Columnistas
“¡Salvemos la democracia, maestros!”: Opinión.
Javier Tamayo Jaramillo
Exmagistrado de la Corte Suprema de Justicia y tratadista
tamajillo@hotmail.com, www.tamayoasociados.com
Salvémosla, pero no por la fuerza de las armas, sino por la de los argumentos. Traigo a colación este asunto, porque dos de los más importantes pensadores del Derecho Constitucional colombiano, los profesores Carlos Bernal Pulido y Francisco Barbosa, plantean la crisis de la democracia directa, y concluyen que, en decisiones de envergadura, son la Corte Constitucional y el Parlamento los legitimados para decidir.
Por adelantado, manifiesto, que deseo un Acuerdo de Paz sincero, consensuado con todas las fuerzas políticas del país, para que de dicho consenso surja su legitimidad. No importa que a las guerrillas se les perdonen todos sus delitos, siempre y cuando el perdón sea para todos los actores del conflicto. Tampoco me opongo a que participen en política. Pero que, para lograr ese acuerdo, no se pase con una aplanadora parlamentaria y gubernamental sobre nuestra Constitución ni, mucho menos, exterminando la democracia directa o participativa. Mi única ideología inamovible consiste en proteger la Constitución y el Estado de derecho, poco importa el móvil que se aduzca para cambiarla por el camino bastardo.
Hecha esta aclaración, veamos la idea esencial que yace en los comentarios del profesor Bernal Pulido, pues la falta de espacio me impide analizar el artículo del profesor Barbosa.
Bernal Pulido, en un artículo publicado en la edición 457 de ÁMBITO JURÍDICO, titulado ¿La democracia en tela de juicio?, al referirse a los enemigos de la democracia directa del pueblo, afirma: “Sus detractores, sin embargo, enfatizan que no siempre el pueblo está a la altura de estos momentos. A veces las decisiones en juego presuponen escrutar políticas públicas complejas –como aquellas contenidas en el Acuerdo de Paz pactado entre el Gobierno y las Farc”.
(..) “Un procedimiento tan exigente solo puede llevarse a cabo entre los representantes del pueblo que, en cuerpos políticos especializados –como el Congreso de la República– o judiciales con sensibilidad política –como la Corte Constitucional–, puedan deliberar teniendo en cuenta toda la información disponible relevante y escrutando los efectos potenciales de cualquier decisión. En este sentido, la democracia representativa parece irremplazable.
“Así mismo, en ocasiones, los pronunciamientos populares están circundados por campañas de desinformación o de antagonismo, que degeneran la deliberación política en una mera expresión de emociones o simpatías por los adalides de las posturas en contienda (...). En nuestra compleja era de división del trabajo, los ciudadanos carecemos del tiempo, los conocimientos y el interés para tomar decisiones políticas complejas de forma cotidiana”.
Llamo la atención en el sentido de que las propuestas de Bernal y de Barbosa son peligrosas, pues ellos saben que nuestro Parlamento es ignorante, corrupto y plegado al Gobierno, no por convicciones, sino por beneficios personales. En Colombia no hay una real división de poderes. Y en cuanto a las manipulaciones emocionales a las que se refieren ambos autores, ellas son inevitables inclusive en la democracia representativa (¿cuántos sancochos hay que regalar para una curul en el Senado?). Además, las manipulaciones fueron mecanismos tanto de los amigos del No como de los del Sí, en el pasado plebiscito. No olvidemos que, para el Presidente, los que mostraban algún desacuerdo con el proceso, eran uribistas amigos de la guerra, y afirmó que si no ganaba el Sí, en el plebiscito, las guerrillas atacarían, con toda violencia, en las principales ciudades del país. En ese punto no hay quien tire la primera piedra.
Me preocupa que pensadores de la talla y el prestigio de Bernal y Barbosa comiencen a trasegar el camino de la negación de la democracia directa, todo porque el plebiscito le dijo No al proceso de paz de un gobierno. Los defectos de la democracia directa no son un pretexto para abolirla, sino un llamado a sus pensadores amigos para mejorarla. Hay que luchar por la igualdad, la educación y el Estado de bienestar y así lograremos una democracia directa, sana y sabia. Sobre todo, no se puede delegar la representación en favor de un Parlamento incondicional al Ejecutivo, corrupto y aún más ignorante.
Si la democracia debe ser representativa en decisiones cruciales para la historia del país, ¿será que un cambio total de Constitución es de competencia del Parlamento, porque el pueblo no sabe nada del asunto ni tiene tiempo de estudiarlo?
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