Columnistas
Reencaucemos el debate
Mónica Roa
Especialista en uso del Derecho para la promoción del cambio social y en equidad de género
@MonicaRoa
¿Cuál va a ser el siguiente capítulo ahora que se hundió el referendo contra la adopción por parte de personas solteras y parejas del mismo sexo? Durante este debate, que se convocó con una preocupación por el bienestar de las familias y los niños, una serie de hechos dramáticos nos han demostrado que deberíamos profundizar esa preocupación, pero teniendo en cuenta los problemas reales: ahora sabemos que la violencia sexual contra menores, la violencia machista y el feminicidio, la inasistencia alimentaria y los embarazos indeseados son realidades que ocurren con demasiada frecuencia dentro de las familias en Colombia. En otras palabras, sí existen graves problemas que ponen en riesgo el bienestar de las familias y los niños que tenemos que discutir públicamente y resolver como país.
La educación integral para la sexualidad y la convivencia es la gran oportunidad que tenemos para hablar de sexo en serio, pensando en la necesidad de formar para la vida individuos que vivan la sexualidad y las relaciones de pareja de manera respetuosa y responsable con ellos y con los demás, en contextos de igualdad entre hombres y mujeres. Los niños más pequeños deben conocer su cuerpo, incluyendo sus genitales, y tener herramientas para identificar, alertar y prevenir el abuso sexual. Para los adolescentes, la educación sexual debe ofrecer información sobre relaciones sexuales seguras, el proceso reproductivo, la anticoncepción y las infecciones de trasmisión sexual, pero, sin duda, tiene que ir mucho más allá e incluir una formación en valores que entienda la sexualidad como un aspecto de la identidad personal y la convivencia en sociedad que promueva el autocuidado, el cuidado mutuo y el cuidado social.
En la edad adulta también es necesaria una educación para la sexualidad que insista en la importancia de asumir la reproducción de manera responsable, que busque disminuir la tolerancia a comportamientos violentos tanto en las relaciones de pareja como en las interacciones sexuales y que actualice los conocimientos de manera continuada, incluyendo, por ejemplo, los cambios sexuales y reproductivos que ocurren en la edad adulta a hombres y mujeres.
Sin duda, el tema es polémico. Por ejemplo, tenemos que agradecerle a María Ladi Londoño que junto a un grupo de médicos y sicólogos, iniciaron el debate con la creación de la Sociedad Colombiana de Sexología no hace tantas décadas, para promover la enseñanza de la educación sexual en el país, en una época en la que la biología se enseñaba en los colegios con imágenes abstractas de cuerpos sin genitales. En 1993, esa lucha dio frutos cuando se estableció la obligatoriedad de la educación sexual en el ámbito escolar; pero los debates contra los manuales de convivencia en los colegios revivieron la controversia el año pasado.
Para que nos entendamos, el debate no es sobre hablar de sexo o no, pues en nuestra cultura se alude al sexo permanentemente; la discusión debería ser si queremos que nuestros niños reciban toda la información que se encuentra en internet, la televisión y la música, sin filtros adecuados para cada edad y sin herramientas de pensamiento crítico que les permitan identificar y rechazar la información tergiversada, estereotipada y riesgosa, o si asumimos la responsabilidad de garantizar una formación en sexualidad en sociedad con el liderazgo comprometido de las familias y el acompañamiento de las comunidades, el mundo médico, y el sector educativo del país.
Las estadísticas son claras, según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS), a mayor exposición a actividades de educación de la sexualidad, más conocimiento sobre el tema y más prácticas sexuales que promueven, mantienen o mejoran la salud sexual y reproductiva. Adicionalmente, la ENDS también indica que a mayor cantidad de fuentes de educacio´n sexual en el contexto escolar, mayores probabilidades de demorar el inicio de las relaciones sexuales. El reto es deconstruir esa falsa dicotomía entre los derechos sexuales y reproductivos y el bienestar de los menores y las familias, y entender que los primeros siempre han estado al servicio de los segundos. No es casualidad que la institución líder en salud y derechos sexuales y reproductivos en el país se llame Profamilia.
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