Columnistas
¿Pena de muerte?
Jordi Nieva Fenoll
Catedrático de Derecho Procesal
Universitat de Barcelona
Vivimos rodeados de situaciones injustas que toleramos sin el más mínimo sentimiento de incomodidad. Observamos, indiferentes, barrios terriblemente pobres desde nuestras propias casas o encerrados dentro de un automóvil. Permitimos que alguien se ría de la ignorancia de aquel al que su pobreza apenas le dejó aprender a leer y escribir.
Toleramos el acoso laboral, o el terrible acoso escolar, que lastra para siempre la vida de las personas. La gente se mofa del obeso o del delgado simplemente porque no se corresponde con los cánones sociológicos de lo corporalmente “correcto”. O del que viste o decora su casa “sin gusto”, sencillamente porque no se cohonesta con el banal gusto de la mayoría. Igualmente se alaba al que posee todos los artilugios electrónicos en sus últimas versiones, rindiendo así una humillante pleitesía a la riqueza, igual que en épocas muy pasadas.
Toleramos bromas machistas u homófobas, provocando la discriminación de seres humanos por su género o tendencia sexual. Muchos hombres se aprovechan de todo tipo de situaciones de superioridad para conseguir sexo. Se acepta la prostitución sin advertir que es pura cosificación y “patrimonialización” de un ser humano, casi siempre de sexo femenino, arrastrando el patrón machista a una especie de submundo de repugnante fantasía en el que el hombre es el rey y todas las mujeres se mueren por tener sexo con él. A cambio de dinero, lo que, además, confirma la sensación de que todo se puede conseguir con dinero.
Vemos a deportistas ganando irracionales cantidades que no les parecen suficientes, y que eluden el pago de impuestos como sea, despreciando a todos los aficionados que les hacen ganar ese dinero siguiendo fielmente sus competiciones, emocionándose viendo cómo le dan patadas a un balón, raquetazos a una bola, acelerones a un motor, etc. Aficionados que necesitan imperiosamente ese dinero de los tributos que esos deportistas inmensamente ricos deciden evadir. Lo mismo se puede decir de las grandes compañías que hacen ingeniería fiscal, o que simplemente no pagan impuestos, a las que después, en agradecimiento, todos les compramos sus teléfonos, sus ordenadores, su ropa, etc.
En realidad, como fieles vasallos, perdonamos todo eso a los “señores” de nuestro tiempo. También votamos a un político corrupto una y otra vez, aceptando que roba al pueblo. Pero el pueblo parece siempre dispuesto a recibir unos latigazos de sus señores en forma de deficiencias en infraestructuras, sanidad, escuelas, justicia, etc. Se trata de servicios que no están debidamente financiados, porque muchos de los que ganan más dinero no pagan impuestos, esperando que mantengan el sistema los que menos ingresan.
Un mal día recibimos la noticia de la violación y asesinato de un menor. En ese momento perdemos completamente de vista de que se trata de un hecho aislado, execrable ciertamente, que habitualmente parte de un sujeto honorablemente llamado “sicópata”, asquerosamente bendecido por la literatura y el cine, pero que fundamentalmente es un reverendo estúpido que simplemente confunde la realidad con sus deseos.
Pues bien, ese ser antisocial, por despreciable que sea y nos parezca, desde luego no causa el tremendo daño sistémico que provoca cualquiera de las repulsivas conductas que se han descrito en los párrafos anteriores. Pero a ese criminal ya no le perdonamos. Es más, muchos asiduos a las misas de cualquier religión que promueve el perdón no piensan en absoluto en la reeducación o resocialización del delincuente. Jamás valoran que las circunstancias que pudieron inducir el crimen están entre esos males referidos en los párrafos anteriores y que se toleran alegremente, muy habitualmente la exclusión social derivada de la pobreza, la marginación del diferente o la falta de una educación pública de calidad. No me refiero a una educación elitista, que es habitualmente otra estafa por la que muchos padres malgastan demasiado dinero. Me refiero a una educación auténticamente de calidad científica y humana.
A muchos todo eso les da igual. Reclaman nada menos que la pena de muerte. Sangre, como el talión o la mafia, para purgar el pecado con el sacrificio del reo. Nadie recuerda los auténticos males fruto de acciones de verdaderos sicópatas nada estúpidos que toleramos de forma absurda, y que son los directos causantes de esos crímenes que tanto nos repugnan. Son, no nos engañemos, los auténticos responsables de que se cosifique a las personas y de que en ocasiones algunos descerebrados, llevando la idea al extremo, vean a los seres humanos como miserables esclavos a su servicio, como cosas que pueden usar y despreciar.
Todo ello supone, ciertamente, una autocrítica que no todos están dispuestos a realizar, porque nadie quiere asumir una responsabilidad que jamás se ha planteado que tiene en mucha mayor medida de lo que cree, aunque le repugne pensarlo o le parezca ridículo. La solidaridad humana no es cosa de los demás, sino de todos nosotros. Ojalá algún día se entienda.
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