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19 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 7 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Nacionalidad: quimera y ardid

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Antonio Aljure Salame

Exdecano de la Facultad de Jurisprudencia y Director del Instituto de Derecho Internacional de la Universidad del Rosario

 

Cataluña representa la quimera y Ecuador, en el caso Assange con Inglaterra, el ardid.

 

En Cataluña no hay villano y por eso su movimiento independentista no ha despertado la simpatía de la comunidad internacional. Ni Madrid es represivo ni Cataluña está oprimida. El siglo XIX fue el siglo de las nacionalidades que vio enfrentarse a las potencias centrales europeas como Prusia, Rusia y Austria contra los vientos procelosos de la Revolución Francesa que incitaban a los eslavos e italianos a liberarse de Austria y a los noruegos de Dinamarca. Quién, presumo, no pudo mirar con simpatía en ese siglo a Lord Byron muriendo por la independencia de Grecia; a Chopin componiendo su Estudio revolucionario camino a París, al ver su patria desgarrada; a Garibaldi sacrificando su credo republicano en aras del Risorgimento italiano bajo el mando de Vittorio Emanuele, y al mismo Bismarck venciendo las reticencias de Austria para dar nacimiento al segundo reich  nada menos que en el Salón de los Espejos en el palacio de Versalles, después de derrotar a los franceses en Sedán. La Santa Alianza conformada por Rusia, Austria y Prusia tenía como propósito la conservación o la restauración de las monarquías. Gran parte de la simpatía que pudo tener Bolívar por EE UU residió en la Doctrina Monroe, que popularmente se convirtió en el estribillo América para los americanos, pero representó un dique de contención a la reconquista española de sus colonias con el eventual apoyo de la Santa Alianza; el Congreso Anfictiónico de Panamá da cuenta de ello.

 

Y por eso los reveses de la quimera catalana: la Unión Europea descalificó las elecciones donde triunfó la independencia, y el Derecho Internacional Humanitario no le concede el jus ad bellum para emprender una guerra justa como que no hay lucha contra invasión extranjera, guerra anticolonial ni contra el apartheid. No dudo de la honestidad del sentimiento nacionalista, pues se encuentra más en la pasión que en la razón, pero el sacrificio de derechos por un nuevo pasaporte y la extinción de la llama nacionalista convierten en quimera la pretensión catalana.

 

Pero la nacionalidad puede ser utilizada como un ardid. La prensa anunció días atrás que Ecuador le concedió la nacionalidad a Julian Assange, el australiano que reside en la embajada de Ecuador ante el Reino Unido, con el propósito presunto de acreditarlo como diplomático ante ese país y lograr su salida de la embajada. Assange es solicitado por la justicia sueca por la comisión de delitos sexuales y en EE UU debe existir un proceso por la filtración de secretos militares en el caso conocido como WikiLeaks. Ecuador lo protege en el recinto de la embajada.

 

Si esa fuera la intención de Ecuador, estaría abocada al fracaso. La Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961 y la jurisprudencia de la Corte Internacional de Justicia confirman este aserto.

 

En primer lugar, la acreditación de Assange como jefe de la misión ecuatoriana requiere el beneplácito de la Gran Bretaña, que, con certeza, será denegado. Y si simplemente Ecuador notifica el nombramiento de Assange como diplomático ante el Ministerio de Relaciones Exteriores, Gran Bretaña podrá declararlo como persona non grata.

 

En segundo lugar, Gran Bretaña podría oponerle a Ecuador la tesis esgrimida por la Corte Internacional de Justicia en el caso Nottebohm. Este era un ciudadano alemán residente en Guatemala durante la Segunda Guerra Mundial que cuando se percató de que Guatemala iba a tomar medidas contra su patrimonio por la declaratoria de guerra de este último país contra Alemania, viajó al principado de Liechtenstein donde obtuvo una nueva nacionalidad, mientras renunció a la alemana. En el litigio que opuso a Liechtenstein contra Guatemala ante la Corte Internacional de Justicia, esta decidió que era válida la concesión de la nueva nacionalidad, pero que, a su vez, no era oponible ante Guatemala. En términos prácticos, Nottebohm seguía siendo nacional alemán ante Guatemala, pero de Liechtenstein ante el resto del mundo. Para la inoponibilidad, sostuvo la teoría de la nacionalidad efectiva, que en esencia exige un vínculo real entre el Estado y su nacional como el lugar de su familia, sus negocios o, en general, el centro de sus actividades.

 

Gran Bretaña podría alegar que no existe nacionalidad efectiva entre Ecuador y Assange.

 

Cataluña y Ecuador representan dos aristas del bello concepto de la nacionalidad.

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