14 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 8 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

¿Dónde está el negocio?

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Julio César Carrillo Guarín

Asesor en Derecho Laboral, Seguridad Social y Civilidad Empresarial

carrilloasesorias@carrillocia.com.co

 

Cuando un ser humano sale para el trabajo, lo mínimo que se puede esperar es que regrese a casa sano y salvo.

 

Esa es la razón de ser de un sistema de riesgos laborales y, en general, de un sistema de salud, entendidos, no desde el “qué me van a dar”, sino desde el “ojalá nunca me vea precisado, por enfermedad o accidente, a tener que acudir a lo que ofrecen”.

 

En esta perspectiva, el verdadero negocio está en que el trabajador no se enferme, el empleador no padezca ausentismos, las entidades administradoras no paguen siniestros y, principalmente, el entorno del trabajo sea un lugar para la realización conjunta y la rentabilidad con altura humana en un clima de respeto por la vida y la integridad de la persona. Por eso, duele cuando ocurren hechos que cercenan la vida o afectan la salud.

 

Sin embargo, ¿cómo ayudar a ese propósito, si hay una pandemia como la que estamos viviendo?, ¿qué puede hacer el mundo de la laboralidad formal cuando, en medio de esa realidad que la trasciende, se dispone la reactivación porque las dramáticas cifras de desempleo e informalidad así lo exigen?

 

Podría responderse que no es posible hacer nada, porque el flagelo del virus no es un tema inherente al trabajo, sino un riesgo común incontrolable que está en el marco de las políticas públicas y punto.

 

Sin embargo, independientemente del debate acerca de lo que técnicamente puede significar el covid-19 como un riesgo de origen común que afecta el ambiente laboral, urge con necesidad absoluta que, desde la vida laboral formal, desde la obligación de protección y seguridad para el trabajador (CST, art. 56), se enfatice como un deber moral de responsabilidad social trabajar en la prevención del virus, no solo para el reducto exclusivo de la relación laboral de que se trate, sino también por fuera de esta.

 

En medio de tanta incertidumbre, no dudo en afirmar que hoy el corazón del negocio es ese. Esa es la prioridad, para no caer en el espejismo de pensar que “reactivar” significa “desactivar” o relajar la bioseguridad y después, dando curso a la inconciencia o a la indolencia social, lamentar que el afán por la entendible urgencia de producir no permitió evaluar los efectos de los ausentismos por incapacidad, las inasistencias por calamidades domésticas derivadas de la cuarentena por convivencia con el contagio, los cierres de establecimientos y la falta de veracidad de los que, por miedo a la exclusión, ocultan los síntomas, motivados por el autismo de las comunidades empresariales al no insistir en el valor del cuidado como base de la empleabilidad.

 

¿De qué sirve abordar la necesidad de la reactivación, si sobreviene el cierre de la actividad productiva y la pérdida de empleos porque la desesperación por “volver” terminó haciendo “harakiri” a la misma actividad que se necesitaba retomar?

 

Por esta razón, tener claro un riesgo y trabajar en prevención es generar las condiciones que ayudan a cada persona en el tejido de la vida y, concretamente, de la vida laboral que emana del contrato, a estar por encima de la fatalidad. Muchas veces, no es para suprimir el riesgo, sino para enfrentarlo adecuadamente, a fin de evitar al máximo su ocurrencia.

 

Normas hay. No obstante, más allá del soporte normativo, la realidad pandémica exige que, en el tejido de las relaciones de trabajo, y desde estas, se fomente como una necesidad vital, como un buen negocio, el comportamiento de ciudadanía empresarial que impida que la población trabajadora, lejos de parecer una horda de sobrevivientes que llegan a salvar su trabajo a riesgo de morir, se movilicen y actúen como gestores del cuidado que, sin paranoia, pero con conciencia de la realidad, ejerzan liderazgo ciudadano en prevención.

 

Es en este punto que, desde las comunidades empresariales, se requiere continuar haciendo pedagogía de los comportamientos de cuidado, con un grado de inteligencia colectiva tal que, inclusive, desde aparentes obviedades, como las contenidas en el numeral 3º del anexo técnico de la Resolución 777 del 2021 del Ministerio de Salud, cada persona sea dueña del riesgo, disponga de entornos adecuados, y cuando no está en el trabajo o se encuentra en casa, ejerza ese liderazgo ciudadano y humanitario.

 

 

Si no fortalecemos la insistencia pedagógica para incentivar este comportamiento bondadoso de emergencia productiva, aunada a la obligación que al respecto tienen las autoridades, de nada nos servirá disminuir la jornada de trabajo, ampliar la licencia de paternidad o pensar en generar “primas”, si la voracidad del contagio sin prevención sobrepasa los anhelos de una reactivación sostenible.

Prevenir no significa eliminar nuestra naturaleza mortal o no volver a trabajar presencialmente cuando es indispensable hacerlo; significa caminar creando condiciones para el buen vivir mientras haya vida, con la invitación a que, desde lo público y desde lo privado, se invierta en prevención como el mejor de los negocios.

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