12 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 32 seconds | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Los pecados de Hinostroza: una historia de horror para niños asustadizos

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Diego Eduardo López Medina

Profesor Facultad de Derecho Universidad de los Andes

diegolopezmedina@hotmail.com

 

Un fiscal peruano empezó a investigar una organización criminal por narcotráfico y sicariato. En el trascurso de la investigación, consiguió permiso judicial para interceptar las comunicaciones de uno de los involucrados. Se revelaron así conversaciones con sus abogados. En estas, los abogados le informan a su cliente que tienen jueces y fiscales amigos del distrito de El Callao con los que estaban “colaborando” para resolver sus problemas. Escuchas posteriores parecen revelar que algunos de estos jueces trafican su influencia bajo inducimiento o dirección, nada menos y nada más, de un magistrado de la Corte Suprema (de nombre César Hinostroza), que hasta hace poco había sido presidente de la corte de El Callao. Este magistrado, según la narrativa que está en corroboración judicial, utilizaba sus poderes administrativos para ubicar jueces dóciles al frente de casos sensibles donde tenía algún interés. 

 

Este señor, cuando era presidente de la corte de El Callao, tenía interés en ascender a la Corte Suprema. “Juez Supremo”, les dicen en Perú de forma algo pomposa. Su ascenso a las cumbres judiciales también estuvo signado por la intriga. Una nueva jugada a tres bandas: parece ser que con uno de sus jueces serviles, el presidente del Tribunal logró frenar una investigación penal que hubiera impedido la posesión de un nuevo magistrado del Consejo Nacional de la Magistratura. La ley peruana dice que no se pueden posesionar si están siendo investigados en firme por la comisión de delitos dolosos. El juez inferior declaró la nulidad de la investigación, efectivamente retrotrayéndola a una investigación preliminar. El camino a la posesión del magistrado estaba abierto. Había, seguramente, gratitud y sentido de deuda.

 

Al poco tiempo, el nuevo magistrado del Consejo Nacional fue nombrado como presidente de su corporación. Dentro de sus funciones, obviamente, abre el concurso para selección de Juez Suprema, califica como ponente las entrevistas y, ¡oh sorpresa!, gana, y por mucha diferencia, el presidente de la corte de El Callao, el doctor Hinostroza (maestro y doctor en Derecho, según su currículo).

 

Escuchas posteriores revelan que varios magistrados del Consejo de la Magistratura habían formado una mayoría política y, con ello, elegido a uno de ellos como presidente del órgano. Las escuchas revelan que dialogaban con fluidez y frecuencia con políticos y parlamentarios. Que estos, a su vez, les recomendaban los intereses personales sub judice o los de particulares poderosos interesados en el buen éxito, a cualquier precio, de sus propios embrollos judiciales. En este momento de la trama, el grupo político mayoritario del Consejo de la Magistratura utilizaba su cercano contacto con el de la Suprema, que a su vez activaba su red clientelar de jueces de primera y segunda instancia. Los intereses de los “usuarios” del grupo terminaban siendo favorecidos. Se trataba, sin duda, de un servicio muy valioso.

 

Estas revelaciones llevaron a la eliminación en Perú el año pasado del Consejo de la Magistratura. La mayoría de sus miembros enfrentan investigaciones penales. Hinostroza está detenido en España en espera de un pedido de extradición del gobierno peruano. Con todo, el cuento que les acabo de contar está todavía en corroboración judicial. Pero los jueces, periodistas y personas del común con los que hablé en Perú lo dan como absolutamente cierto. Y, seguramente, lo es. Con eso, sin embargo, es más que suficiente para que los peruanos digan en encuestas que tienen una pésima imagen de la justicia de su país, aunque acepten que sus servicios son necesarios.

 

No son necesarios muchos más detalles de la trapisonda peruana. El cuento es asustador y debería horrorizarnos de males que también hemos experimentado. Cuando la justicia es tomada por las garras de la intriga política, cuando se calculan los resultados con la meditación del estratega, cuando los partidos proyectan sus intereses al servicio de la justicia, cuando el sectarismo triunfa…, bueno, ya sabemos qué pasa.

 

Las grabaciones muestran algo muy sutil del alma humana: como magistrados son, en principio, “compañeros” y “amigos”, tratan de mantener las formas. Las influencias pedidas se expresan de manera coloquial, agradable, cálida y amistosa. Nadie habla como si estuviera cometiendo un delito. Es apenas un favor, hermanito- como le dice Hinostroza a un compañero de la Corte Suprema. Este se defiende razonablemente diciendo que, en la grabación, él no se compromete a nada y que, de hecho, votó en contra de los intereses que sutilmente le estaban siendo encomendados. Pero una periodista le hace una pregunta: ¿no debió haber sido más firme y clara su respuesta en la conversación telefónica con Hinostroza? Mantener las formas frente a la prevaricación (en todas sus formas), así esté endulzada o encubierta como lo suele estar, es una forma de cohonestarla. ¿O no?

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