Columnistas
Lecciones de ciudadanía
Mónica Roa
Especialista en uso del Derecho para la promoción del cambio social y en equidad de género
@MonicaRoa
El escenario político estadounidense se ha convertido en un laboratorio de democracia y cambio social en tiempo real. ¡Cuántas lecciones por aprender! ¡Cuántos aprendizajes por aplicar! ¡Cuántos retos para enfrentar!
Sí, coincido en que son tiempos difíciles y peligrosos, pero nada como sentir el miedo al abismo para sacar energías de donde no sabíamos que teníamos y renovar el compromiso político diario con los valores y principios que queremos que guíen nuestra convivencia.
Lo que está pasando en EE UU como consecuencia de la elección de Donald Trump es apasionante. Las mujeres que lideraron la marcha del 21 de enero entendieron que había que convocar una marcha que lograra canalizar los sentimientos de rabia y frustración de gran parte de la población. Además, tenían claro que la marcha debía usar un marco lo suficientemente amplio para garantizar un espacio y una voz a diferentes grupos de mujeres como las afro, las trans y las migrantes con sus propias agendas. Si bien todavía queda mucho camino por recorrer, fue la primera vez que una marcha de mujeres logró sumar cinco millones de participantes provenientes de los movimientos sociales más diversos y de diferentes lugares del mundo.
Una semana después la ciudadanía volvió a unirse para protestar en los principales aeropuertos del país frente a la orden ejecutiva emitida por el Presidente Trump que buscaba restringir la entrada de ciudadanos de siete países árabes de mayoría musulmana, incluidos aquellos que ya habían aplicado y obtenido una visa. En medio de las protestas, abogados voluntarios escribían habeas corpus en sus portátiles sentados en el piso para que dejaran salir a quienes estaban siendo retenidos por las autoridades migratorias. La asociación de taxistas de Nueva York emitió un comunicado anunciando una huelga y uniéndose a la protesta. Al mismo tiempo, la ONG Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, por su sigla en inglés), junto con otras organizaciones, lograron que esa misma noche una jueza federal en Brooklyn suspendiera las deportaciones de las personas que habían sido detenidas en los aeropuertos. La decisión fue celebrada en directo por miles de personas que habían sido convocadas a través de redes sociales y esperaban la decisión en la plaza frente al juzgado. Ese fin de semana, la ACLU recibió 24 millones de dólares en donaciones provenientes de ciudadanos que querían contribuir a sus propósitos. La semana siguiente, las grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley presentaron un amicus curiae en el proceso judicial oponiéndose a la orden ejecutiva, los programas de comedia hicieron su contribución con sátiras inteligentes, los museos de arte remplazaron las pinturas más populares por obras de artistas de los países afectados con la orden ejecutiva, los restaurantes incluyeron en sus facturas un recordatorio de que quienes habían preparado y servido la comida eran inmigrantes; cada quien desde el lugar que ocupa en la sociedad encontró su manera de hacer resistencia democrática.
Toda esta movilización social es impresionante, pero no es suficiente. De una parte, la ciudadanía tiene que encontrar un ritmo al que pueda mantener este nivel de resistencia por cuatro años más; es decir, entender que se trata de una maratón y no de una carrera de velocidad. Además, si Trump logra mantener el 49 % del apoyo ciudadano que ha tenido estas semanas, de poco servirán tantas protestas. Aunque no sean tan visibles, hay que recordar que existen más de 62 millones de personas que votaron por él. Seguramente –y por fortuna-, no todas ellas comparten sus ideas sin reservas. Por eso, parte de los esfuerzos tendrían que dedicarse a identificar a sus votantes menos radicales para entender su punto de vista y encontrar un discurso que logre responder a sus inquietudes y persuadirlos de que estilos de gobierno autoritarios como este son un peligro para la democracia y los derechos humanos.
Los retos son inmensos, pero los estadounidenses nos están recordando que la ciudadanía no solo se ejerce votando cada cuatro años –que también-, sino que tiene que encontrar espacios dentro de la cotidianidad individual y comunitaria. La ciudadanía colombiana tiene mucho que aprender y un largo camino por delante.
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