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16 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 7 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Jaime Vidal Perdomo no murió del todo

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Jaime Castro

Exministro y exalcalde de Bogotá

jcastro@cable.net.co

 

El profesor, el compañero y el amigo que despedimos hace ya varias semanas nos dejó lecciones imperecederas de vida a quienes tuvimos la suerte de estar cerca de él, a quienes fuimos y fueron sus alumnos y a quienes conocen sus numerosas y valiosas publicaciones. Nos dejó lecciones como persona porque fue compañero y amigo incomparable, de comportamiento ejemplar y de conducta intachable en su vida pública y privada, calidades que vale la pena destacar ahora que se han deteriorado tanto los valores éticos y las prácticas sociales.

 

Su mejor legado lo deja en las universidades en las que durante varias décadas formó generaciones de juristas, particularmente en el campo del Derecho Público, al que dedicó lo mejor de su inteligencia y capacidad creativa y el que actualizó y modernizó entre nosotros. Igualmente, combinó su tarea académica con su calificada participación en los gobiernos y congresos de los que hizo parte o asesoró. Las reformas constitucional y administrativa de 1968 contienen ideas suyas sin las que esas reformas no hubieran tenido la importancia y alcances que tuvieron ni hubieran hecho parte de la historia jurídica, política e institucional del país. Publicó tantos libros y artículos en revistas y periódicos que los aportes que en ellos hizo continuarán siendo textos de obligatoria consulta en la academia y las cortes, tribunales y juzgados, tanto en el país como en el exterior.

 

Sin exageración puede decirse que la obra de Vidal Perdomo es imperecedera y que su muerte natural no constituye su desaparición como uno de los grandes juristas y tratadistas colombianos, porque continuará siendo el profesor de generaciones posteriores a las que formó y orientó con sus clases. Hace poco, Conrado Zuluaga, uno de los mejores conocedores de la obra de García Márquez, publicó una breve biografía de nuestro primer premio Nobel a la que le puso como título una de las Odas de Horacio “No moriré del todo” y en la que recordó que Gabo decidió “escribir para no morir”. Guardadas todas las proporciones, podemos decir que Vidal Perdomo con su desaparición física no murió del todo, porque su obra prolonga en el tiempo su existencia, en la medida en que alarga el recuerdo que tenemos de él quienes lo conocimos y será el maestro de quienes se acerquen a ella cuando necesiten o quieran mejorar y profundizar sus conocimientos.

 

No sobra recordar que el consagrado profesor también fue destacado actor de la vida pública como alto funcionario del Estado, embajador de Colombia ante el Gobierno de Canadá y senador de la República, destinos en los que brilló con luz propia.

 

El ilustre jurista nos hará mucha más falta ahora por las difíciles situaciones que vivimos. A ratos no sabemos qué clase de nación somos, a dónde nos dirigimos, ni cómo reorientar nuestro ordenamiento jurídico, político e institucional. Pueda ser que una de las universidades a las que tanto sirvió cree la Cátedra Jaime Vidal Perdomo como centro de estudios que analice sus ideas y aportes y los proyecte a las necesidades que tenemos en las materias que él supo identificar y tratar con propiedad.

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