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28 de Marzo de 2024 /
Actualizado hace 15 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

En el camino de una sana política laboral…

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Julio César Carrillo Guarín

Asesor en Derecho Laboral, Seguridad Social y Civilidad Empresarial

carrilloasesorias@carrillocia.com.co

 

Los retos globales que plantea la tecnología y, por contraste, la tendencia local al desencuentro y al “todo vale” en medio de la preocupación por dinamizar el empleo formal, señalan un tiempo propicio para reflexionar sobre la validez y la eficiencia del Derecho del Trabajo en los tiempos que corren.

 

Hay “un algo” que ya no es tan imperceptible, que empieza a generar un sano movimiento telúrico conceptual en torno a un Derecho que a veces pareciera diluir su función social, como si replegara sus sueños y aspiraciones a una moda de lo instrumental y de lo precario, permitiendo un enfriamiento de actitudes y principios que causa serio daño a las relaciones de trabajo.

 

¿De qué realidad visible hablamos?

 

Veamos, a modo de hipótesis, algunas de las circunstancias que la describen y que nos permiten focalizar los alcances del fenómeno: (i) la relación mando-obediencia como acto de poder; (ii) la desfiguración del contrato de trabajo como pacto de instrumentalización mutua en el que, bajo el pretexto de “la lucha de clases”, se trasladan al campo de la vida laboral guerras estériles de seres humanos que acuden al código solo como herramienta vacía, ahogando el espíritu de cooperación; (iii) el simple formalismo que conduce al rigorismo frío de cumplir por temor y no por amor a la oportunidad que el trabajo concede; (iv) el rigor de las reivindicaciones que confunden derechos irrenunciables con cargas inmodificables, sin consultar la sostenibilidad de la fuente de empleo en contextos económicos difíciles y (v) la ausencia de cultura participativa, que pone de presente la pérdida del liderazgo de la normativa vigente para inspirar comunidades empresariales donde empleadores y trabajadores se sientan invitados a hacer del diálogo un modo de encuentro en el que la diversidad sea riqueza y no oprobio.

 

Es preciso entonces reconocer la necesidad del cambio. De desacomodarnos para reacomodarnos como fuente de crecimiento, de suerte que sea posible abordar con sensatez los nuevos retos.

 

El cambio que se exige al universo del trabajo podría formularse en dos bloques conceptuales de particular magnitud:

 

- Trascender la noción contractual de parte que hace olvidar que el trabajo es totalidad construida desde lo diverso, que la confrontación no puede convertirse en un negocio, que la subordinación no es motivo de sometimiento y que la búsqueda de bienestar del trabajador no es una batalla a riesgo de acabar con el mismo bienestar que se pretende.

 

- Superar el “guerrerismo laboral” que desecha despectivamente toda propuesta de convivencia participativa para atornillarse en el “gozo” utilitario de la agresión como base de la acción, erosionando la construcción conjunta.

 

Suele ocurrir que, a falta de cambio, nadie se hace responsable del desatino. Tanto trabajadores como empleadores se quejan por su lado porque no hay condiciones dignas y justas. La ley pareciera mantenerse impávida. Pero todos queremos que haya más empleo y que se incremente la formalización, como una especie de anhelo en el que, superando los egoísmos de parte, se propugne por una perspectiva sistémica donde “la justicia dentro de un espíritu de coordinación económica y equilibrio social” deje de ser una simple formulación teórica, para materializarse en proyectos concretos de cooperación productiva.

 

Es en este punto en el que el Derecho del Trabajo debe redimensionarse para apoyar la formulación de políticas laborales que, lejos de perpetuar “la lucha”, sirvan de guía para promover comunidades empresariales en las que seres humanos, desde su diversidad, le apuestan al reto conjunto de dinamizar sus aspiraciones y, sin perder de vista sus particulares intereses, están dispuestos a construir mundos productivos humanamente habitables y racionalmente rentables.

 

Y ahora sí, que vengan las normas y los reglamentos y la doctrina y la jurisprudencia, inspirados en la generación de procesos en los que la función de cada componente (empleador, trabajador, sindicato) sea participar en la trasformación de los otros componentes de la red, en un tejido vivo en el que tengan sentido los conceptos de trabajo digno, cooperación, buena fe, responsabilidad social y comunidad empresarial.

 

¿Cuál de estos presupuestos caracteriza o inspira la política laboral de su comunidad productiva? ¿Cuál la del Estado según los nuevos líderes que lo habrán de regir?  Y cada uno de nosotros ¿a qué nos sentimos invitados?

 

Es necesario evitar la tentación de pensar que recuperar armonía para generar empleo humanamente sólido es un sueño irrealizable. No renunciemos a nuestro anhelo colectivo de vida digna. No caigamos en el marasmo individualista del “sálvese quien pueda”.

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