Columnistas
La muerte de un penalista
“Si se calla el cantor, calla la vida”. Horacio Guarany
Whanda Fernández León
Docente asociada Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales
Universidad Nacional de Colombia
El Derecho Penal está de luto. El pasado 27 de septiembre, falleció en esta ciudad una figura descollante del Derecho Penal: el abogado Antonio José Cancino Moreno, conferencista, escritor, litigante de brillante trayectoria y catedrático de exquisitas virtudes humanas y académicas.
Nacido en Bogotá, egresado de la Universidad Externado de Colombia, con estudios de posgrado en prestigiosas universidades extranjeras, la vida del doctor Cancino Moreno transcurrió entre las aulas universitarias, los despachos judiciales y las salas de audiencia, entregado a sus alumnos, a las agitadas luchas por el imperio de la justicia y a la defensa de los más débiles.
Sus memorables oraciones forenses ante el jurado de conciencia, -para entonces tribunal encargado de emitir veredicto en las causas de homicidio-, siempre se distinguieron por su estilo vibrante y la profundidad en el conocimiento de las circunstancias históricas que habían generado el fenómeno delictivo.
La claridad conceptual de sus discursos, la fuerza argumentativa y la contundencia de su dialéctica hicieron del doctor Cancino un auténtico maestro de la palabra. Su elevado sentido de la responsabilidad unido a su amor infinito por el Derecho Penal fueron el acicate de sus laudables realizaciones y de sus arrolladores triunfos en los estrados judiciales.
Tuve el privilegio de conocerlo en un debate forense, en el que actuó como mi ocasional contradictor; realizó su arenga con su tradicional vehemencia, pero con tanta hidalguía y elegancia que, a partir de esa fecha, en incontables ocasiones, compartimos la tribuna de la defensa, unidos por la amistad e identificados en el respeto a las libertades y garantías individuales.
Perteneció el doctor Cancino a una generación admirable de cultores de las ciencias penales, hizo parte de la judicatura como magistrado de la Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá y fue miembro de la Comisión Especial Legislativa, encargada de desarrollar los paradigmas de la Constitución de 1991; fundó el Colegio de Jueces y Fiscales de Bogotá y Cundinamarca y la Academia Colombiana de la Abogacía. Escribió gran número de obras jurídicas, entre las que se destacan Delitos contra la administración pública, Comentarios al Código de Procedimiento Penal, Genética y Derecho Penal, Deporte y delito, El Derecho Penal en Macondo (en coautoría con su hijo Iván Alfonso Cancino González y con su exalumno José David Teleki Ayala), Los principios del Derecho Penal y la fiesta brava y Derecho y Periodismo.
Pero, tal vez, su último texto publicado en noviembre del 2006, presentado en un formato sencillo de 63 páginas, con una alegórica portada y titulado Por la dignidad de la abogacía, sea el que más evoquemos los defensores. Allí el desaparecido jurista hizo una crítica severa al llamado “sistema penal acusatorio”, del que dijo “atenta contra la grandeza de la abogacía” y plasmó algunas frases que hoy se convierten en premonitorias:
“Asistimos perplejos a épocas de infamia en nuestra profesión. Aciagos momentos de absoluta crisis en las instituciones democráticas están contagiando la profesión de abogado, evidenciados a través del irrespeto, el desprestigio de la actividad del togado, la mirada celosa hacia el ejercicio de la abogacía, y la tacha permanente de sospecha y prevención que acompaña en cada lugar a nuestros colegas. Añoramos aquéllos momentos en los cuales se destacaba a la profesión con dignidad y decoro, se elevaba a empinadas cumbres como pilar fundamental de la sociedad. Se hacía referencia a los abogados con supremo orgullo y se nos considerada elementos indispensables de la vida en comunidad. Todas esas épocas, quedaron en el pasado…”.
Colega y amigo: desde la cima de la crisis ética en la que se debate la justicia penal, con tristeza lo despedimos. Su voz se silenció para siempre, pero su recuerdo no morirá jamás. Sentidas condolencias a su distinguida esposa, a sus hijos y a sus nietos.
Opina, Comenta