El Derecho, Estado social y democracia en la crisis de nuestro tiempo
Francisco Barbosa
Ph D en Derecho Público Universidad de Nantes (Francia).
Docente Universidad Externado, @frbarbosa74
Difícil comprender lo que está ocurriendo en el orbe con el Derecho y la democracia. Para quienes conocemos sus conceptos, lo que acaece es una inadecuación entre lo que sabemos o indagamos y lo que ocurre en realidad.
En la historia republicana que ha marcado el proceso de formación del Derecho, del desarrollo de los derechos políticos y sociales y de la idea de democracia, existían sólidos parámetros para vehicular el lenguaje democrático. Por ejemplo, los partidos políticos, las organizaciones gremiales, la iglesia o, incluso, los medios de comunicación. Sin embargo, las cosas están cambiando.
Con el tiempo, han venido desapareciendo los partidos o cada vez se encuentran más desprestigiados, las organizaciones gremiales fundadas en los acuerdos políticos cedieron al individualismo, la iglesia fue superada por la laicidad -lo que debe celebrarse- y los medios de comunicación son cada vez menos atendidos por la avalancha emanada en el tumulto de las redes sociales.
En síntesis, los estándares con los cuales se estructuró el sistema democrático o el mismo Estado social están perdiendo sus anclas y estamos abocados a nuevas dinámicas políticas, sociales, culturales y jurídicas.
Para el profesor David Van Reybrouck, Contra las elecciones (Taurus, 2017), el Estado moderno está viviendo problemas de eficiencia y legitimidad. Estos se materializan en la existencia de grandes abstenciones, fluctuación electoral, partidos políticos sin adherentes, entre otros. Este asunto no es propio solamente de Colombia, sino que se ha venido extendiendo al mundo entero.
La respuesta de la clase política ante este panorama no se ha hecho esperar, crear incentivos emocionales y no racionales para lograr adherentes -capturando redes sociales- que se ubican en uno u otro espectro emocional, sin plantear o responder preguntas. Es la forma más simple y peligrosa de pulverizar el sistema racional de gobierno. La forma de actuar no es simplista o burda, sino que, por el contrario, se cobija en lo que la profesora Carolin Emcke denomina en su libro Contra el odio (Taurus, 2017), como la acción de los “ciudadanos responsables” que, sin mostrar abiertamente su dogmatismo, incitan con emociones a un público específico.
Esta historia ya ha producido efectos complejos como la elección del señor Donald Trump en la presidencia de EE UU o la elección del brexit en el Reino Unido. Somos tan simples que acudimos a responsabilizar de forma exclusiva a actores externos -rusos- de las decisiones políticas, cuando son los mismos ciudadanos quienes las toman abandonando la racionalidad y optando en muchos casos por la sinrazón.
El expresidente de EE UU Barack Obama, en una entrevista fijada en Netflix (2018) con el periodista David Letterman, indicó que es necesario tener una sociedad libre sobre la base de la veracidad e imparcialidad. El exmandatario contó la anécdota de un debate entre el inteligente senador de New York Daniel Patrick Moynihan, quien, en una discusión con otro senador menos inteligente, recibió la respuesta de su opositor derrotado diciendo: “En fin, usted tiene su opinión y yo tengo la mía” a lo que Moynihan respondió: “Tiene usted razón, usted tiene derecho a tener su propia opinión, pero no a tener sus propios hechos”.
Esta anécdota muestra que el camino hacia el conocimiento, la constatación y la verdad está huyendo por la mentira, la frivolidad, el individualismo o lo que en estos tiempos de eufemismos se denomina “posverdad”.
Contrario a lo que se piensa, es necesario fortalecer las redes humanas y no solamente las “redes sociales”, fomentar el encuentro, debatir, salirnos de lo que Paul Valery llamó el ruido, la excitación constante y la satisfacción básica de las necesidades del hombre.
Rob Riemen en un luminoso ensayo, Para combatir esta era (Taurus, 2017), indicó: “Las instituciones encargadas de protegernos existen solo por gracia de la confianza que las personas tienen en ellas. Demos el poder a demagogos y charlatanes, usemos los medios masivos de comunicación para alentar la idea de que este líder, este político anti político, es la única persona que puede salvar un país y entonces las instituciones constitucionales y democráticas desaparecerán tan rápido como las autoridades se volverán impotentes, pues ya nadie creerá en ellas”.
En fin, pensemos las instituciones, el Derecho, el Estado y la democracia a través del prisma de la razón y no de una emoción que nos dará satisfacciones momentáneas, pero seguramente sepultará todas nuestras pequeñas certezas.
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