 15 y 61 zonas, respectivamente.
Su impacto económico es notable. Zeng indica que en el 2006 las cinco ZEE y las 54 ZDET que entonces existían generaron 19 millones de empleos (2,5% del total), cerca del 10% del PIB y el 37% de las exportaciones de China. El impacto de los otros instrumentos es difícil de medir por problemas de agregación, pero según los cálculos del investigador, todas las zonas aportaron en ese año 18,5% del PIB y cerca del 60% de las exportaciones.
Con relación al otro tema, se acepta que el éxito de esta economía es producto del “capitalismo de Estado” a la China, caracterizado por una alta intervención burocrática. Sin embargo, The Economist destaca que, si bien el Estado ha jugado un papel decisivo en el proceso, mediante la provisión de bienes públicos y la erradicación de obstáculos físicos y tecnológicos, sin el concurso del sector privado quizás los resultados hubieran sido otros.
La publicación destaca la tendencia decreciente que tienen las empresas estatales en la industria y reseña investigaciones que demuestran la menor eficiencia y la menor rentabilidad de estas con relación a las privadas.
Resultan sorprendentes los casos de emprendimientos exitosos que se conocen en China a la luz de la apertura económica, algunos de ellos incluso desde la informalidad. Los 40 años de autarquía maoísta con la supresión de la propiedad privada, el adormilamiento del espíritu de innovación y la represión a cualquier intento de desarrollo de la actividad privada no mataron la iniciativa de emprendimiento que despertó con el cambio de modelo de desarrollo.
Contrasta esta historia con la de Colombia, en la que segmentos empresariales se acostumbraron a la comodidad de capturar rentas públicas bajo los esquemas del proteccionismo y, aun dos décadas después de la apertura económica, se niegan a abandonarlas y a reconocer que el mundo cambió. Al paso que vamos, Colombia corre el riesgo de seguir siendo el “Tíbet de América Latina”, como lo sentenció Alfonso López Michelsen.
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