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16 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 10 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Opinión / Columnistas

Cuestión de educación

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Maximiliano A. Aramburo Calle

Profesor de la Universidad Eafit

marambur@eafit.edu.co

 

 

Mi profesor de Introducción al derecho solía repetir que los códigos había que llevarlos en la cabeza, porque allí pesaban menos que en la mochila. Con esa afirmación quería decir que los códigos-objeto no son más que un montón de información que solo cobra importancia si el lector es capaz de utilizarla adecuadamente. Aun hoy, parece que el reto permanente de las facultades de Derecho sigue consistiendo en trazar diferencias entre la información y la formación.

 

¿En qué debemos concentrarnos más? Ver el derecho como una práctica y no como un objeto sugiere que los profesores nos concentremos más en enseñar a los estudiantes a pensar como juristas y menos en suministrarles información (leyes, jurisprudencia, bibliografía, por ejemplo). Al fin y al cabo, desde su teléfono móvil conectado a internet y a alguna base de datos que tenga contratada su universidad, un estudiante de derecho tiene hoy acceso a un acervo de información clarísimamente mayor que el disponible para su profesor apenas dos o tres décadas atrás. Ciertamente, durante la carrera jamás alcanzaremos a suministrar toda la información que alguien consideraría relevante y tenemos que seleccionar: en el bolsillo del estudiante –literalmente– hay, de manera inmediata (y gratuita), más libros de los que cabían en las mochilas que criticaba mi profesor. Las bibliotecas universitarias pueden dar fe de la tendencia decreciente en el préstamo de libros en papel, frente al aumento de consultas en documentos electrónicos.

 

La pregunta, entonces, es si estamos preparados para que  el proceso de formación universitaria incluya la formación en seleccionar la información que vale la pena. Todo plan de estudios debería apuntar a desarrollar y fortalecer dos  habilidades que resultan fundamentales en el contexto de tal abundancia de información: filtrar la información buena –para separarla de la defectuosa o inútil– y aprender a usarla. Esto se advierte con facilidad con un experimento que puede realizarse en los primeros semestres de la carrera, no importa en cuál materia. Si se plantea una pregunta sobre la que los estudiantes deban realizar una consulta para plasmar los resultados en una o dos páginas, unos cuantos acudirán a los buscadores especializados o a las bibliotecas, pero el contenido de un alto porcentaje de los trabajos es fácilmente predecible: corresponderá textualmente a los cinco o diez primeros resultados que arroje el buscador web más conocido, si se ingresa como criterio de búsqueda la pregunta que el estudiante debía responder. Y todos sabemos que entre esos primeros resultados no estarán las obras más destacadas por la comunidad jurídica sobre el tema en cuestión.

 

¿De nada valen, entonces, las grandes inversiones bibliográficas que hacen algunas universidades? ¿Es tiempo perdido el que invierten los autores de manuales universitarios en la redacción de sus textos? ¿Las monografías y los tratados se reservan exclusivamente para estudiantes de posgrado, investigadores o abogados curtidos, interesados en profundizar? ¿Cualquier cosa vale como doctrina? ¿El curso de los tiempos hará desaparecer la ciencia del derecho como insumo para la formación jurídica de pregrado? ¿Hay que incluir al famoso buscador web como fuente auxiliar del derecho y “criterio auxiliar de la actividad judicial” en eventuales reformas del artículo 230 de la Constitución?

 

La abundancia de información está disponible para casi todo el mundo, así que hay que repensar las características del buen jurista para diseñar a partir de ellas los planes de estudio. Y hay que incluir entre esas características la capacidad para razonar a partir de insumos bien seleccionados entre un berenjenal informe de textos de discutible calidad. Esto supone dos cosas: de una parte, la necesidad de reivindicar el papel de la doctrina, que en muchos casos no llega ni a comentario de la ley. Y, por la otra, que en las facultades de derecho adoptemos estrategias para que la “buena” ciencia del derecho no termine convertida en un unicornio: algo de lo que todos hablan pero nadie ha visto ni leído.

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