¿Habrá política de ciencia?
Salomón Kalmanovitz
Economista e historiador
La administración Duque fincó su estrategia de desarrollo en la innovación, la ciencia y la tecnología. El sector estrella iba a ser la economía naranja de difusa definición, pues va desde las industrias creativas, como cine, televisión y juegos electrónicos, hasta las aplicaciones tecnológicas. El ejecutor sería un nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología aprobado, pero que no ha puesto en marcha ni le ha asignado presupuesto; la hoja de ruta de largo plazo la trazaría otra comisión de sabios, como la que ya hubo hace 25 años, con la diferencia que la actual es más numerosa, de 23 miembros.
Recientemente, el Presidente proclamó que Colombia sería en el 2022 el Silicon Valley de América Latina. Lo hizo después de una visita a Cupertino (California), donde se entrevistó con los gerentes de las grandes empresas tecnológicas norteamericanas, Apple, Google, Microsoft y Amazon. El anuncio lo hizo en medio del lanzamiento del programa C Emprende, que consiste en un campus de emprendimiento de América Latina, que conectará al Gobierno con grandes inversionistas internacionales y empresas estratégicas.
“El resultado que esperamos lograr, según el presidente Duque, es que Colombia sea considerado el país de las oportunidades emprendedoras en América Latina. Silicon Valley lo fue en Estados Unidos porque combinaron muchas de las cosas que acabo de decir y no tengo la menor duda que con un Gobierno que cree en los emprendedores, con unas instituciones que trabajan en equipo, porque aquí no hay egos, aquí lo que hay es la sumatoria de esfuerzos, Colombia se va a convertir en el Silicon Valley de América Latina y este será el país de los grandes unicornios de la tecnología, de las industrias creativas y en muchas otras áreas más”.
Lo cierto es que Silicon Valley fue el resultado de un largo proceso de programas de investigación del gobierno norteamericano frente a las necesidades bélicas de ese país: el proyecto Manhattan en 1939, que culminó en la aplicación de la física de fusión a la bomba atómica; la creación de la Nasa, para enfrentar la competencia rusa por la conquista del espacio; los fondos federales para el desarrollo de los grandes laboratorios de ciencias básicas, como el Argonne en Chicago, el de la Bell, los de la armada y los de las grandes universidades, como MIT, las de California y Delaware, combinadas con las iniciativas de empresarios que supieron capturar las oportunidades brindadas por esta enorme masa de conocimientos y de sus aplicaciones.
Acá no hay egos, pero tampoco inversiones públicas en laboratorios, con la excepción de algo en agricultura tropical; no hay universidades de investigación y las que hay están sometidas a la penuria crónica; a pesar de todo, ellas han logrado algunos resultados brillantes en medicina, química aplicada, ciencias sociales y algo en ingeniería.
Se necesita aumentar mucho el gasto público en investigación y desarrollo, antes que nada. Sería bueno después hacer el inventario de lo poco que tenemos y ponerlo a trabajar en una dirección determinada con metas modestas y alcanzables, misiones dirigidas por gerentes responsables dotados de presupuestos suficientes para alcanzar esos fines. Una sería, por ejemplo, un programa de Ser Pilo Paga orientado a formar jóvenes en ciencias básicas (matemáticas, física, química y biología), que es nuestro mayor faltante. Otra misión podría ser de investigación aplicada para desarrollar la agroindustria. Lo demás es pensar con el deseo.
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