15 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 15 hours | ISSN: 2805-6396

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La ley del más débil

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Whanda Fernández León

Docente Especial Facultad de Derecho Universidad Nacional de Colombia

 

 

La injusticia envenena, aún en dosis homeopáticas.
Calamandrei

 

 

De la esencia de un Estado constitucional de derecho, es la indeclinable misión de ampliar el espectro de las libertades ciudadanas, en un clima de respeto e indulgencia para los sujetos de derechos fundamentales insatisfechos, como denomina Ferrajoli en su obra, a los más débiles. Infortunadamente, en la actual coyuntura histórica y aún en las democracias menos imperfectas, se asiste a la profunda crisis del derecho penal, así en el plano teórico, los ordenamientos jurídicos luzcan coherentes y sumisos a los preceptos superiores.

 

En la perspectiva ferrajoliana, el proceso penal es un instrumento de minimización de la violencia en la sociedad: una ideología humanista que permite distinguir que en el momento del delito, la persona más débil es la víctima, pero que a la hora de la persecución estatal y del castigo, el más indefenso es el procesado.

 

Particularmente preocupante es el caso de América Latina, escenario de incontenibles grados de intolerancia, ligados a la forma como hoy se ejerce el poder punitivo, caracterizado, en palabras de Zaffaroni, por “una violencia increíble” y según Ferrajoli, “por la dramática divergencia latinoamericana entre principios y prácticas, la falacia garantista de la cultura penal y la aplicación permanente de un derecho ilegítimo”.

 

Además de la generalizada conflictividad en la región, en el contexto interno, desde hace algunos años, se padece despotismo judicial; regresión en la cultura profesional de la magistratura; politización de la justicia; degradación de los controles; corrupción; transgresión de los derechos de la defensa; deformación de la estructura procesal e inconcebible proclividad hacia la epistemología inquisitiva.

 

Frente al debilitamiento del principio de legalidad y a la quiebra de la justicia penal, la propuesta del profesor Ferrajoli debería tomarse en serio, con el fin de que algún día, magistrados, jueces y abogados litigantes, puedan descubrir que los derechos fundamentales de todas las personas son universales, intangibles e imperecederos.

 

Este cambio imprescindible en las costumbres judiciales permitirá, morigerar el abuso en la aplicación del derecho penal máximo; admitir la ineficiencia judicial que sin verificación de la verdad, premia calumniosas versiones y distribuye penas y recompensas, no con base en la comprobada responsabilidad, sino en la contribución forzada del imputado con el fiscal; reducir la desenfrenada inflación penal; decidir cuáles son los tipos delictuales que realmente pueden ser perseguidos de manera eficaz; introducir una reserva de código para que este no pueda ser modificado por los populistas y políticos de turno, tantas veces como lo imponga su urgencia electoral; controlar al poder legislativo para que no siga convertido en “productor de humo”, restablecer la estricta separación entre acusador y juez; poner fin a la indigna asimetría entre fiscalía y defensa; volver a la verdad procesal como fundamento de la condena; reconstruir la presunción de inocencia, el contradictorio, el debido proceso y las garantías de defensa y libertad; motivar rigurosamente las sentencias; mitigar el talante autoritario y las frecuentes vocaciones despóticas que convierten a muchos funcionarios en los implacables enemigos del acusado.

 

Todas estas probables soluciones reclaman la presencia activa de un juez independiente e imparcial, que no esté constreñido ni sea intimidado por un fiscal con poder de investigarlo y acusarlo. Juez impoluto y valiente que sane heridas, repare injusticias y tutele los derechos de los más vulnerables, aunque el mundo se vuelva contra él. Que absuelva, en ausencia de pruebas, pese a que la opinión pública, los medios de comunicación y las víctimas promuevan la condena o, que condene, cuando la teoría acusatoria sea confirmada por pruebas idóneas, aunque todos clamen por la absolución.

 

“La ley del más débil”, admirable texto de Ferrajoli, contiene un mensaje esperanzador: “Otro mundo, equilibrado, sin exclusiones, sin desigualdades, sin odio, sin guerras, en paz, sin la perversidad de despreciar los derechos del más débil, es teóricamente posible”.

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