Doscientos años de marxismo
Salomón Kalmanovitz
Economista e historiador
A 200 años del nacimiento de Marx, es evidente que es el pensador más influyente en la historia de la economía política. Ya sea por las movilizaciones obreras y populares del siglo XIX, como la Comuna de París (1871), y la larga lucha por el acortamiento de la jornada de trabajo y prohibición del trabajo infantil, las revoluciones bolchevique de 1914, la china de 1949 y la cubana de 1959, y las más débiles muestras de socialismo del siglo XXI, todas revelan el poder inflamatorio de la ideología y la capacidad de acción que contribuyeron a crear sus ideas. Es claro también que las revoluciones triunfantes inicialmente se descompusieron en su marcha por sus excesos dictatoriales y su incompetencia para organizar la economía, algo superado solo por China, al combinar la voluntad del Estado con grandes empresas extranjeras y mixtas, que replicaron de alguna manera la Bolivia de Evo Morales o el Ecuador de Rafael Correa.
Marx se sintió integrante de la escuela clásica de economía, desde Adam Smith (1776) y, sobre todo, de David Ricardo (1817), de quienes apropió la teoría del valor trabajo, pero sin resolver adecuadamente la relación entre valor (tiempo de trabajo), precios de producción y los precios de mercado. De mis lecturas de Marx destaco sus profundos y literarios análisis históricos de El capital, sobre la jornada de trabajo, la teoría de la renta del suelo, la evolución de la banca y el tipo de interés, las crisis económicas recurrentes y la propia historia crítica de la economía en Teorías de la plusvalía.
Hay también una teoría macroeconómica sólida que pensó Marx en sus esquemas de reproducción simple y ampliada y que algunos pensadores modernos han recogido. Marx dividió la economía en dos departamentos, uno produciendo medios de consumo y el otro, medios de producción (maquinaria y bienes intermedios), intercambiando entre ellos, dando lugar a rachas de inversión y crecimiento que se agotan en crisis y recesiones. A Richard Kahn, un discípulo de Keynes, encargado de elaborar el concepto de multiplicador de la inversión en 1930, le correspondió volver a recorrer los pasos que había dado Marx para encontrar la relación entre la inversión, por ejemplo, de una obra pública, y el empleo que agrega a toda la economía por sucesivas rondas de gasto, algo que el economista polaco Michal Kalecki había descubierto de manera natural por haber sido educado en El capital.
Marx pensó, más como teólogo que como científico, que la sociedad se movía hacia fines superiores de felicidad y progreso que llegarían con la revolución proletaria, frente a la miseria creciente que creaba el capitalismo por doquier. Se cuenta que le envió el primer volumen de El capital a Charles Darwin, con una dedicatoria en la que decía que él había hecho para las ciencias sociales lo que el creador de la teoría de la evolución había hecho para la biología. Darwin no le contestó, precisamente porque lo que él constató fue que la evolución sucede de manera aleatoria y no de acuerdo a fines loables que pueden ser descubiertos por los científicos.
Marx desdeñó el reformismo político como “cretinismo”, pero fue precisamente lo que le permitió al capitalismo la superación de sus peores taras: el sufragio de trabajadores y mujeres, el gasto social y, en general, el Estado del bienestar, hoy amenazados tanto por la enorme concentración del capital como por la globalización.
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