¿Cambiarán las facultades de Derecho del futuro? (I)
Adriana Zapata
Doctora en Derecho
Instituciones tan importantes como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde) nos invitan a indagar sobre algunas disyuntivas que habrá de enfrentar la universidad del mañana. Por ejemplo, el tipo de población y cobertura que tendrá –reflexión que surge a propósito del interés decreciente de los jóvenes por acudir a las aulas universitarias–; la proyección internacional –en la medida en que asistimos a una inocultable globalización de la oferta educativa–; la elección de un talante preponderantemente docencial o investigador; en fin, su nivel de e-learning y equipamiento.
Open University, institución educativa del Reino Unido que ha formado más de 2 millones de personas por medios telemáticos y ahora digitales en sus 50 años de vida, ha ensayado responder a algunos de estos interrogantes en términos prospectivos: para ellos, el e-learning, más que sonidos y visión será una experiencia multisensorial y de realidades virtuales. Ellos imaginan la conformación de un algoritmo personal del estudiante que le lleve a potenciar sus destrezas y nivelar sus falencias.
Mckinsey Global Institute, el think tank de la consultora homónima, señala lo que para ellos constituyen aplicaciones concretas y actuales de la inteligencia artificial para el sector de la educación: mejor conexión entre oferta y demanda laboral; mayor retención de los estudiantes; mejor desarrollo de pedagogías adaptativas: es decir, el contenido correcto, en el momento correcto, en aras de un mejor desempeño del estudiante y de ofrecer educación personalizada; nuevas formas de evaluación de los estudiantes, y un profesor con más tiempo para el estudiante y menores cargas administrativas, con mayor virtualidad.
En este mundo dominado por la inteligencia artificial, pareciera que esta es un hecho irreversible, una realidad que no puede calificarse ni de buena ni de mala, simplemente algo que debe ser integrado al proceso educativo, que nos invita a renovar los currículos e incorporar destrezas nuevas en los estudiantes.
Pero algunos autores nos alertan sobre los peligros de un escenario como el señalado. López Segrera, experto en educación y asesor de la Unesco para América Latina, nos recuerda que la universidad es ante todo un poder intelectual que la sociedad necesita para reflexionar, para ayudarle a comprender y actuar; la universidad, en esta visión, es motor para la inclusión, la tolerancia y la gobernabilidad social.
En la misma línea, Nucio Odine, pedagogo italiano, nos plantea cuestionamientos cruciales para el debate sobre el futuro de las universidades y, en especial, de las facultades de Derecho: internet es un proveedor de información, no de formación; de allí que la educación no consista en informar, sino en mutar la información en conocimiento. Los estudiantes, más que datos a la mano, lo que necesitan es saber cómo organizarlos, decantarlos, evaluarlos, concluir con ellos y generar nuevos conocimientos. Por ello, el papel de la universidad consiste en preparar a los estudiantes para extraer la información y volverla conocimiento.
Con este antecedente, cabe la cuestión de saber cuál será el carácter de la educación legal en la era de la inteligencia artificial. Sobre este aspecto tratará nuestra próxima columna.
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