Opinión / Columnistas
El defensor no tiene la palabra
Whanda Fernández León
Profesora Especial Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales Universidad Nacional de Colombia
“No obstante los fracasos, las injusticias, las amarguras, los desengaños, si Dios me hiciese nacer de nuevo, sería otra vez abogado”.
Carnelutti, Las miserias del proceso penal.
Una de las más afamadas obras del escritor rumano Petre Bellu es aquella en la que narra la muerte de un prisionero, que mientras apretaba entre sus manos una cruz y sufría los espasmos supremos, imploraba la protección legal de un abogado.
El final del juicio era inminente, y el agonizante sabía que, sin importar qué tan culpable pudiese aparecer, como todo ser humano, tenía derecho a no ser juzgado arbitrariamente y a obtener la asistencia de un letrado que alegara en su favor, cuando el presidente del debate le hiciera la invitación ritual: “Señor defensor, tiene la palabra”.
El origen de esta noble profesión es tan antiguo como el mundo mismo, ya que en la conflictiva historia de todas las civilizaciones, la injusticia se ha enseñoreado por doquier.
Salvo las tenebrosas épocas feudales, los gobiernos democráticos enfatizan, en el marco de sus legislaciones, sobre el respeto a los profesionales del Derecho comprometidos con la difícil e incomprendida misión de defender y no de juzgar a sus clientes.
Los Principios básicos sobre la función de los abogados, la Declaración Universal de Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y las Reglas mínimas para el tratamiento de personas sometidas a cualquier forma de detención o prisión son algunos de los tratados internacionales que consagran el derecho de toda persona a acceder efectivamente a los servicios jurídicos prestados por una abogacía independiente, y el de los abogados a ejercer libremente su sagrado ministerio.
Por desventura, en el derecho contemporáneo, el litigio criminal aparece seriamente restringido. Bizantinas reacciones judiciales han convertido el proceso en instrumento de represión, dentro del cual el acusado y su defensor aparecen en indignante estado de inferioridad.
La defensa, en el supuesto modelo acusatorio actual, no tiene acceso a la indagación preliminar; puede intervenir solo a partir de la imputación; la detención preventiva es la regla general; el dolo se presume, y sobre la no necesidad de encarcelar, se impone el diagnóstico abstracto de peligrosidad. La defensa no tiene control sustancial sobre la acusación; no existe igualdad de armas, ni debido proceso, ni contradictorio; el recurso de apelación está a punto de desaparecer, y la pena, más que un acto de justicia, es un acto de venganza.
Una visión estereotipada de la profesión identifica al defensor con su defendido, por lo que, en muchas ocasiones, el litigio está penalizado. La defensa se prejuzga, se mira con suspicacia, se desconoce que la mayoría de los defensores son profesionales honestos y competentes, que al proteger las libertades fundamentales de sus clientes deben actuar con respeto, ceñidos a la verdad, pero también con diligencia y entereza.
A la judicatura le corresponde, naturalmente, el derecho de juzgar; a las fiscalías, el de acusar, y a la orden de los abogados penalistas, el derecho de defender en el foro, por lo que constituye grave error estigmatizar irresponsablemente a los litigantes, atribuirles las enormes fallas de la administración de justicia y presentarlos ante la sociedad como los únicos autores de las dilaciones injustificadas y maniobras turbias en las que incurren, con inusitada frecuencia, otros actores del sistema.
Razón asiste al tratadista español y presidente de la Unión Internacional de Abogados, Juan Antonio Cremades Sanz-Pastor, cuando advierte: “Un Estado de Derecho no puede existir sin abogados libres, competentes, agresivos, respetables e independientes”.
¿Si el abogado defensor es al acusado de un delito lo que el médico es a un enfermo grave, cuál la razón para que en los estrados judiciales y, específicamente, en el escenario de las causas criminales, el defensor ya no tenga la palabra?
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