Opinión / Columnistas
Matrimonio igualitario
Juan Manuel Charry Urueña
Abogado constitucionalista. Presidente Instituto Libertad y Progreso
@jmcharry
Debo reiterar lo expuesto en este periódico en la edición 228 de julio del 2007. El matrimonio entre personas del mismo sexo es uno de los temas más candentes de nuestro tiempo. La Constitución establece que la familia se constituye por la decisión libre de un hombre y de una mujer de contraer matrimonio. El Pacto de San José de Costa Rica y el Pacto de Derechos Civiles y Políticos reconocen el derecho del hombre y de la mujer a contraer matrimonio y a fundar una familia.
La Corte Constitucional, en Sentencia C-075 del 2007, hizo extensivos los efectos de la unión marital de hecho a las parejas del mismo sexo. El Congreso improbó un proyecto de ley que reconocía derechos a la seguridad social a parejas del mismo sexo. El matrimonio homosexual está reconocido en los Países Bajos, Bélgica, España, Canadá, Sudáfrica, en algunos Estados federados de EE UU y de México. Jaime Araujo Rentería, en salvamento de voto a la mencionada sentencia, sostuvo que los efectos de la unión marital de hecho debían ser iguales a los del matrimonio, sin distinción de sexos. Las decisiones de la Corte Constitucional no son el instrumento jurídico adecuado para institucionalizar esta forma de matrimonio, se requiere de mayores consensos sociales y políticos.
En cuanto al matrimonio en Colombia, el Mapa Mundial de la Familia 2015, elaborado por Child Trends y Social Trends Institute, muestra que entre los adultos en edad reproductiva solamente el 20 % contraen matrimonio, el 35% viven en uniones libres y el 84 % de los niños nacen de madres solteras. Entonces, ¿por qué las comunidades LGBTI pretenden obtener el derecho al matrimonio en igualdad de condiciones que las parejas heterosexuales?
Alvin y Heidi Toffler vaticinaron el cambio de poder de la era industrial a la era del conocimiento, lo que implica una crisis de la familia y del matrimonio. Así como se pasó de la familia agraria de varias generaciones -donde el matrimonio era una forma de conservar o ampliar la propiedad de la tierra- a la familia nuclear de la era industrial, de padre y madre que velan por sus hijos, ahora estamos transitando hacia nuevas formas de familias más diversas y heterogéneas, propias de la era de la información y las tecnologías de la comunicación, donde las personas son únicas e irrepetibles, se separan, se vuelve a casar o establecen relaciones bajo diferentes techos, se mezclan los hijos de unos con los de otros, y se abren posibilidades para parejas del mismo sexo y proyectos de vida individuales.
Manuel Castells, en su juicioso trabajo La era de la información, se refiere a la crisis del patriarcado, a la aparición de nuevas identidades sexuales, a las parejas sin hijos, a la diversificación de las formas de familia, a la separación como huida del compromiso, a los anticonceptivos, a la fecundación in vitro y a la aparición de la familia “gay”.
En cuanto a la adopción por parejas del mismo sexo, la Corte Constitucional, en sentencias C-071 y C-683 del 2015, dijo, en la primera, que están comprendidas las parejas del mismo sexo cuando la solicitud de adopción recaiga en el hijo biológico de uno de ellos; en la segunda, sostuvo que, en virtud del interés superior del menor, están comprendidas también las parejas del mismo sexo que conforman una familia.
Las comunidades LGBTI han optado por dar batallas jurídicas, y no políticas, ante la Corte Constitucional, las cuales han ido ganando; ahora, se anuncia una sentencia de unificación de tutela, que reconocería el matrimonio igualitario. Lo cierto es que estamos presenciando la más profunda transformación de las sociedades nacionales, en especial la de su núcleo fundamental, la familia, como consecuencia de la globalización y las comunicaciones, que no se deben imponer mediante decisiones judiciales, sino a través procesos sociales y políticos, que permitan comprender que se trata de cambios esenciales que generaciones anteriores con formaciones ortodoxas no están listos para aceptar.
En un país donde tan solo contraen matrimonio un 20 % de las parejas, donde el matrimonio ha estado estrechamente vinculado con la religión católica, donde el divorcio fue una difícil conquista que se consolidó hace apenas unas décadas, resulta desafiante exigir el reconocimiento de matrimonio igualitario para homosexuales, pues no se trata de derrotar como tampoco de excluir a los sectores más conservadores.
Agradeceré comentarios: jcharry@charrymosquera.com.co.
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