Columnistas
Los territorios en Colombia en el siglo XIX: ideas de José María Samper
Francisco Barbosa
Ph D en Derecho Público Universidad de Nantes (Francia).
Docente Universidad Externado, @frbarbosa74
La coyuntura nacional invita a reflexiones de largo aliento contenidas en libros históricos, cada vez más válidos en este presente.
Uno de estos es la autobiografía de José María Samper, Historia de un alma, escrita en 1881 y reeditada en un magnífico libro por parte de la Universidad del Rosario. Esta obra plantea no solo una profunda meditación sobre la vida y la cultura en la Colombia y en el mundo del siglo XIX, sino una apuesta narrativa muy lúcida para mostrar la facilidad con que se pasaba de las letras a las armas y, viceversa, sin problema alguno. Allí se encuentra, entre muchos otros temas, la razón por la cual la violencia se convirtió en un elemento central de la configuración nacional que, como lo he venido sosteniendo, es necesario romper con una nueva narrativa de paz y una justicia restaurativa y prospectiva.
José María Samper fue jurista, periodista, diplomático, poeta, comerciante y dramaturgo. Su vida estuvo marcada por las letras y las aventuras, algunas bélicas -como su rol militar en la defensa del orden constitucional en 1854 contra el golpe de Estado del general José María Melo contra el gobierno del presidente José María Obando-, y por su vida en Londres, París o Lima como diplomático, escritor o constitucionalista. Su segunda esposa, Soledad Acosta de Samper, sin ninguna duda, fue una compañera inseparable y una intelectual a carta cabal. Mucho le debe el movimiento feminista a esa gran colombiana que le rindió culto a la inteligencia femenina siendo precursora de figuras posteriores como la gran escritora británica Virginia Woolf.
En uno de los temas capitales del apasionante libro, Samper plantea el tópico del territorio como aspecto definitorio del país en ese siglo XIX. Y es curioso, porque, durante parte del siglo XX, el Estado intentó resolver el problema de la tierra, sin éxito, ya que sus iniciativas –L. 200/36, L. 135/61 o L. 160/94- fueron sepultadas por acuerdos políticos nefandos o por la dinámica perversa en torno a la propiedad de la tierra, como lo han recordado de forma unánime académicos de renombre.
Para Samper, los esfuerzos federalistas de mediados de los años cincuenta del siglo XIX fueron positivos. Tanto en la Constitución de 1853, sus desarrollos legales y en la Constitución de 1858, la idea de un federalismo sin soberanía absoluta de los Estados fue vital para sostener la unidad nacional. El autor de marras, por el contrario, consideró que la configuración de Estados soberanos con la Constitución de 1863 le hizo un flaco favor al país.
Veamos lo que expresa el autor sobre este punto: “La federación, tal como la comprendíamos todos hasta 1857, no era una reconstitución política del país, sino una reorganización de las entidades en que estaba dividida la República, adoptada con el objeto de facilitar una gran revolución legal administrativa, abriendo amplio cauce al progreso y desarrollo de todos los intereses sociales. De ningún modo se trataba de dividir al pueblo neo-granadino en 8 o 9 pueblos más o menos antagonistas, como luego han venido a ser, ni de dividir la autoridad verdaderamente política entre numerosas entidades soberanas” (pág. 402).
Este debate decimonónico nos llama la atención sobre nuestro presente, por lo que no es gratuito que uno de los puntos que causa mayor controversia es la informalidad de la tierra en nuestro país y la falta de claridad en torno a las competencias de las entidades territoriales. Este es un tema latente y se manifiesta, incluso, en el primer punto del acuerdo con las Farc.
La lectura de la obra de Samper conduce a una conclusión vigente para la Colombia de hoy: las reformas relativas a la tierra pasan por repensar el ordenamiento territorial colombiano, sin caer en la mimesis de otras experiencias que carecen de la particularidad colombiana. En síntesis, Samper, con una voz del siglo XIX, nos permite entender nuestro presente y otear el porvenir.
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