Columnistas
Desindustrialización
Hernán Avendaño Cruz Asesor económico Mincomercio
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El argumento más reciente de quienes dicen que en Colombia no hay política industrial es la existencia de un fenómeno de desindustrialización en los últimos 40 años, con tendencia a acentuarse por la falta de acciones públicas para el desarrollo de este sector. La evidencia del fenómeno, según ellos, es la caída de participación de la industria en el PIB desde 22%, en los años setenta, hasta el 12%, actualmente.
Para estos analistas “desde hace varios años no hay una política industrial” en Colombia, luego es lícito deducir que esa es la causa de la presunta desindustrialización.
Esa hipótesis y esas cifras merecen un cuidadoso análisis. En las últimas décadas, la contabilidad nacional ha registrado varios cambios metodológicos y de año base, lo que dificulta las comparaciones históricas; por lo tanto, cuando se evalúan series largas del PIB y sus diferentes componentes, los analistas rigurosos tienen en cuenta esas limitaciones.
En el caso particular de la desindustrialización, la forma de medición presentada por los críticos no es rigurosa, al pretender corroborarla con los 10 puntos de participación perdidos por la industria desde mediados de los setenta hasta hoy. No tienen en cuenta que en ese lapso se han realizado al menos cuatro cambios de metodología o de año base en las cuentas nacionales, con la consecuente modificación de los pesos relativos de diferentes sectores.
Pero si su forma de medición fuera la prueba reina de la desindustrialización, las cosas serían peores en otros países como Brasil, que, según estos analistas, es el modelo de política industrial a seguir: ¡la participación de la industria en el PIB cayó cerca de 16 puntos entre 1982 y 2009! Y entre máximo y mínimo, en Argentina se redujo 24 puntos, en Chile, 17, y en Perú, 14.
Si se toman las estadísticas históricas publicadas por el Departamento Nacional de Planeación, se observa que, a precios constantes de 1975, la participación máxima de la industria fue de 23,5% del PIB, en 1974 (no 22%), y luego descendió hasta 19,7%, en 1994. Pero con la nueva metodología, que calculó el PIB a precios constantes de 1994, su peso relativo fue solo de 15% en ese año. Esto significa una reducción de 3,8 puntos en 20 años, mientras que en un solo año cayó en 4,7 puntos, atribuibles a la metodología y al año base. Con el reciente cambio a precios del 2005, el peso relativo es del 13,9% en el 2010 (no del 12%), con una diferencia media de 0,5 puntos porcentuales respecto a la base anterior.
Si se observa la importancia relativa de la industria en el PIB total con las dos últimas bases, se concluye que el cambio es marginal. En la base 1994, la participación pasó del 15,0% en 1990 a 15,1% en el 2004, con una leve reducción durante la crisis de finales de los noventa. Y con la base 2005, su participación, que era de 13,9% en el 2000, se mantuvo igual en el 2010, con un periodo de incremento de hasta 14,4% en el 2004.
En últimas, al presunto fenómeno de desindustrialización no se le pueden achacar 10 puntos de reducción de la participación de la industria en el PIB, sino a lo sumo 4 ó 5 en 40 años.
Pero como las metodologías de medición de los agregados económicos han mejorado con el correr de los años, se puede presumir mayor calidad en los cálculos recientes que en los de las décadas anteriores. Esto llevaría a una interesante hipótesis: el sector industrial ha tenido en la economía colombiana un menor peso relativo de lo que se creía con las antiguas metodologías de contabilidad nacional.
Y no sería un caso único, sino que podría ser un fenómeno generalizado en América Latina, lo que se refleja en la composición del empleo. El reciente libro del BID La era de la productividad menciona que en la región los “…intentos de industrializarse tuvieron un éxito parcial. Resulta muy notorio que la proporción del empleo en el sector industrial es inferior en América Latina que en Asia oriental y en el mundo desarrollado (…). A diferencia de los países desarrollados, que primero prosperaron con la industria y luego se transformaron en economías de servicios, las economías de la región se volvieron terciarias (productoras de servicios) a mitad de camino entre la pobreza y la prosperidad”.
Otro hecho interesante es que la mayor pérdida de participación se registró en plena vigencia de las políticas proteccionistas implementadas en Colombia bajo el modelo de sustitución de importaciones. Precisamente ese modelo postulaba como su eje central el desarrollo industrial que hoy reclaman los analistas de marras. Y el resultado de esas políticas fue un sector empresarial acostumbrado a capturar rentas, con bajos incentivos a la innovación y la mejora tecnológica y menos aún a la exportación; para completar, las ineficiencias generadas se transferían a los consumidores, vía baja calidad de los productos y precios más altos que los registrados en países con mayores niveles de competencia. Desde luego, también hubo empresarios y sectores que aprovecharon las ventajas de la política y desarrollaron empresas competitivas; pero esa no fue la nota dominante.
En síntesis, nos siguen debiendo un indicador sólido de la desindustrialización de Colombia y una demostración clara de su relación con la carencia de políticas industriales. De paso, debilitan su credibilidad con relación a la supuesta ausencia de política industrial en la actualidad.
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