Las motos en el intercarril: otro problema práctico de teoría jurídica
Diego Eduardo López Medina
Profesor Facultad de Derecho Universidad de los Andes
En la columna pasada (edición 523) hablé sobre el fenómeno de las motos que se filtran entre carriles a pesar de que esta práctica constituye una violación formal del Código Nacional de Tránsito (arts. 60 y 96). Esta filtración de vehículos lineares entre carriles -especialmente con carros detenidos o a baja velocidad en el trancón- les permite “colarse” en el semáforo, partir de primeros en la luz verde y obtener así eficiencias de movilidad frente a carros, buses y camiones que, por anchos, no pueden maniobrar así. Les pedí a los lectores que me dieran información y opiniones sobre este fenómeno prohibido por ley, pero altamente generalizado. Aquí les presento un informe parcial de resultados.
Los lectores corroboran que el fenómeno existe en varias ciudades y que los motociclistas creen tener el derecho de vía por el intercarril. Si un carro cambia de carril y ellos adelantan por el intercarril, tienen la percepción de que fueron “cerrados”, no que estaban usando una línea de tránsito prohibida. Los conductores de carro, de otro lado, parecen recordar con más claridad la ilegalidad, pero la prudencia obvia los lleva a manejar a la defensiva en vez de afirmar agresivamente su “derecho” a cruzar la línea. El uso obsesivo del retrovisor y una cierta resignación a mantenerse dentro del mismo carril son elementos comunes de esta estrategia defensiva.
Los lectores reportan también tres estrategias distintas de las autoridades de tránsito con respecto al tema. En algunas ciudades, como Popayán y Cali, se han puesto señales de tránsito que recuerdan y refuerzan la prohibición legal, que se conoce con el nombre popular y colorido de “zigzaguear”.
En Cali, además, se ha tratado de reducir el uso mixto de las mismas calzadas con la creación, a la mano derecha de grandes avenidas, de un carril preferente para motos donde estas deben circular en principio. Esta idea busca generar una movilidad coexistente, pero separada, parecido al principio central de las ciclovías.
En Ciudad de México, donde existe una prohibición análoga, las autoridades han pasado al reconocimiento de la práctica para permitir acomodaciones que mitiguen algunos de sus problemas. Como los carros paran en el semáforo en rojo, las motos que se cuelan por el intercarril se hacen adelante, ocupando el espacio de la “cebra” peatonal y creando un conflicto con los peatones. Las autoridades en México han creado un espacio entre los carros y la cebra donde las motos coladas pueden repartirse sin obstaculizar el cruce de peatones.
Sobre el tratamiento normativo del asunto recibí varias opiniones: un lector me hizo un estupendo resumen de cómo trataría de forma ortodoxa este problema la responsabilidad civil extracontractual vigente. El conductor del carro que cause un daño (por ejemplo, al tirar al suelo a un motociclista que venía por el intercarril) no tendría responsabilidad por la “culpa exclusiva o predominante de la víctima”. El motociclista tendría tal culpa, porque estaría en clara “violación de reglamento”. El principio, aunque existe, no parece permear la conducta diaria de los conductores.
Pero el derecho tiene antinomias: un lector me aporta una inquietante sentencia penal donde se impone pena accesoria de suspensión de licencia de tránsito por cometer lesiones culposas a un conductor que tiró al suelo a un ciclista que marchaba por el intercarril: en la sentencia de tribunal de segunda instancia ganó la tesis de que había, no culpa exclusiva de la víctima por violación del reglamento, sino imprudencia e impericia del conductor del carro al no hacer uso adecuado de los retrovisores.
Otro lector, con más vena sociológica, afirma que en la mayoría de estos accidentes leves cada uno se va a su casa a lamerse las propias heridas: el motociclista se va con su daño y el del carro, para no “enredarse”, con el suyo. Impera, no el principio formal, sino una estrategia de “deje así” basada en consideraciones pragmáticas y económicas.
Y otro cierra el análisis diciendo que este problema social está causando daños y heridas sin fin y que tenemos que echarle cabeza para lograr una adecuada ponderación de intereses y derechos que disminuya la accidentalidad y genere convivencia en la movilidad. Y, frente a tal conclusión tan sensata, este autor concuerda. Pero otro lector pone un tono realista y jocoso que le agradecí mucho: que más allá de lo que digan las normas, el tráfico es tan agobiante que ya compró su moto y ya aprendió a zigzaguear con eficiencia. Gracias a los amables lectores por tan interesantes reflexiones.
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